3. Conociendo el amor

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Mis recuerdos aún están frescos como si hubieran sido de ayer, pero un ayer con nostalgia, y con ganas de cambiarle algunas cosas. Añoro aquellas tardes mágicas en donde yo viajaba a mundos inimaginables gracias a mis variados juegos, cada día tenía un rol diferente desde una simple ama de casa hasta un pirata en busca de tesoros escondidos, un día era una psicóloga muy profesional y en otra ocasión era una mujer que había perdido la razón, que vivía en medio de la locura corriendo a gritos; cada personaje era único e irrepetible, pero esos juegos terminaban 4pm, precisamente a esa hora sagrada para mi, en la cual dejaba botado mis juegos y me iba corriendo emocionada hasta la casa mientras la brisa rozaba mi piel para llegar a tiempo y no perderme de ningún capítulo de mi serie favorita.

Yo amaba esa serie, me identificaba tanto con su protagonista, me sentía como Candy, me sentía libre, corría, jugaba, hacía muchas travesuras, tenía una amiguita muy tímida parecida a Annie, siempre jugábamos juntas, éramos vecinas y compañeras en el colegio. ¡Que hermosa era mi infancia! , tan pura e inocente rodeada de sueños que fui olvidando a medida que crecía.

El amor que le tenía a esa serie despertó en mi las ganas de cantar y de dibujar, allí aprendí a realizar mis primeros trazos parecidos a un anime, realicé mis primeros bocetos para asemejarse al rostro de mi personaje, me costó mucho trabajo hacerlo, pues tenía que tener muy buena memoria, porque solo me servía lo que visualizaba en la televisión y con eso podía dibujar, me tocaba memorizar cada línea, cada rasgo de su cabello, de sus ojos, del brillo que tenían, de sus vestidos, de sus expresiones corporales; me encantaba dibujar. Con el pasar del tiempo todo me quedaba perfecto. En mi pueblo era difícil que yo pudiera acceder a una imagen de Candy pero eso no fue impedimento para mí, por lo tanto, yo tenía muchos dibujos sobre ella.

En una de esas tardes de ensueño, lloré por primera vez cuando sentí empatía por el dolor de mi protagonista al separarse de su amor, al verlo irse en el barco, al no reencontrarse de frente con su amado después de la función del teatro, al separarse por culpa de Susana...¡Como lloré por esas escenas!. A los nueve años entendí lo sensible que era mi corazón por haber llorado por algo así, por una simple serie, allí supe de su autonomía, de su libertad de sentir por su propia cuenta. En ese entonces yo no era consciente del sufrimiento que me deparaba en el futuro.

Yo era una niña muy malcriada, me peleaba con mis hermanos por cualquier tontería y hacía tremendos berrinches para no admitir nada, luego me iba bajo pleno día soleado a instalarme en la sombra de una mata de cují donde hacía mis rabietas a propósito y lloraba hasta que mi hermana mayor me iba a buscar, esos berrinches eran intencionales, casi planificados pero lo que sentía por mi serie era diferente, mi corazón actuaba solo, me sorprendía con ese sentimiento, pero así como me hizo llorar también me alegraba en muchísimas ocasiones.

Los años pasaron rápido, fue a los catorce años cuando mi corazón se agitó como loco, recuerdo aquel día en que lo vi por primera vez, era un muchacho muy apuesto, alto , blanco, tenía los labios rosados y provocativos, era el primer chico al que yo miraba con otros ojos, el más simpático de mi salón, de todo el liceo. Cuando lo vi acercarse, mi corazón comenzó a latir muy fuerte, tenía miedo de que él se diera cuenta de lo que causaba en mi.

Aquel día me encontraba sentada en mi pupitre esperando a la profesora para que inicie con las clases, de repente alguien me habló.

—¡Hola! ¿No te molesta si me siento a tu lado?

Lo miré asombrada, era el chico más apuesto que había visto en toda mi vida y me estaba dirigiendo la palabra, solo alcance a decirle:

—¡Eh!...No hay problema —No podía decirle más nada, mi corazón estaba como loco, de la nada se aceleraba, me sonrojé por los nervios, así como cuando me tocaba exponer, al menos al exponer sabía lo que iba decir pero con este chico no, me quedaba sin habla, hasta creo que quizás él pensó que yo tenía algún tipo de retraso mental.

Corazón sin riendas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora