Ah, cómo me gustaría en estos momentos una buena pizza recién horneada, con masa que todavía huele un poquito a leña, con ese olorcito suave del tomate bien hecho... Me da hambre solo de imaginarlo. Sería algo tan bonito... Hay gente que pide amor, dinero, fama, poder... Y yo lo único que quiero es un buen trozo de pizza en mi boca para disfrutar de los pequeños placeres de la vida sin irme mucho más allá. Si tuviese dinero para comprar tantas pizzas como quisiera, ya no serían pequeños placeres.
Ah, ¿dónde estará esa pizza? El local de siempre estará cerrado para cuando esté merodeando por sus alrededores, así que no es una opción. Una pizza precocinada está bien, pero desde luego no es lo que me quiero meter en la boca pudiendo optar por ese pequeño plus de placer.
Ah, ¿cuándo podré tener esa pizza? No será hoy, posiblemente tampoco mañana. ¿Necesito un motivo real para darme ese capricho? O, ¿me puedo dar el capricho si el motivo real ha ocurrido ya y no se ha celebrado? ¡Qué dilema!
¡Ni un duro en la cartera, pero mucha gula en la barriga! La precocinada desde luego no es lo mismo que una de verdad, mas sirve para satisfacer al paladar. Llegado a mi hogar, enciendo el horno y directamente, miro a aquel manjar. Está feo cambiar de confidente por dinero, pero oh, ¡cuánto daría por tener una pizza de aquel italiano y no una del invernadero!
Son sentimientos similares, pero desiguales. No me comparen una masa perfeccionada por manos de la cuna de la pizza, a una masa gruesa y sin personalidad, como aquella persona de clase cuya voz adormecía estuviese contando un chiste, una historia de terror o una anécdota sin nada especial. A fin de cuentas, esa persona y el mejor humorista del mundo son ambos personas, igual que, por fortuna o por desgracia, lo son una pizza precocinada y una pizza recién hecha con los mejores ingredientes. ¡Cuánto daño ha hecho la igualdad!
Qué sensación de amor-odio tan intensa. Forma de pizza, podríamos decir que hasta sabor de pizza, pero nada que ver con una pizza. ¡Válgame Dios, si se acaba de despegar una superficie entera de queso por haber dado un mero bocado! Vine queriendo pizza, ¡y me acabé comiendo el pariente de un polvorón! Se estará acercando diciembre, ¡pero no es motivo para contagiar de espíritu navideño hasta el material que tengo en el interior de mi nevera! ¿Dónde se ha visto una pizza deshaciéndose de un mordisco como una vulgar hamburguesa del país que abraza al capitalismo? ¡Qué sucio me siento!
Los primeros bocados son siempre los más dulces, mas los últimos siempre son los más culpables. No debes continuar, pero sigues, ingiriendo como si de tu vida dependiese aquel sucio trozo precocinado de lo que debería ser toda una diosa, ¡menuda blasfemia tan grande la realización de una burda imitación de la más sagrada comida, igual que sus creadores imitaron a los dioses del Olimpo! ¿Qué opinaría Zeus de este acontecimiento? ¿Lo creería una venganza adecuada, creería que ni siquiera ellos se merecen tal tragedia, o trataría de encontrar a una concubina italiana que le hiciese de aquel manjar para que fuese su ofrenda durante el resto de su divina vida?
Ah, qué sensación tan agridulce al poner fin a la existencia de una vulgar pizza precocinada. Por dentro, en el estómago, te sientes más que satisfecho, pero espiritualmente, es una punzada como cuando le mientes a tus padres, cuando le fallas a esa persona de confianza. Una sensación de culpa que no podrás quitarte hasta dentro de solo Zhang Lang sabe cuánto. ¡Incluso él, que nada tiene que ver con los ítalos, sabría discernir entre una pizza precocinada y su versión original! ¡Hasta aquel infectado con la peor de las enfermedades, que se ha quedado sin gusto a su costa, sabría decir cuál es la copia y cuál la real! ¡Cuánta injusticia el no poder crear ese pequeño gran placer al instante!
Cierto es que el bello cuerpo de una damisela también tiene que florecer, ¡ilegal sería posar las manos encima de una antes de tiempo, igual que en la masa de una pizza! ¡La levadura tiene que hacer su efecto, nunca se debe sacar antes! ¡Que me aspen si le meto el dedo siquiera antes de que haya sido el momento indicado! ¡Ni por asomo intentaría comer una pizza cuya masa esté inmadura, lo mismo con las damas! Por fortuna, no existen las mujeres precocinadas, ¡menudo esperpento sería de existir algo así! Una dama que se puede hacer tal en menos de veinte minutos, ¿¡qué nefastos servicios podría ofrecer?! ¡Seguro que hasta el aliento le olería mal, y tal vez las manos se le caerían como el queso de las precocinadas! ¡Sí, en definitiva, me gustan las pizzas como me gustan las mujeres: bien hechas, de buen sabor y sin caerse a trozos!
Pero basta ya de idolatrar a mi divinidad favorita. Aún no sé con total certeza cuándo o dónde la podré encontrar, lo único que sé es que, tarde o temprano, nos reencontraremos, y mis labios y lengua le darán una cálida y pasional bienvenida antes de que llegue a mi estómago. La acogida procuraré que sea de diez, de igual forma que procuraré que la misma pizza sea de diez. Tras todo este tiempo, no permitiré seducirme por ninguna copia barata, ¡aunque hoy haya sucumbido al pecado de consumir una de esas horrendas precocinadas! ¡Perdonadme, ítalos! ¡Perdóname, Zhang Lang! ¡No volveré a realizar tal atrocidad ante vosotros! ¡Si alguien me encuentra nuevamente con una vulgar copia posándose sobre mi lengua, que me la corten y así me sirva de escarmiento!
Por hoy, voy a concluir mi santificación a aquella belleza. Espero no ser el único capaz de dedicarle unas bellas palabras a la que es, sin duda alguna, la diosa de la comida. No dudaré en defenderla a capa y espada si cualquiera osa ponerle un dedo encima con malas intenciones, o si osa poner a su copia por encima.
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