Tirón de cable

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¿Qué haces cuando las acciones más básicas de tu día a día dejan de ser básicas porque has perdido un elemento clave a la hora de realizarlas? ¿Qué pasaría si, de un día para otro, perdieses el acceso a toda la información?

Un día normal de otoño como cualquier otro. Despierto con una sensación muy agradable de frescor por todo el cuerpo, incluso estando tapado por una manta. La almohada se siente mucho más cómoda que de costumbre, la cama parece querer mantenerme acostado durante bastante rato, y quién soy yo para negarme a tal propuesta.

Después de estar más tiempo del debido acostado y pegado a las sábanas, bajo de la cama como es costumbre y enciendo mi ordenador tras revisar los mensajes que tenía en el móvil. Un día con inicio vago como cualquier otro.

Tras unas pocas horitas de procrastinación, ocurrió. De forma repentina, se apagó el ordenador, se perdió la conexión a Internet, dejaron de funcionar los datos móviles, todo. "Un apagón sin más", pensé. Pero las luces seguían funcionando. El horno seguía funcionando. La nevera seguía funcionando. Probé a reiniciar todo lo que se había apagado, pero fue en vano. No se encendían siquiera los dispositivos.

Usé mi teléfono para lo que se suponía que estaban diseñados en un principio: llamar. Pero tampoco había cobertura. Estaba totalmente desconectado.

Al margen de algunas conversaciones que estaba manteniendo, tampoco me importó demasiado al principio. Es más, hasta me permitió relajarme un poco. Tanto tiempo estando en redes y sin hacer vida más allá del mundo virtual me acababa fatigado en bastantes situaciones. Fui a hacerme algo de comer, y ahí noté que me faltaba algo: la música que siempre usaba para acompañar. Afortunadamente, tenía algunas canciones descargadas, así que usé esas en lugar de la conocida aplicación que requiere de conexión a la red.

Comí tranquilamente en el balcón de casa mientras miraba a la gente pasar. Parece que aquel extraño fenómeno ocurrió en toda la zona, ya que estaba viendo algunos rostros que no me sonaban en absoluto. Y muchos adolescentes con pintas de estar especialmente preocupados, en concreto. Algunos gritos quejándose de que se había ido Internet, otros que no les iba WhatsApp... Un circo.

Incluso tras haber terminado de comer, todavía me apetecía quedarme un poco más observando. Definitivamente, gran parte de las personas no estaba preparada para vivir sin las tecnologías de la información, como quien dice.

Yo, por mi parte, más bien estaba aburrido y me daba algo de lástima que a varias personas que viven lejos les hubiese cortado la conversación así, aunque ni siquiera fuese culpa mía. A falta de algo que hacer, salí a dar una vuelta por el pueblo aprovechando el tan agradable clima que hacía.

Sin embargo, bastaron veinte minutos para arrepentirme de ello. Nada más salir e irme acercando al parque, pude ver a la lejanía un cúmulo de gente dando voces que llegaban hasta mí, que estaba a más de doscientos metros de distancia. No pude discernir demasiadas palabras, ni siquiera de aquella señora que gritaba pisando totalmente a las demás, pero pude averiguar que estaban hablando acerca del extraño apagón que había ocurrido. Con tanta gente ahí, decidí dar media vuelta, volver a casa y prepararme otra taza de té.

El aburrimiento estaba empezando a ser algo más intenso, así que me puse a escribir en las notas del móvil sobre la situación. Parecía como el inicio de un videojuego o de una película post-apocalíptica en sus inicios. Cualquiera diría que ese escenario era imposible de darse. Y, claro, ninguno sabía si este fenómeno estaba sucediendo en otras partes del mundo, puesto que las televisiones tampoco tenían señal. La única forma de saber algo era a través de la gente con cierta importancia, y esto pareció ser muy obvio, ya que por curiosidad había ido hasta el ayuntamiento del municipio y, francamente, había visto estadios de fútbol con menos gente que en esa aglomeración enfrente del edificio del alcalde. Tuvo que salir con un megáfono a la parte alta solo para decir que él tampoco sabía nada.

Me tomé la libertad de analizar un poco a las personas que había ahí. Obviamente, la mayoría eran jóvenes. Había algún que otro anciano al cual me acerqué a preguntarle en qué le afectaba, pero mi curiosidad se desvaneció tan pronto como cuando escuché la primera respuesta: "¡Por el fútbol, ¿por qué si no?!"

Ni siquiera la gente mayor se podía tomar una situación así con calma. Las comodidades existentes acababan de desacomodar a todo el mundo. O eso parecía ser.

Mucha gente, me incluyo, fue a la capital para ver cómo estaban las cosas por allá. Y bueno, parecía eso Carnavales, pero apestando a ceniza en lugar de a alcohol. Mucha gente había enloquecido y había empezado a quemar contenedores y a echarle la culpa a cualquier cadena de supermercados sin motivo aparente. Para llegar al ayuntamiento había que pasar a través de más de miles de personas. El tráfico en la ciudad estaba cortado por todos sitios. Pobres de aquellos que se habían dado cuenta del apagón en plena jornada laboral y ahora estaban volviendo a sus hogares.

Mantener la calma no era una opción. Alboroto por todas partes, objetos punzantes tirados por el suelo, alguna persona incluso también. Realmente parecía el apocalipsis. Tanto movimiento por unas horas sin acceso a lo que se habían acostumbrado a usar.

Me fui a los lugares más recónditos de la isla, lugares que solían estar reservados para aquellas personas que buscaban tranquilidad. Como aquel claro en medio de la reserva natural más bonita, por ejemplo. Y sí, había más gente, pero parecían estar más relajados. Vi a algunas parejas que estaban disfrutando del clima. Les pregunté, no sin antes pedir permiso, que cómo estaban tan tranquilos con lo que estaba pasando.

"Que de repente se haya caído todo y no podamos ni siquiera ver vídeos graciosos es solo otra excusa para poder salir juntos a disfrutar de nuestra compañía. ¿Se imagina que realmente fuésemos dependientes de las redes para saber interactuar? Qué ridículo, ¿no?"

Noviembre de relatos #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora