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Max y yo somos mejor amigos desde que él se mudó a Mónaco porque su hermana y yo nos conocimos por casualidad en un gimnasio.
- Buenos días - dijo Max cuando cogí la llamada según me despertaba.
- Buenos días Rubiales, estaba durmiendo - dije mientras que seguía con los ojos cerrados.
- Lo siento. ¿Te apetece venir a casa a almorzar? Estarán todo.
- No quiero molestar - dije.
- Te quiero aquí a las 12 y no traigas nada - dijo Max y colgó.
Miré el reloj y solo tenía dos horas para poder ser persona y estar en casa de Max.
Me levanté me fui a la ducha, me preparé y salí de casa para comprar algún dulce para no llegar a la casa con las manos vacías.
- HOLAA - gritó Max cuando me abrió la puerta y me abrazó.
- Te echaba mucho de menos - dije mientras que lo abrazaba.
- Yo también, y no tenías que traer nada - dijo mientras que caminábamos hacia la cocina donde estaba la familia.
- Hola familia - dije y su mamá me abrazó.
- Menos mal que te veo - dijo Vic cuando me abrazó.
- Lo siento, he estado estudiando - dije.
- ¿Cómo lo llevas? - preguntó Jos.
- Muy bien, agobiada pero bien.
- Poco a poco - dijo Jos
- Vamos, para que veas al pequeño - dijo Max.
Fuimos al salón y estuvimos con el pequeño mini Max cómo digo yo siempre.
- Déjame sacarte una foto - dije mientras que ellos posaban.
- Súper tío Max - dije tirándome al aldo de él.
- A ver - dijo y le enseñé la foto mientras que me apoyaba sobre su hombre.
- ¿Siegue en pie de que si no estás con nadie a los 30, nos casemos? - pregunté mientras que lo miraba a los ojos.
- Cuando quieras, nos podemos casar - dijo Max mientras que nos mirábamos fijamente. En es momento ninguno dijo nada más, simplemente nos quedamos mirándonos hasta que fuimos interrumpidos por Vic.
