44. El beso

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Juan Pablo Villamil

Me empecé a cepillar los dientes. Habíamos quedado en salir juntos como banda. Hemos tenido unos días bastantes ocupados y un respiro es lo que necesitamos.

Salí del baño y me puse un poco de perfume. El cordón de mis tenis se deshizo, por lo que me agaché para arreglarlo. Me di una última ojeada en el espejo.

Abrí la puerta de mi habitación y fui a la sala, ahí estaban Isaza y Martín con un semblante bastante aburrido. Martín tenía su vista fija en su celular y Juan Pablo tenía su cara recargada en su mano.

—Ya estoy listo —dije, para romper un poco con el silencio.

—Nosotros también —respondió el Vargas menor.

—Simón se viene despertando y quedamos en salir hoy desde hace días —dice Isaza.

—¿En serio? No puede ser.

Me fui para la habitación de Simón y escuché la ducha.

—Moncho, ¿le falta mucho? Isaza ya no está de buen humor.

—Ya casi, papo. En 30 minutos estoy listo.

—¡Simón! ¿¡En treinta!? ¿Usted cree que Isaza estará contento en treinta minutos?

—No, pero inténtelo.

—No, perro, así no se puede. Quedamos desde hace días.

—Perdón, me dormí un poco tarde.

—¿Un poco?

—Tal vez muy tarde, pero olvídalo. Ya casi salgo.

—Hágale.

Salí de su pieza y me fui de nuevo para la sala. Me senté en uno de los sillones pequeños.

—Ya casi sale del baño.

—Ya nos atrasamos mucho —dice Isaza.

—Lo sé, pero dele tiempo, ya casi está listo.

Asintió y volvió a hacer lo mismo que antes: Nada.

Saqué mi celular de mi bolsillo y le puse un mensaje a Eri avisándole que saldría un rato con la banda, por si me tardaba en contestar.

Los minutos se pasaban demasiado lento. E Isaza comenzaba a perder la paciencia. Estaba moviendo su pie muy impaciente.

Faltaban solo cinco minutos para que se cumplieran los treinta que dijo Simón.

—¡Ya estoy listo! ¿Nos vamos? —dijo, acomodando sus gafas.

—Era hora.

Isaza se levantó, acomodó su sombrero y abrió la puerta, después fue Martín, luego yo y por último Simón.

Empezamos a caminar por las calles de la ciudad. Llegamos a un local donde vendían helados. Nos compramos uno y llegamos al centro comercial donde se supone que pasaríamos toda la tarde.

Fuimos al cine e ingresamos a la sala, había una película que parecía ser buena y no teníamos nada que perder, entonces entramos. Habíamos tenido suerte, no nos ha reconocido nadie y no nos estamos ocultando.

A veces me molesta un poco el hecho de ser figura pública, porque de cierta forma, a cualquier parte que vaya, siempre hay alguien que me toma fotografías sin mi consentimiento. Y llega a ser cansado.

A veces extraño los días donde pasaba desapercibido entre la gente. Pero tampoco me quejo de todo lo que tengo actualmente.

La película terminó y sí perdimos algo: Nuestro tiempo.

Al salir de la sala, empezamos a caminar para buscar la salida. Pero nuestro andar se vio interrumpido cuando llegaron un grupo de fans a pedir fotografías y unas firmas.

—Villa, ¿me regalas una foto? Por favor.

—Claro que sí —sonreí.

Vuelvo a ver a los demás y ellos también están hablando con otras chicas. La chica saca su celular y toma varias fotos. Supongo que para asegurarse de que quede alguna bien.

—Gracias, gracias, gracias —me abraza y no dudo en corresponder su abrazo. Es lo menos que puedo hacer después de todo el apoyo que nos dan—. Jamás me van a alcanzar las palabras para agradecer todo lo que has hecho por mí. De verdad, les estaré eternamente agradecida.

—Gracias a ti por el apoyo.

La chica se fue y llegó otra. Fue exactamente lo mismo que con la otra, a excepción que ésta cuando terminó de hablar, tomó de mis mejillas y simplemente me besó. Diría que me separé al instante, pero no fue así. Tal vez me golpeé mil veces mentalmente. No supe cómo reaccionar y me quedé quieto en mi lugar. Hasta que el rostro de Erika llegó a mi mente y me separé. Todos alrededor habían dejado de firmar o tomar fotografías. Solo estaban viendo boquiabiertos la escena. Y sí, también nos estaban enfocando unos cuantos celulares.

—Con permiso, disculpen.

Fue lo único que dije, antes de salir casi corriendo de ahí, pedir un taxi y regresarme al departamento.

Cuando llegué, me sentí mal por mi novia y me culpé una y mil veces por lo ocurrido. No había hecho la videollamada diaria con ella. No tenía cara para hacerlo, ni tampoco contesté sus mensajes. Seguramente ya había visto esas fotos. Ya me habían etiquetado en muchas publicaciones.

Moría por tomar mi celular, marcarle y escuchar su voz. Pero tampoco tenía el valor suficiente. Sentía la culpa en cada parte de mí. Si tan solo hubiera reaccionado al instante.

Revisé la barra de notificaciones, dentro de todos los mensajes, había uno de ella.

“He visto las fotos, ¿tienes algo que decir?”

Bloqueé el celular e intenté ignorar ese mensaje. Todo estaba perdido.



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Por tardar en actualizar y por el primer aniversario de ésta historia les regalamos doble capítulo.

Att:
Yisley & Erika

Destino inciertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora