3. El Castillo de la Luna.

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Un barullo inquietante interrumpe mi sueño devolviéndome a la realidad, el sonido de trompetas y violines, junto con un mar de voces que se oyen a lo lejos.
Intento buscar en algún lugar de mi mente el recuerdo del momento en que me había quedado dormida, pero si hubiera sido así ¿por qué mi cama se siente fría al tacto y dura como si fuera de piedra?
Las voces cada vez se oyen más cerca y más claras, pero, hay una en particular que pone mis sentidos en alerta, como si algo no estuviera bien. Esa voz me resulta vagamente familiar, una voz que poco a poco mi cerebro comienza a reconocer o al menos eso intenta. Todo mi cuerpo se tensa, pero los recuerdos no fluyen, se quedan estancados en algún lugar de mi mente, encerrados para que yo no los pueda alcanzar.

Lucho por abrir mis ojos que parecen no querer ceder bajo ningún sentido, mientras oigo aquella voz familiar, aguda y melodiosa cada vez más cerca.
Inhalo y exhalo aire un par de veces intentando tranquilizar la creciente desesperación que comienza a instalarse en mi pecho, hasta que el tacto de unas suaves manos contra mi piel hacen que los recuerdos vuelvan de golpe.

Las imágenes me asaltan de repente, abro los ojos impactada y enferma de miedo por la ferocidad con la que llegan los recuerdos, aquellos ojos azules están instalados en mi mente junto con una hipnótica voz llamándome incesante.

"Cecily, Cecily".
"No huyas".

Mi corazón late desbocado como si hubiera terminado de correr kilómetros, el miedo parece inyectarse en mis venas como una droga peligrosa y aquella voz retumba una y otra vez en mi mente.

Parpadeo un par de veces intentando tranquilizarme y centrar la mirada en algún punto en específico hasta que la vista del imponente techo que está por encima mío me deja anonada. Aún con el corazón latiendo de manera descabellada en mi pecho observo los detalles que envuelven aquella representación exacta del cielo nocturno.
No creía posible obtener el color del anochecer, pero al parecer me había equivocado, el techo reluce en un negro alucinante junto con lo que parecen ser un centenar de estrellas de color plata esparcidas por todo lo amplio que parece no tener fin, una delicia visual para quien desee apreciar el arte que tan solo un lugar como el "El Castillo Moondlitch" puede poseer.

Mientras lo observo solo se me viene una cosa a la mente, me habían traído al Castillo contra mi voluntad, alguien me había tirado como un costal de papas y ahora sabía exactamente porque mi supuesta cama no era suave, sino dura y fría, efectivamente porque lo que en un momento dado pensé que era mi cama, en realidad era el piso de mármol negro del Castillo.

- Hija - murmura aquella voz que hace horas atrás me había preguntado a dónde iba.

De manera instintiva mi pelo se eriza y cierro los ojos con fuerza de nuevo, siento su mano pasar por encima de uno de mis brazos, el mismo tacto de hace unos minutos, la mano era la de ella.
Mi madre que sin dudas estaba en el Castillo, que aunque hubiera perdido a su hija, ella no se hubiera perdido la fiesta en absoluto.
¿Y ahora qué seguía?
Ir a esperar entre las 18 chicas, rogar al cielo para no ser elegida como una especie de premio. Lucho contra las lágrimas que desean salir a la superficie, mi madre no debería verme llorar. No lo merecía.
Inhalo y exhalo un par de veces para volver a abrir mis ojos que pican a causa de las lágrimas rebeldes.

- Estoy aquí mi cielo - susurra ella, sosteniendo mi mano entre las suyas.

No muevo mi rostro ni un centímetro, no busco mirarla, no puedo ver sus ojos idénticos a los míos y no sentirme traicionada. El saber que no trató de buscarme solo refuerza lo que ya sé, que no le importo en absoluto.

- Es un gusto saber que ya despertó señorita Cecily - dice de repente otra voz.

Giro el rostro para observar a la dueña de aquella oración, mis ojos se encuentran con una mujer bajita, regordeta y de mejillas sonrosadas que lleva puesto un atuendo de color azul y el cabello platinado recogido en un moño en lo alto de la cabeza, sus ojos marrones se ocultan tras unas gafas redondas simpáticas y una amable sonrisa adorna su rostro. Ella me observa con tanta paz, la que mi madre debería transmitirme en este momento, pero no lo hace en absoluto.

MoondlitchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora