1. Una rosa roja.

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Observo con desprecio el vestido escarlata que ha escogido mi madre. La brillante tela reluce bajo la luz de las velas, deslizo mis dedos para apreciarla mejor y es la seda más suave que he tocado en mi vida.
Mi madre había exigido que el vestido debía ser rojo sin tener en cuenta que era un color que detestaba con todo el corazón. El color de la sangre en particular se me hacía un tanto aterrador. Por supuesto a ella eso no parecía importarle, teniendo en cuenta que según ella me vería como una fresca rosa roja con el vestido y los labios pintados del mismo color.

- Te verás encantadora – dice una voz entusiasmada.

En momentos como este no puedo hacer más que mirarla a través del gran espejo, observo su reflejo en el, los grandes ojos verdes idénticos a los míos, la larga cabellera color azabache peinada en una perfecta trenza y su pálida tez blanca.
Si el pueblo de Moondlitch no fuera tan pequeño tal vez hasta la confundirían diciendo que se trata de mi hermana mayor y no de mi madre.
Me regala una gran sonrisa dejando ver largas hileras de blancos y perfectos dientes y el sentimiento de traición se instala en mi pecho.

Para Erika Miller recibir la carta del castillo había significado una nueva esperanza, no solo para mí, sino para todos.
Ella a pesar de siempre haber poseído una gracia natural y belleza indudable, había quedado enamorada casi al instante de Igor Waters.


Un hombre no tan atractivo a mi parecer, aunque según mi madre él poseía un encanto que otros no: la simpatía. El hombre a pesar de no poseer atractivo alguno era sumamente simpático.
Ambos se habían enamorado perdidamente el uno del otro, casándose meses después y cuando la noticia de que ella estaba embaraza se supo, no cabían más de tanta felicidad.
Luego de unos meses ella había dado a luz a un par de mellizas.
Una de ellas falleció misteriosamente un año después y la otra al año siguiente. El corazón de mi madre permaneció destrozado e Igor quien trabajaba muy lejos de casa, un día no regresó. Le mandaron nada más que sus botas negras que reconoció al instante y su sombrero de paja diciéndole que había muerto intentando ayudar a los demás.

Su trágica historia cambió años después cuando me tuvo y aunque las heridas del pasado cicatrizaron, siempre la veía llorar sobre las viejas ropas de bebé escondidas en el cajón.
De mi padre no sé nada, no había sido más que un fantasma en mi vida del que nadie supo más.
Y ahora estoy aquí, al pie del espejo viéndome fijamente e incapaz de sentirme feliz.

- Creo que eso es secundario en este momento madre – comento incapaz de guardar el ácido comentario.

Observo cómo tuerce el rostro a través del espejo, obviamente disgustada por mi respuesta.

- La belleza de una mujer no es en absoluto secundario hija mía – dice acomodando mi cabello como puede.

- Lo será si es que no llegó a convencer al príncipe y pierdo la vida.

Su rostro palidece visiblemente, pero endurece la expresión de sus labios en una delgada línea, no era algo en lo que le gustara pensar, pero, aunque ese sea el caso era en absoluto una posibilidad.

- Lo harás, eres la más hermosa de entra todas, tu ganaras hija – murmura poco convencida.

Oigo el tono dudoso de su voz y decido callar, ya de nada serviría seguir discutiendo con ella, solo haría más difíciles las cosas.
Como puede me arregla el cabello con pequeñas trenzas esparcidas sobre los bucles y me retoca el maquillaje, acentuando los labios con más rojo e intentando rizarme las pestañas.


Cuando termina finalmente me ordena que me ponga el vestido y obedezco.
Al terminar vuelvo frente al espejo donde una doncella misteriosa y desconocida parece haberse apropiado de mi ser.

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