CAPÍTULO 44

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Me acerqué a Ian y me dio dos esquinas de una manta que había sacado del maletero.

La extendimos y colocamos una piedra en cada una.

No es que hiciera mucho aire, pero de vez en cuando soplaba una leve brisa que podría moverla.

—Supongo que habrá quedado alguna piedra debajo...—musitó.

—Es lo que tiene venir al monte—dije yo quitándole importancia.

Él me miró y asintió.

—Sí, supongo que sí—afirmó.—Pues hala, la suite bajo las estrellas ya está preparada—dijo haciendo el bobo con una ridícula reverencia para que me tumbase yo primero.

Me reí y pasé por delante de él.

Mi profesor fue al coche y del maletero sacó otra manta, vino junto a mí y la extendió para que nos tapásemos.

Lo agradecí, aunque cada vez quedaba menos para el verano, los días de primavera aún eran frescos y tener una manta por encima fue de agradecer

Además de eso me acerqué más a él, que no tardó en acogerme entre sus brazos. Sin duda alguna, el calor que emitía su cuerpo contra el mío era el mejor, el más arropador.

— Se ven bastante bien — apuntó Ian mirando hacia el cielo — con la contaminación lumínica que hay, sería raro que se vieran muy bien, pero bueno, no está mal — dijo.

— Coincido... Desde mi ventana no se ven así — puntualicé.

— ¿Reconoces alguna constelación? — me preguntó.

— Si... Aquellas dos... La osa menor y la mayor... Y más hacia allí está Orión — expliqué.

— Vaya. Conoces bastantes — sonrió — es raro que la gente de ahora se moleste en aprenderlas.

— A mi me gusta... Mi favorita es esa — dije elevando la mano. — El problema es que en verano no se ve.

— Es bonita... Dentro de ella hay otra más pequeña, como en forma de interrogación, ¿la has visto? — me preguntó.

— Si... Allí — volví a indicar con el dedo. El asintió y me atrajo más hacia él en el abrazo.

Yo bajé mi mano y él la agarró acariciando el dorso de mi mano con el pulgar.

Nos quedamos en silencio durante unos segundos, disfrutando de la mera compañía mutua, de la cual los únicos testigos eran las estrellas y la gran luna llena bajo la que estábamos tumbados.

—¡Eh! ¡Mira!—exclamó Ian de pronto señalando al cielo.

Le hice caso y vi una estrella fugaz.

—¿La has visto?—me preguntó ilusionado.

—¡Sí!—dije yo también al verla.

—Pide un deseo bicho—me recordó—y no se lo cuentes a nadie, no vaya a ser que no se cumpla.

Sonreí y cerré los ojos pensando en el deseo, cuando los abrí comprobé que Ian también había cerrado los ojos y apretaba los labios.

Sonreí al verle.

—¿Ya has pensado el tuyo?—le pregunté cuando abrió los ojos y me miró..

—Ajam... Pero ya sabes que es un secreto—me recordó

Yo asentí y me acerqué a él y deje un beso en sus labios.

— Pues mi mejor deseo eres tú... — confesé tímidamente. El abrió la boca levemente a la par que abría también algo más los ojos sorprendido.

Por si me ves, estamos destinados  -Contigo soy-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora