10. Una no-cita

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CAPÍTULO DIEZ

Los días siguientes fueron estupendos. Me dediqué totalmente al trabajo, a charlar con la gente durante la hora del almuerzo y a mantener varias conversaciones de texto con Jimin. Era absurdo lo emocionado que estaba por mi sesión del viernes por la mañana en el gimnasio, y si alguien me hubiera dicho hace cuatro semanas que estaría deseando hacer ejercicio, me habría partido de risa.

O tal vez no era tanto el ejercicio, como lo era el entrenador personal.

No podía negar que me gustaba Jimin. Él era todo lo que yo no era: seguro de sí mismo, magnífico, en forma. Deseable.

Pero también era precioso y encantador y divertido e intuitivo y amable. Era el tipo de persona que ayudaba a la gente cuando los demás no miraban, no por ningún tipo de beneficio económico, sino por el tipo de persona que era.

¿Estaba siendo amable conmigo por lástima? No lo creía. No era propio de él hacer eso.

¿Estaba siendo amable conmigo porque era su trabajo? Bueno, no podía estar seguro. Sonreía a todos como me sonreía, ¿verdad? No sabía a quién más llamaba o enviaba un mensaje o compartía recetas o fue de compras.

Cuando entré en el gimnasio, me preguntaba si mi enamoramiento por él era real o puramente por mi propio ego. Tampoco me importaba que reforzara mi confianza en mí mismo o que anoche protagonizara mi sueño, desnudo y glorioso, y con exigencias...

―Hey.― Jimin sonrió mientras se acercaba a mí. Evidentemente, acababa de terminar con otro cliente y se despedía mientras se alejaba. Entonces se centró en mí y se balanceó sobre sus dedos de los pies.

Dios mío, ¿podía darse cuenta de que había tenido anoche un sueño sexual que lo incluía a él? ¿Siquiera era eso posible? ¿Por qué tenía que mirarme así y por qué me sonrojaba?

―Hey.― Asentí con la cabeza, recordando cada detalle de lo que me hizo en mi sueño. ― Por cierto, estuviste increíble.

Él se medió rió.

―¿Qué?

Mierda.

―Lo siento, quiero decir que te ves muy bien, por cierto.― Sentí que mis mejillas enrojecían más.

―Uh, ¿gracias?― Era claramente una mezcla de confusión y diversión. ―Igualmente. Amo la nueva ropa de gimnasia.

―Oh, gracias.― Me aclaré la garganta y decidí iniciar la conversación. ―Entonces, ¿qué rutina de tortura vamos a hacer hoy?

―Sí, correcto ― dijo Jimin, mirando alrededor del gimnasio. Él juntó las manos. ― Hoy vamos a correr más y a hacer un poco de fuerza en el cuerpo.

―Excelente.

Empezó a caminar hacia las cintas de correr.

―¡Eso no suena tan siquiera sarcástico!

―Lo sé. Creo que la conversión ha comenzado.

Él puso la mano en la cinta, pero se detuvo y me miró.

―¿La conversión?

― Sí, la conversión por lavado de cerebro al lado oscuro. Ya sabes, ¿de la gente del gimnasio? Los que realmente les gusta el ejercicio.

La sonrisa de Jimin se extendió lentamente.

―Ah, la conversión.

Asentí con conocimiento.

―Da miedo, ¿eh? Primero fue cardio, entonces, hacer dieta. ¿Quién sabe en dónde voy a terminar?

Él se rió entre dientes.

El contrapeso perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora