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El espanto de su rostro inundo mis pupilas, su corazón se salía de su pecho, y sus ojos llenos de furia me miraban intentando ocultar la verdadera emoción que sentía, la tristeza. En ese momento sentí que era una simple espectadora de este torbellino de vida.

Todo parecía irreal, todo parecía falso, todo parecía, nada. 

Ambos caímos en cuenta de una gran verdad.

Su reacción fue la cosa más hermosa y horrible que pude haber visto.

Ahora comprendía que su sentimiento hacia mí, era igual de fuerte que el mío hacia él. Cada uno deseaba en juntar nuestras pieles, nuestros labios y jamás soltarlos. Observar nuestros ojos durante horas, comunicando todo lo que sentimos con ellos. Pero poco sabíamos que todo aquello, era imposible. Porque estaba prohibido. Era ilícito. Era desagradable e inmundo.

Ya no prestábamos atención a las voces de los demás, sino a nuestras propias voces, las que nuestra cabeza creaba sin parar, abrumándonos con su terrible verdad. Con nuestra verdad. Todo siempre era nuestro. Sin embargo, lo único, lo que verdaderamente jamás podríamos tener, era nuestro amor. 

Eso ya no nos pertenecía.


Nuestra dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora