∞ 16∞

1 0 0
                                    


Justo después de ponerme mis habituales pantalones cortos, camisa blanca y acomodarme el cabello, el teléfono de la cocina sonó. Lo puse en alta voz porque debía buscar mi delantal morado.

—hola papá, ¿cómo están?

—no hija, soy yo, te llamé para avisarte que mi hermana llegara al pueblo, y necesito que le des algo

—¿tu hermana?, ¿a la que le dejaste de hablar?

—rectifico, fue ella quien dejo de contactarse. Pero si, ella

—¿que quieres que le dé? ¿Sabes cuando llegan o donde se ubicarán?

—te lo diré después, tu padre me llama, adiós hija, ¡paga lo de este mes!

Esa había sido la segunda conversación más larga que habíamos tenido. La primera fue algunos días después de que William me había recordado de pagar a un jardinero. No dejaba de regañarme por no hacer lo que debía, como, por ejemplo, no pagar a un jardinero. El día después de, me decidí por pedirle a Noah que me ayudara con el jardín. Odiaba la suciedad, pero no tanto como observar algo desigual, o que no era perfecto.

Trajo su podadora de su garaje, y comenzó a cortar perfectamente el pasto de igual que tanto odiaba. Le miraba, hipnotizada por el movimiento de cuerpo y la vibración de sus brazos, producto del movimiento de la podadora. Se había quitado la camisa antes de empezar a trabajar, y esto hacía que unos minutos después de haber empezado, se le notaran las gotas de sudor en las puntas del cabello, cayendo por su pecho.

«Dios, que calor», decía limpiándose el sudor de la frente con el brazo

Ahora cortaba las orillas del patio con unas tijeras, en cuclillas, rectificando que todo estuviera inmaculado

Sin que se diera cuenta, entre a la casa, llene un recipiente con agua helada, y después de ver que estaba a sus espaldas, arroje toda el agua en él

—¡para que te enfríes un poco!

—AHH! —grito tan fuerte que provoco que saliera corriendo por el miedo a su reacción, riendo por nerviosismo. Supe en donde no podría atraparme

—CAMILE!, ¡vas a ver cuando te atrape!

Le miré con mucha superioridad, en el interior de mi casa

—si pasas, mojaras y ensuciaras toda la casa, aparte, no he limpiado la casa en mil años, tus pies entraran en contacto con la suciedad

Me miro con una cara tan ardiente, que por un momento creí que se atrevería a pasar y dejara un lado todas sus fobias y manías. Pero no lo hizo.

Le aventé una toalla que ya había preparado. Se quedó paralizado con la toalla en su cabeza. Después de un tiempo, comencé a ver como su cuerpo se movía por la risa. Ambos no dejábamos de reír.

Ya me encontraba cerca de la puerta de entrada, cuando Noah abrió la puerta. Siempre usaba lo mismo, su pantalón de mezclilla pegado y su camisa de colores lisos. Tenía tantas camisas iguales que a veces pensaba que no se cambiaba, pero siempre estaban perfectas, sin ninguna mancha y planchadas.

Claro, el único color que jamás le había visto vestir, era el gris.

—¿por qué siempre abres antes de que golpee la puerta?

—porque siempre sales de tu habitación cuando ya estas lista—

Claro, su ventana. Me preocupaba el hecho de que pudiera verme cambiar de ropa, pero la idea no me disgustaba.

—y me dices rara a mi

— hizo una mueca de felicidad, entrecerró los ojos y con la voz suave me declaró:

—ambos somos raros—

Al entrar a su casa, inmediatamente noté nuevamente el olor a limón de la cocina de los Walkers.

—¿esta lista para cocinar pay, señora Walker?

—nena, llámame Marie

La familia Walker, por muy ausente que habían estado en los años de crecimiento de Noah y Caroline, era muy agradable. No se incomodaban por mi humor e incluso usaban sarcasmo, un sarcasmo pésimo, pero graciosos por lo terrible que era. Les conté los secretos de la masa del pay, la cual en vez de ser la típica masa de mantequilla, harina, sal y azúcar, empleaba hojaldre. Era tan difícil y tardado hacerla, que hacia montones y las guardaba para otros días. El relleno, a mi parecer, era nostálgico. El típico sabor nostálgico, que los niños recordaban y probaban a escondidas, hecho por todas aquellas madres que tenían brazos como malvavisco, que eran hechos especialmente para arrullar a sus hijos cariñosamente, dejando que su cabello largo les hiciera cosquillas en la nariz. A mí, ese sabor era nostálgico por el hecho de recordarme mis días solos, haciendo y comiendo pay, sola en el sillón cómodo de mi hogar. Pero ahora, tendría un mejor recuerdo, uno que taparía el anterior con mucha felicidad. La harina que le había aventado a Noah, la mezcla de felicidad y tranquilidad que me provocaban las risas de los Walkers, el olor a canela y su unión con el aroma a limón de la cocina de Noah. El dulce recuerdo de no estar sola.

 Pero ese momento, duraría muy poco, y se convertiría en un recuerdo de agonía.

Nuestra dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora