Hace mucho tiempo atrás, en un gigantesco reino habitado por cientos de bellas criaturas, habían cuatro Reinas soberanas, las cuales estaban encargadas de dirigir cada rincón de tan bello reino. La vida de cada una de ellas era diferente, cada una tenía cierta gracia que las hacía lucir aún más únicas. La felicidad se encontraba siempre en el aire puro que todos respiraban. La armonía y cada pequeña virtud, hacían de este un más que perfecto reino. Tal vez era un tanto difícil de creer al principio de todo, pero las cuatro Reinas fueron bendecidas al mismo tiempo y fue así que durante la hora mágica de la luna, las cuatro concibieron a sus primogénitas. Todos en el reino estaban felices al saber que más alegría llegaría a sus vidas, todos a excepción de una fría y solitaria alma.La noche había llegado y todo a su alrededor estaba en completo silencio. El viento rugía sin piedad alguna, haciendo que todo a su alrededor creara estrepitosos y ensordecedores sonidos, haciendo lucir a la noche aún más tenebrosa de lo que ya lucía. Los árboles comenzaron a ondearse con brusquedad, sus ramas se partían y sus hojas eran arrancadas sin piedad alguna. Los animales y demás criaturas, estaban escondidos en sus respectivas casas, temiendo salir a vislumbrar aquel bello fenómeno que para entonces, estaba por nacer. Todos tenían los nervios de punta y la piel completamente erizada. Los gritos que se escuchaban eran tan espeluznantes, que incluso hacía llorar a las criaturas más sensibles que los escuchaba. Cuando el reloj marcó las dos, todo fue completo caos. Primavera, Verano, Otoño e Invierno, estaban a casi nada de traer a la vida a cada una de sus alegrías. Las cuatro reinas estaban teniendo complicaciones, puesto a que había sido un mal día en el que su alumbramiento se había dado.
La gloriosa Tempestad, así era como la llamaban todos los habitantes del reino y esta era tan temida, que todos ellos con el debido respeto, solo se escondían hasta que esta se marchaba. Las cuatro Reinas gritaban adoloridas, pidiendo piedad de sus cuerpos al no poder parir, mientras que los Reyes buscaban encontrar una solución al dolor de sus amadas. Con autoridad, cada uno de ellos mandó a sus guardianes a las profundidades del reino, en busca de una flor roja, la cual ayudaría a sus amadas. Era la última opción frente a su situación y ninguno de ellos iba a permitirse perder a su familia. Enseguida todos los guardianes fueron en busca de dicha flor, pero lo que no sabían era que cada uno de ellos corría gran peligro al buscar el remedio en el campo Tempestad. Fueron pocas las horas que pasaron, hasta que cada uno volvió a sus estaciones. Cada Reina bebió el extracto de tan roja flor y fue gracias a ello que cuatro bellas Princesas por fin, después de tantas horas de sufrimiento, pudieron nacer.
Al escuchar el llanto de cada pequeña, todos celebraron y cantaron a las diosas, agradecidos porque una nueva vida había nacido. Las Reinas más que felices admiraron a sus pequeñas criaturas y al estar tan felices y aún adoloridas por su reciente alumbramiento, se levantaron de sus aposentos y con sus niñas se posaron frente a sus ventanas, mostrándole a su Diosa la Luna, lo agradecidas que estaban por aquello. A la mañana siguiente, las cuatro reinas mostraron ante todos los habitantes de sus tierras, a sus bellas hijas. Todos lucían admirados ante tanta belleza, porque sin duda alguna cada una resultaba ser aún más bella que la otra. La paz había llegado al reino y con ello la dulce felicidad y bondad que cada una de ellas traía con su melodiosa risa. Ya habían lo habían visto, y estaban felices por eso. Estaba escrito en piedra todo aquello que estaba destinado para cada una de ellas, es por esa razón que cada una de ellas era adorada.
Los años pasaron, al igual que cada estación, mientras que todo a su alrededor cambiaba, al igual que cada una de ellas. Cubiertas con la más fina y delicada gracia, cada una portaba la elegancia respectiva a sus estaciones. Pero a medida que el tiempo pasaba y todo cambiaba, algo muy grande también comenzó a cambiar dentro de cada madre. Algo en el fondo les hizo decidir que resguardarían a sus primogénitas para que nada malo fuera a sucederles, fue así que cada Princesa permaneció dentro de sus palacios, sin poder dar un paso más allá de sus hogares. Una sola vez en su vida se habían visto, y eso había bastado para hacerles saber cómo eran las demás niñas de su especie. Ninguna habló, ninguna jugó, sólo se observaron entre ellas con admiración. El reino seguía siendo el mismo, a pesar de que cierta tristeza invadía los corazones de cada pequeño ser al no poder ver a sus Princesas. Los únicos que habían visto el crecimiento de cada una, eran los mismos habitantes de cada estación, después de eso, los de afuera desconocían cómo lucía cada una de ellas. Los años sí que habían pasado con prisa y aquello lo sabían porque aquellas tiernas criaturas de mejillas rosadas y de voz chillona, ya habían madurado, pero que a pesar de haber llegado a cierta edad, seguían estando bajo la supervisión de sus madres, y eso las hacía desear con todas sus fuerzas saber que había más allá de sus tierras.
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Gardenia (Rosé y tú)
Hayran KurguLa realidad no es muy distinta a la que solemos contar. Un mítico cuento de hadas siempre deja mucho más que una hermosa moraleja, hace que la mente de todo aquel que lo lea viaje de inmediato y recree grandes y hermosos escenarios. Antes de decir q...