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          Nuestra dulce tortura.

                            M.N.G.S                                        

¿Qué es el amor? 

¿Realmente es tan hermoso como aparenta, o es solo otra ilusión que el mundo entero parece padecer?
Para mí, el amor no son partículas, o un proceso neurológico complejo, ni siquiera un sentimiento o una emoción. Para mí, siempre ha sido agonía.
Una hermosa y dulce tortura.

Y la adoraba.

En un día de agosto, mis ausentes padres organizaban su semana mientras empacaban apresuradamente, hablando para sus adentros, pero con la certeza de entender lo que el otro formulaba. No se percataron de que los observaba embobada en su cercanía, deseando tener un momento parecido alguna vez en mi vida.

—William!, no encuentro el...— mi padre sin mirarla arrojó un adaptador, necesario para su viaje internacional.

Mi madre con gran habilidad, atrapo el cargador metiéndolo en la mochila de viaje azul, que me recordaba, por su tamaño, que su viaje no será corto.

Hacía poco tiempo, mi padre había conseguido un trato directo con una editorial para publicar su mejor obra, como él la llamaba, un libro algo pretencioso para mi gusto, que expresaba claramente la maravilla del sexo.

Mis padres se habían conocido en la universidad al estudiar sexología y era muy evidente, por los constantes ruidos en su habitación, que era hermoso. Debía ser una pena contar con una hija que no sentía conexión alguna con ellos, o con el enfoque de su profesión.

—Prométeme que cuidarás la casa...— decía mi madre, ya impaciente porque le respondiese para subir al avión junto a mi padre. No le inmutaba que me quedara sola por un año. Siempre había sido así, ella solo tenía ojos para su esposo, el sexo, su trabajo, su esposo y el sexo.

—Sara, se nos hará tarde—le susurró al oído tomándole del brazo, casi exigiendo que se fuera sin despedirse de mi.

—Lo prometo, ahora váyanse, el avión no sabe qué tan importantes son, no los esperarán— contesté con una sonrisa torcida, sin esperar reacción alguna.

—adiós hija

Caminaron tomados de la mano, sonriendo y riendo, dejándome atrás. Aún dolía. Quizá más de lo que me gustaría aceptar.

                                                                                                 ∞

Nuestro pueblo era un lugar pacífico, en donde todo mundo sabía con quién se acostaba el vecino, pero eran demasiado amables como para declararlo abiertamente. La tarjeta de crédito de Sara se encontraba en la cocina, la cual estaba destinada principalmente a pagar facturas. Nuestra casa era muy amplia porque los consultorios de mis padres se encontraban en ella. No me dignaba a entrar a ese mundo, me había horrorizado al encontrar todo tipo de revistas, libros y juguetes, destinados a ayudar a los demás con sus problemas en la cama. Mis padres habían hecho todo juntos, excepto criar a su única hija, que habían creado con su amor. Imagino que es una parte del sexo que no viene en los libros.

Las horas pasaban, los días pasaban, y no había ningún mensaje en el buzón. Era tan común en ellos que no me dejaban alternativa que ser yo la que los llamara. Justo cuando pensaba que no iban a responder, al quinto pitido, respondió una voz masculina, proveniente de un extraño conocido.

—hija, íbamos a llamarte, pero todo se ha atrasado un poco

—tranquilo, solo quería saber si no habían muerto— conteste con son sarcástico, como era usual.

No respondió por un momento, creándome un sentimiento de decepción.

—hija debo irme, vamos de salida.

Y sin más, colgó.  

La cama estaba fría, por la ventana que se había quedado abierta todo el día. Me gustaba sentir un poco de frío, aunque no me dejase dormir. Me permitía mirar la textura del techo, observando las figuras irregulares que generaban. Mis pies estaban separados de sí, ya que al juntarse sentía el frío emanar de ellos y me obligaría a cerrar la ventana. Al poco tiempo, consideré que era suficiente frio para conseguir hipotermia y me levanté estirando las manos para no caerme. Al abrir las cortinas, que se balanceaban por el fuerte viento, logré ver una figura en la noche, entrando en la vacía casa de al lado. Pareció sentirme, ya que se quedó parado por un momento; la luz de la luna reveló que se trataba de un hombre.
Esa noche soñé con descubrir quién era esa aparición.

Nuestra dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora