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En un viernes por la mañana, en el receso de las clases, y en vez de comer, Noah y yo platicábamos parados en una esquina.

—dios mío, ¡no me digas que fumas marihuana! — le dije reprochando, mostrando mi disgusto.

—de vez en cuanto, lo uso para dudar de mi existencia y crear pensamientos completamente innovadores y profundos que competirían con los de Sigmund Freud— expresó poniendo sus manos en su terso pecho con mucho sentimiento.

Rodé los ojos contestando:

—más bien para ver sonidos y escuchar luces—

Se rio tan, tan fuerte que creí haberlo roto. Su risa estaba tan llena de vida, que me hacía reír también, procurando no hacerlo tan alto para seguir oyendo el sonido tan bello que emanaba de su boca.

Las líneas de su cara se marcaban, generando un espécimen de perfección. Parecía haber sido producido por una máquina, quizá su padre con todo el dinero que posee, le pidio al gobierno crearlo con algún artefacto secreto.
«Debería investigarlo cuando llegue a casa» me dije.

De sus ojos también emanaban unas lágrimas provocadas por la risa, que hacían que sus ojos brillaran más.

—tienes tanta razón, pero, me pregunto si en verdad nunca la has probado.

—NO—negué rotundamente— bueno, no intencionalmente

Le narré el día en el que, camino a la biblioteca, me había dado un calambre tan fuerte que tuve que parar a sentarme enfrente de una barbería, inhalaba hondamente, intentando llenar mis pulmones de aire. Quien hubiera sabido, que ese aire estaba un poco drogado. No note el olor, porque nunca la había olido. Pero cuando empecé a reírme descaradamente al ver a un niño caerse, cuando lo hubiera ayudado, supe que algo estaba mal. El dueño de la barbería y otros tres amigos fumaban grandes churros que creía que era tabaco, pero el olor no era tan asqueroso. Quien hubiera dicho que me drogaría con el aire.

—¡había estado ahí durante casi 10 minutos! — grité mientras él se tragaba la risa.

—literalmente estabas flotando— ya no pudo aguantar la risa y se soltó a carcajear, golpeado sus piernas.

Empecé a reír también, sosteniéndome en su hombro

—si quieres hoy vas a mi casa y lo pruebas, en circunstancias más seguras

—¿qué pasa con tus padres?, ¿también les gusta contemplar lucecitas?

Lo que pasaba con sus padres, era que cada viernes salían a dar la vuelta, a lo que los adolescentes llaman un grupo de estudio. Llegaban en la madrigada riendo, intentando estacionar lo mejor que podían el coche, no obstante aun así lograban despertar a todo el vecindario.

—Na, todos los viernes salen a tomar como locos

Acepte con una sonrisa, no tanto por el interés de ver sonidos, sino para estar cerca de él y conocer su mundo. 

Su voz era el sonido que deseaba contemplar.

Por fin después de un mes de espera, mis padres se dignaron en llamar. A este punto me pregunto por qué lo siguen haciendo. Conteste con poca gana, esperando ansiosa la noche y las aventuras que me aguardaban en la casa de al lado. Pongo el teléfono en altavoz y observo desde mi ventana la de Noah, confiando ver un indicio de que se encuentre en su habitación, y no en la sala de estar haciendo tarea con montón de libros traídos de la biblioteca, preguntándome porque no estudiaba en su cuarto.

—¿cómo estás, hija?, ¿has usado protección? — mi padre reía junto a otra persona, que esperaba que fuera mi madre. El bien sabía que el sexo no era para mí, como también sabía que odiaba que me tomara como una chica sin principios, esperando a que sus padres se fueran de casa para follar con extraños, fumar hierba, emborracharse y arma la fiesta del siglo. Creo que solo esperan que sea una chica de 18 años normal, pero saben muy bien que esa conexión no existe entre nosotros porque nunca la buscaron. 

En una cosa si que tenían razón, si espere a que se fueran para fumar hierba.

—si papa, empleé dos condones, uno arriba del otro para mayor protección— dije intentando disimular el sarcasmo para fastidiarlo. Se quedó callado por mucho tiempo, después suspiro y hablo:

—hija, dime por favor que es broma

—si papa, solo estaba bromeando— en otros tiempos me hubiera puesto un tanto decepcionada por el hecho de que no entendieran mi humor, sin embargo ahora me pone más dichosa que nunca, pues la única persona que la entiende, es Noah.

—hija, ya debemos irnos, tu madre dice que no te olvides de pagar un jardinero para limpiar el patio, ¡lo dejamos hecho un lío!

—sí, si adiós — esta vez colgué yo, porque había visto a Noah asomarse por la ventana, cogiendo su teléfono. Me ponía nerviosa el hecho de que el teléfono se cayera de sus manos, directo al suelo. Adiós teléfono. Era tan irónico, una de las cosas que más odiaba era la tecnología, pero, aun así, era la única manera de contactar con Noah cuando estábamos lejos, acostados en la cama, sintiendo mariposas en el vientre. ¿Él sentiría lo mismo que yo?. Realmente no sabía si Noah sentía lo mismo, y la respuesta me provocaba gran desconsuelo.

Un tono emanó del teléfono, e inmediatamente supe que era él. Desde que intercambiamos teléfonos, un tono específico estaba destinado a él.

«Saludos, extraña, veo que tienes la vista perfecta para verme dormir»

«Saludos, querido extraño, no me privo del placer de admirarlo, es más, se ha convertido en una de mis aficiones favoritas»

Nuestras miradas se encontraron, mientras el alzaba en complicidad las cejas.

«Esperemos no me observes hacer nada extraño, como chuparme el dedo»

«No, por supuesto que no, le he contemplado hacer algo mucho peor»

Se quedó estático después de leer el mensaje, alzo la mirada rápidamente, solo para encontrarme riendo por la cara que había hecho. Posteriormente uso una mirada muy seria, casi ardiente, que hacía que me pusiera nerviosa, aun estado lejos de mí. 

¿Era ese el efecto Noah?. 

Tecleaba en su teléfono. El teléfono se había apagado, por el tiempo que había tomado reírme de él y poco despues apareció su mensaje en la pantalla.

«Me hubiera gustado que fuera verdad»

Nuestra dulce tortura.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora