Ya eran las dos de la madrugada, y aún me encontraba en la habitación de Noah, la cual ya había recuperado su olor. Él y yo seguíamos abrazados, pero ya habíamos dejado de llorar. Lamentaba que sus padres habían tenido que experimentar la muerte de su hija para mostrarle la atención que merecía su hijo. ¿Así sería conmigo? ¿Tendría que morir para que mis padres me prestaran la atención que en el fondo me hacía falta? Conocía la respuesta; tan metidos en su trabajo y en ellos mismos, que habían olvidado que yo soy el producto del amor que constantemente se demostraban. Me molestaba un poco, en el mismo grado en el que antes me causaba tristeza. La única diferencia de Caroline y yo, era que no buscaba la atención que no obtenía de mis padres en los demás, la buscaba en mí, y por mucho tiempo fue suficiente. Ella no deseaba morir, deseaba escapar. Yo deseaba morir, y no escapar. Pero morir era lo mismo que escapar.
Desde los 14, había tomado medicina para poder dormir. Pensé que mi compañía era la única que necesitaba, pero al parecer mi compañía no me era muy grata. Todo había cambiado en cuestión de segundos. Ahora lo que más deseaba era vivir, sentir todo lo que tenía que sentir, vivir lo bueno y lo dificil, besar los labios de Noah y respirar su aroma. No lo dejaría nunca, e intuía que sería una promesa que cumpliría.
—quédate conmigo esta noche— le separé de mis brazos, asustada por su propuesta, mirándolo confundida. Imagino que noto mi pánico y dijo rápidamente:
—me refiero a dormir— solté un suspiro, muy aliviada, riendo incómoda por mis pensamientos inmorales. Dejo de sonreír, quizá espantado por el hecho de que negara su proposición.
—está bien
Ya de pie, después de disponer nuevamente de la música, Noah se dirigió a su cómoda mientras yo observaba aún más su habitación. Los libros que se ubicaban en su escritorio están ordenados por altura, sus lapiceros estaban ordenados por marca y sus libretas estaban apiladas perfectamente.
—¿qué color te gusta?
—lila— respondí sin dejar de mirar la edición de cumbres borrascosas en su colección de libros.
Sentí un silencio muy largo e instintivamente deje de mirar sus libros y voltee únicamente para encontrarme a Noah cambiándose de camisa. En vez de mirar a otro lado, miré todo lo que pude en esos segundos de su torso descubierto. Su piel parecía tersa. Su clavícula estaba marcada y conforme bajaba los ojos notaba su fuerte abdomen. Notó que lo miraba al voltearse hacia mí, creando una risita casi imperceptible. Me sonrojé al darme cuenta de que si hubiera volteado antes le habría visto cambiarse de...
—ten— me dijo interrumpiendo mis pensamientos sucios ofreciéndome una muda de ropa color lila que era exactamente igual a la suya
—¿cuántos colores tienes de la misma prenda? — pregunté bajando la cabeza, alzando ambas cejas. Se quedó un rato pensando y decidió volver a abrir el cajón
—azul claro, verde claro, blanco, negro, lila, amarillo y marrón— volvió a mirarme cerrando el cajón, asegurando con la cabeza, muy orgulloso de sí mismo
—¿marrón? Dios, deber hacer cita con un doctor, o mejor con un psiquiatra— le lancé bufoneando
—los psiquiatras no son para gente sana, mejor déjales los asesinos, los violadores, o ¡a las chicas que se burlan de un color genial!— se lanzó hacia mí, dándome cosquillas, provocando que corriera detrás de su cama para esconderme.
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Nuestra dulce tortura.
RomanceCamilie y Noah, quienes recientemente se habían conocido, forjaron una amistad igual de fuerte que un diamante. Pasarían todo su tiempo juntos, olvidándose de todo lo demás y de todas sus sombras. Pronto, su amistad se iría transformando, del amor h...