Naturaleza binaria

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Con el paso de tiempo, las experiencias han ido demostrando, o al menos dejando caer que la mayoría de todas las cosas constan de su contraparte. Donde hay frío, habrá calor. No hay blanco sin negro; aire sin vacío; perros sin gatos; cielo sin tierra, y un largo etcétera. Una moneda siempre va a tener dos caras. Y este parece ser el ejemplo más claro.

En la superficie, la ciudad más próspera de toda la región, donde el futuro es la máxima prioridad y la tecnología es punta, mas nunca parece ser suficiente. Todos quieren un poco más, avanzar un peldaño más arriba, o incluso diez si se presenta la oportunidad. De traer a alguien del pasado a la situación actual, seguramente no reconocería su ciudad natal, y ni siquiera hace falta irse muchas generaciones atrás. De hecho, con ir una sola generación de ancestros hacia el pasado ya es más que suficiente. En la ciudad del progreso, diez años son más que suficientes para hacer un cambio de paradigma lo suficientemente inmenso como para que quede irreconocible salvo por las caras que ahí residen, si es que no se han mecanizado.

Y, debajo de esa ciudad, se halla todo lo contrario. Una ciudad estancada, sin ningún aire futurista, que parece haber sido abandonada a su suerte, sin ninguna preocupación por los de arriba, donde, a priori, reside la peor calaña. Y, sin embargo, están más unidos que todos aquellos individualistas de la superficie que buscan su propio beneficio. Irónico, ¿verdad? Pero la ironía no es tanta cuando se para a analizar los hechos que están sobre la mesa.

El respeto es la prima máxima en aquella ciudad abandonada a su suerte. Ya hay suficiente miseria como para ir expandiéndola por las devastadas y polvorientas calles, eso lo sabe hasta un recién nacido. Aún habiendo un claro líder, lo es más por viejo que por sabio. Si se meten con él, se meten con todos, mas esto aplica a cualquier ciudadano de ese bajo mundo. 

No podemos decir lo mismo de la superficie, donde da igual si alguien desaparece si no pertenece a ninguna familia importante. Cada uno tiene su camino, y no le importan los demás. Los únicos alabados son los grandes científicos que presentan año tras año proyectos que podrían cambiar el porvenir de su ciudad o, incluso, el mundo entero. Esto es sabido en todos sitios, ergo, cada persona que quiere labrarse un futuro prometedor intenta ser ese aclamado científico, esa venerada imagen por el resto de la historia por introducir un invento revolucionario. Por este motivo, la tasa de éxito es, contrario a lo que se suele creer, altamente baja, menos de un diez por ciento. Hay tanta competencia que es extremadamente difícil destacar.

Nada que ver con el bajo mundo, donde el que invente algo tan simple como una manivela ya es recibido por todos como un gran inventor, hasta que viene otra persona y crea algo más innovador. Después de todo, lo más aclamado en aquella ciudad es el alcohol y la comida caliente. El que tenga ambas cosas en una vivienda propia, es considerado prácticamente rico en aquella zona. Y, sin embargo, lejos de ser atacado, insultado o incluso codiciado por ese "estatus", la gente le tiene más aprecio sincero, y no aprecio interesado como suele ocurrir allá arriba. 

¿Cómo puede ocurrir que dos ciudades tan cercanas sean tan dispares? Nadie creería que una tiene algo que ver con la otra, eso desde luego, y sin embargo, están estrechamente relacionadas. Hasta que alguien ose levantar el fuego y empezar una separación como es debido. 

Pero nadie quiere eso. Los líderes de ambas naciones, que realmente son una sola, saben que eso no traerá ningún beneficio a ningún bando. Así se formaron los acuerdos de paz entre ambas partes, pero si se llegaban a romper, empezaría lo inevitable. Había algunos ansiosos por ese momento, en especial los de abajo, quienes eran inevitablemente reprimidos por los de arriba cada vez que bajaban a echar un vistazo. Las miradas de superioridad, de asco, los "golpes inconscientes", las pisadas, el lenguaje despectivo... Era obvio que nadie iba a ser bien recibido así. 

Normalmente, las cosas se quedaban en eso. Hasta que alguien cruzó la línea que no debía. Fue directamente al jefe y le dio un golpe claramente intencionado en el medio de la cara, seguido de otro en la cabeza con una botella de cristal. Y ese hombre no estaba solo, iba con otros 4 de los suyos. Inmediatamente, todo el bar en el que estaban se volvió en su contra, como era de esperar. Naturalmente, aquellos cinco hombres iban mucho mejor armados que cualquiera de las personas del bar, que lo máximo que tenían era bates con algunos clavos en ellos, mientras que los de arriba tenían hasta armas de fuego. Y, a pesar de ello, esas armas fueron arrebatadas en cuestión de segundos. Si bien la tecnología ayudaba, la desmedida inferioridad numérica no ayudó. 

Las cosas podrían haber acabado ahí para esos cinco imprudentes, hasta que el jefe, aquel que recibió el primer golpe, los dejó ir. Eso sí, desarmados, y con una amenaza clara: si volvían a actuar de esa forma, sería lo último que harían en sus vidas. 

Aquel grupo volvió a la superficie. Podrían haberse callado para que prosperase la paz, podían haber intervenido de una forma totalmente distinta, pero decidieron reunir a todos los soldados que pudieron para hacer otra incursión hacia esa mugrienta ciudad para arrasar con todos, pero especialmente con todos los de ese asqueroso bar. No querían dejar a ni uno solo con vida. 

Si un superior les hubiese visto, les habría echado a ellos la culpa y habría intentado mantener la paz entre ambas partes lo mejor posible, pero nadie les escuchó salvo ellos mismos. Y la individualidad, el orgullo, iba por encima de cualquier sentimiento de seguridad, de paz o de armonía. En la otra cara de la moneda, les dejaron escapar precisamente por eso, porque sabían lo que se avecinaba.

Bienvenidos a los campos de juego.

Noviembre de relatos #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora