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Cada mañana, en camino a mi escuela preparatoria, flotaba en el aire en mi regular rutina de entre semana, comiendo cereal y leyendo su información nutrimental esperando encontrarme con algo más interesante que las personas que pasaban 15 minutos en los cuartos de limpieza.

Mi colegio era muy grande para ser una preparatoria de un pueblo; en la entrada se encontraban todos los lockers con sus números marcados en medio de sus puertas y cada uno con candados de números. Los pisos rechinaban al ser pisados por los zapatos de los alumnos, el aire se hacía más cálido conforme los alumnos llenaban la escuela, lo notaba todo aún con los audífonos en mis orejas, escuchando mi lista usual para patinar de las mañanas. Pero ese día en especial, me sentía distraída, no solo mis pies estaban en las nubes. No dejaba de analizar a Noah y su familia. Tenían algo tan familiar que podía leerlos, sin embargo interpretar mis pensamientos era más complicado.

Pensaba en si Noah vendría a mi escuela. No dejaba de imaginar pequeñas conversaciones de nosotros al recorrer el pueblo para llegar a nuestras casas, todo porque realmente no conseguía tener una conversación normal, sin un tono sarcástico. A la gente le molestaba.

Noah parecía ser mayor, no esperaba que tomara clases en mi clase escasa de un miembro, quien tuvo que mudarse por el constante rechazo de sus compañeros.

Para mi sorpresa, lo seguí con la mirada al notar que entraba con su característico paso de león por las puertas abiertas de par en par de la escuela. Su pantalón de mezclilla un tanto apretado y su camisa negra, le hacía parecer muy común. Pero su cabello rizado y ojos resplandecientes me tenía atrapada en algo que no había conocido hasta ese momento, interés. Al acudir al locker número 13, que se encontraba cerca de la puerta de entrada, me desabroche los patines, alzando las piernas, mirando el metal pintado que conformaba el locker. Ubicaba con mis oídos y cualquier otro sentido que sirviera, el paso de Noah.

—hola, extraña— la música clásica que ya no percibía, no se comparaba con la belleza de su voz. Me recorría la piel como una seda suave, provocando que mi vientre se contrajera, y mis sentidos se abrumaran, como si hubieran encontrado la más maravillosa de las sensaciones. Evidentemente era la primera vez que alguien me hablaba voluntariamente.

Voltee encontrándolo frente mío, serio, esperando una respuesta.

—Hola... extraño— sonreí levemente mirándolo a los ojos, esperando no intimidarlo, como pasaba con todo mundo.

—no sabía que estudiabas aquí, esperaba que fuera aburrido sin una cara conocida— lo mire con sarcasmo, provocando un bufido

—sí, no era muy probable encontrarme en la única preparatoria del pueblo— divertida, entrecerré los ojos, con la esperanza de observar cómo reaccionaba. Esbozo una sonrisa plural, entrecerrando los ojos con su sonrisa torcida.

—me gusta tu sonrisa— le lancé, arrepintiéndome al instante. Tenía la costumbre de no filtrar mis palabras, diciendo lo primero que pensaba. Pronto abrió los ojos. No parecía estar acostumbrado a los repentinos cumplidos y observaciones sin filtrar como las que yo solía expresar.

—me gustan tus ojos, parecen cristales rotos

Me miraba con delicadeza, justo como lo hacía yo. El timbre sonó después de una eternidad que esperaba tener otra vez. 

Me encontraría con su sonrisa de nuevo, sus rizos y sus ojos ámbares.

Algunas semanas había pasado, con la misma rutina, pero distinto objetivo. Esperaba siempre llegar temprano, lamentablemente omitiendo la lectura crucial de la información del cereal, para mirar el cuerpo de Noah balancearse mientras cruzaba la entrada de la escuela. Las chicas le miraban sin dignidad; si se pudiera coger a alguien con la mirada, ellas lo hacían. Noah pasaba sin falta a saludarme al abrir su locker número 10, algunos pasos a lado del mío, usando ese adjetivo que nos representaba, aunque ambos sabíamos que no era cierto que fuésemos extraños. Sus ojos, al resplandecer con la luz del sol de la mañana, eran tan adictivos, que no deseaba que nadie los viera más que yo, como tampoco confiaría la tristeza que se escondían detrás de ellos.

Los dos habíamos estado solos, de una manera u otra, en esta gran montaña que es la vida. Él no se percataba de lo atractivo que era, de modo que no lo empleaba a su favor para tener vida social falsa. En cambio, yo, no me acercaba a nadie porque ellos mismos no lo deseaban, por temor a mis ojos observadores y su crudeza. Entendíamos la soledad, y la seducíamos. 

Nuestra soledad.

Nuestra compañía se dedicaba al sarcasmo, al humor negro y los pensamientos existenciales que cualquier adolescente intenta comprender y resolver. Todos llenos de una gran verdad; nada realmente importa.

—¿porque no me dijiste que te llamabas Angelina? — genial, ya lo había descubierto.

—¡porque suena horrible!, Angelina Camille, siempre he creído que mis padres colocaron mal los nombres en el acta de nacimiento.

—debo ser sincero, si suena fatal.

—¿tú no tienes un segundo nombre?

—sí, y a diferencia del tuyo, no es tan malo

Le empuje creando un gran estruendo al golpearse en el metal del locker, haciendo que todos nos voltearan a ver.

—celosa, mi nombre es maravilloso

—si es tan bueno, porque no me lo dices

—Evans, Noah Evans

Nuestra dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora