Su padre no se tomó demasiado en serio sus palabras. Seguía siendo un niño, a fin de cuentas, y continuó en su llanto personal, aún de rodillas en el suelo, con la esperanza quebrada en mil pedazos. Había perdido toda voluntad posible. No sabía qué hacer.
Su hijo siguió sin flaquear. Solo tenía que esperar unas horas y recoger el dinero que su profesor le había prometido. De mientras, dejó las donaciones que le había hecho el resto del profesorado en la mesa del salón. Se encerró en su cuarto y no dio señales de vida hasta la hora acordada. La ubicación que le había especificado su profesor era bastante cercana a su casa, así que meros quince minutos antes salió con sumo sigilo de su casa por la ventana de su cuarto. Ni padre ni madre se olían lo que estaba pasando.
Llegó al sitio acordado incluso un poco antes de la hora acordada. No veía a nadie. Era una callejuela oscura, bastante siniestra e incluso algo fúnebre, como si muchos hubiesen caído en aquel triste lugar. Causaba horror y daba escalofríos. El niño estaba asustado, bastante. Si alguien le hubiese preguntado, no se habría atrevido ni a responder por la parálisis.
Pocos minutos después, escuchó unos pasos acercándose. Supuso que esa era la persona con la que tendría que hacer el intercambio.
Y ahí lo vio. Un hombre con traje negro y una venda tapándole la mitad de la cara.
—¿Tú tienes la mercancía? —Preguntó por lo bajo, casi susurrando. El niño asintió. —Hay que ver... Enviar a pobres mequetrefes a hacer algo así. Ese León tiene cada vez menos escrúpulos. En fin, tampoco me voy a meter mucho en eso. ¿Puedo ver lo que tienes?
—¿Y-y-y el dinero? ¿D-dónde está el dinero? —Después de ver al hombre, el pobre niño que quería salvar a su madre estaba todavía más asustado, aunque seguía con sus objetivos claros.
—Te lo daré una vez que compruebe que todo está en orden. Descuida, no saldré corriendo. Seré un drogadicto, pero no un hijo de puta.El chavalín todavía no sabía lo que era un "hijo de puta", mucho menos un "drogadicto", pero aquel hombre de siniestras pintas le convenció. Así pues, le cedió el paquete que llevaba para que comprobase su contenido. El hombre lo abrió con sumo cuidado, como si estuviese desvistiendo a su primera amante en una sesión tántrica, se llevó algo del contenido del paquete a la yema de su índice derecho y esnifó lo que sea que fuese aquella sustancia.
—Desde luego, esta es de la buena. Ese León tendrá una moral y unos principios totalmente rotos, pero tiene la mejor calidad. —El niño no tenía ni idea de quién era ese tal León, solo se sentía un poco aliviado por saber que ese hombre se había alegrado.
—¿E-entonces todo está bien? —Preguntó, aún con miedo y entre temblores corporales incontrolables.
—Más que bien, chaval. Me quedo con esto. Tú llevate esto de aquí. —Aquel hombre sacó del bolsillo interior de su chaqueta un sobre muy abultado. El niño lo abrió con aún más cuidado de lo que aquel abrió el paquete, y vio un montón de billetes del más alto valor dentro. No supo distinguir cuántos había en total, pero más de 20, eso desde luego. El niño jamás había visto tanto dinero junto. Rompió a llorar ahí mismo, a llorar de alegría. Por fin podría traerle la medicina a su madre. Volvería a verla sonreír.El otro hombre no dijo ninguna palabra más. Se podía imaginar la situación, así que tampoco pintaba nada más en ese escenario. Simplemente se fue con aquel extraño paquete, sin dejar mucho más rastro.
Por otra parte, el niño cerró de nuevo el sobre y salió a piso ligero a su casa. Le daba miedo pasear de noche, ya que sus padres siempre le decían que puede haber mucha gente peligrosa cuando todo se oscurece. Miraba tras cada farola, tras cada esquina de una calle, tras cada puerta, todo para asegurarse de que llegaba sano y salvo con el dinero a casa.
Una vez llegó a su casa, entró por la ventana de su cuarto de nuevo. Y, nada más pisar el suelo de su hogar, salió corriendo a ver a su madre. Solo esperaba que el esfuerzo que hizo no hubiese sido en vano.
Tal parecía que no lo fue. Su madre seguía ahí, dormida esta vez, pero viva a fin de cuentas. Su padre no estaba con ella. Fue a mirar al salón, y ahí estaba, bebiéndose una jarra de cerveza, aunque el niño estaba bastante seguro de que no sería la primera.
—¿Qué ocurre, hijo? —Para la sorpresa del niño, su padre parecía bastante sobrio.
—Podemos curar a mamá. —Le respondió tras tragar saliva, con el tono más serio que pudo.
—... ¿Qué dices, hijo? —Ni siquiera se inmutó.
—La verdad. —El niño arrojó a la mesa el sobre que acababa de conseguir. Su padre lo abrió sin esperanza alguna, pensando que sería alguna jugarreta de su hijo.Sin embargo, una vez abierto el sobre, el padre vio toda esa cantidad de dinero y se quedó atónito. Cuando pudo articular palabra, le preguntó a su hijo dónde había conseguido eso.
—Me vi con ese profesor que te dije que nos cae bien a todos y me dijo que me ayudaría así. Le dije lo que pasaba con mamá y se puso muy triste, así que nos prestó dinero.El padre sabía que tanta cantidad de dinero no se daba así como así, que había algo más. Pero no era momento de pensar en eso. Echó la jarra de cerveza a un lado, se levantó de la silla y salió corriendo a la tienda que vendía medicinas de las que necesitaban con el sobre escondido en su chaleco.
Antes de la media hora, volvió entre sudores y con una pequeña bolsa de tela que tenía la medicina que tanto ansiaban. Tenían forma de pastillas, así que fueron a ver inmediatamente a la mujer de la casa. Entre que el padre estaba fuera, el niño había despertado a su madre para decirle que habían conseguido dinero para su enfermedad. Ella estaba incrédula hasta que vio a su marido llegando con lo que tanto habían estado esperando.
—Te pondrás bien, mi vida. —Dijo su marido tras ofrecerle la pastilla que habían conseguido.