∞
Ahora entendía el porqué de la repentina aparición de un hombre a mitad de la noche, el cual resultaba no ser un hombre, más bien un apuesto chico, hijo de mis nuevos vecinos, que se habían mudado de alguna ciudad en busca de algo que desconozco.
Quizá tranquilidad.Inconscientemente, después de mi rutina de los fines de semanas (patinar sin protección en las zonas lisas del pueblo, con las canciones de Beach House inundando mi cabeza, hasta cansarme de flotar y vivir) prepare la única receta de repostería que conocía, pay de manzana, con la intención de acercarme más a la familia misteriosa de al lado.
Toque el timbre una vez, y la puerta no tardó en abrirse, mostrando una sonrisa de oreja a oreja de una mujer muy hermosa, con el cabello ondulado y mirada apaciguada.
Era increíblemente parecida a mi madre, solo mucho mayor y con cabello rizado. Aunque sonreía, sus ojos no revelaban la misma felicidad. Estaban rojos, quizá por un llanto muy prolongado y retenido.—Hola, señora Marie, les hice pay— dije alzando un poco el pay, presumiendo su olor a canela.
—muchas gracias mi niña, pasa por favor— abrió la puerta en su totalidad, mostrando una casa muy iluminada de madera blanca y piso resbaladizo. Al entrar me enseñó el camino a la cocina, que estaba unos metros enfrente de la puerta de entrada. La mayoría de cajas estaban desempacadas, dejando un olor a cartón a su paso. Las paredes de la casa contaban con marcos, conteniendo fotos de flores, flores y más flores, quizá alguna planta, pero no conocía lo suficiente para saber diferenciar algunas. Al pasar por la sala, noté una fotografía sobresaliendo de una de las cajas, en la que salía Marie, un hombre mayor, una niña menor, y un niño. Todos lucían muy felices, excepto la niña, evidentemente la habían obligado a tomarse la foto, la delataba su cara aburrida, muy distinta a la linda sonrisa del niño y el abrazo de Marie y el hombre, quien suponía que era su esposo.
Recorría con los ojos todo lo que estaba a mi alcance. Repasaban rápidamente cada rincón de la casa, en busca de la respuesta a la pregunta, ¿quiénes son estos tipos?
—Este es mi esposo, Jacob Walker— Jacob era un hombre muy agraciado, con el cabello color avellana, perfectamente peinado.
—hola, señorita— dijo en respuesta dándome su mano extremadamente suave, casi delicada, pero apretaba tan fuerte, que tuve que devolverle el gesto para relajar la mano. Marie tomó el pay lanzando una mirada a Jacob, alzando las cejas, pronunciando «pay». Daba a entender que les gustaba mucho, no solo por el gesto, sino que, al abrir el gabinete en busca de un utensilio para partir, note el resplandor de múltiples recipientes de repostería. La cocina parecía ser la parte más amplia de la casa por mucho, todo era muy brillante, casi nuevo, que incluso me lastimaba los ojos al mirar los rayos de sol que se reflejaban en el refrigerador.
Aún me quedaban algunas preguntas, no obstante, decidí no ahondar más en la situación. Marie ya había sacado cuatro rebanadas del pay, contemplando el dorado perfecto de su corteza al romperse.
—Noah! Baja, ¡pay! — llamo al aire, despertándome, y centrando mi atención en el sonido de la puerta que se abría en la parte superior de la casa Walker. La misma figura que había visto al cerrar mi ventana, bajaba corriendo, saltando por encima del pasamanos de la escalera. Aún tenía su pijama, el cual era de satín azul, que remarcaba su firme pecho. Sus ojos algo rojos, al posarse en mí, reflejaron su color ámbar, dilatándose las pupilas, mientras más las contemplaba. Tenia curiosidad del porque parecía haber llorado. Empezó a caminar más lento, como un león intentando no delatar su presencia a su presa, con la misma intensidad y vaivén de caderas.
—Noah, ella es...—, voltee a verla sonriéndole, y volviendo mi mirada al supuesto Noah conteste:
—Camille—
∞
Sábado en la noche, mis ojos se encontraban enrojecidos por el repentino uso de la computadora que no usaba, usualmente realizaba mi tarea en la biblioteca, con la excusa de usar mis patines de cuatro ruedas, observando todo lo que me rodeaba. Como la señora Mathew, la cual empleaba su nombre de soltera, regaba las plantas, mientras su alcohólico esposo veía la tele, emborrachándose, dejando más latas de cerveza que recoger. El amante de Olivia que, aunque era divorciada, no deseaba que se enteraran del hombre que visitaba su cama. Observaba los perros callejeros, los cuales estaban gordos por toda la comida que les daban conforme caminaban al parque. Tash Sultana inundaba mis oídos, frustrándolos un poco por su larga intro de dos minutos, mientras saludaba al señor Mcquaid, quien caminaba un poco más despacio debido a su cáncer de testículos, que a mi parecer parecía karma. Se había casado con distintas mujeres, seis en específico, utilizando mucho su herramienta masculina. Tenía 15 hijos.
Mis dedos tecleaban el nombre de Jacob Walker, buscando algún indicio sobre que los llevó a su paradero actual. Por su aspecto parecía ser un hombre de negocios, alguien quien nunca tuvo que trabajar con sus manos o arreglar su auto. Sus muebles se trataban de madera de Dalbergia. El refrigerador que pase buscando algunos minutos costaba 3301 dólares. El reloj Longinos en su mano derecha, cubierta por la manga de su traje. Todo apuntaba a ello.
Hasta que lo encontré. Jacob Benson Walker. Tenía una firma de abogados, siendo el socio principal, egresado de la universidad de Glasgow, lo cual explicaba su acento mezclado.
No quise indagar más, mi instinto me decía que huían de algo, querían desaparecer. Apagué la computadora, luchando un poco por recordar como se hacía y me cambié de ropa a mi cómoda pijama suave de puntos morados.
Antes de dormir me aseguré de abrir mi ventana, con la esperanza de volver a encontrarme con el "cabellos rizados". Recordaba su mirada al contar el porqué de mi nombre, mi padre francés, y su sonrisa leve al hablar francés con el señor Walker, mientras parecía tener un orgasmo al comer mi pay.
Fue la primera vez que desee conocer a alguien de verdad, y no solo observarlo. Aunque, los hábitos no son tan fáciles de rectificar.
En especial los malos.
ESTÁS LEYENDO
Nuestra dulce tortura.
RomanceCamilie y Noah, quienes recientemente se habían conocido, forjaron una amistad igual de fuerte que un diamante. Pasarían todo su tiempo juntos, olvidándose de todo lo demás y de todas sus sombras. Pronto, su amistad se iría transformando, del amor h...