Capítulo 4. Disculpas inesperadas.

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Rhett Miller

Ya extrañaba este sentimiento tan agradable de libertad que te da pisar el aparcamiento del instituto cuando sales de clase un viernes.

Después de una interminable y agotadora semana, ha llegado el fin de semana. Si no estuviera tan cansado, podría hacer una fiesta. Y gracias a que el destino ha decidido que debe darme un respiro por manejar mi vida como una broma, el señor Baranski, mi profesor de Geografía, no ha venido porque ha pillado una gripe que casi no lo deja moverse de la cama.

¿Está mal que yo me alegre de su desgracia? Sí. ¿Voy a dejar de hacerlo por ese motivo? Desde luego que no.

Salgo del instituto con una casi imperceptible sonrisa en la cara, disimulando que no me satisface solo pensar en las próximas tres horas que voy a pasar dormido y luego salir de fiesta hasta que salga el sol. Como mi móvil lleva muerto desde que salí ayer del instituto, le he dejado una nota en la taquilla a Oscar diciéndole que me voy antes de tiempo y que, si no puede coger el bus, me llame al teléfono fijo de casa. Tengo entendido que hoy no me toca ir a recoger a mis monstruitos pero, cuando se cargue el móvil en casa, le mandaré un mensaje a mi tía confirmándolo.

Me despido con un gesto de mi compañero de mesa en Geografía, no es que me caiga especialmente bien pero cada vez que me he quedado dormido en clase me ha despertado y me ha soplado las respuestas de varias preguntas cuando el profesor sabía que estaba distraído, así que, lo mínimo, es ser amable.

Tiro mi mochila al asiento trasero del coche para acto seguido desplomarme sobre el sitio del conductor. Si pudiese, me quedaría dormido aquí mismo. Sin embargo, el sonido de la puerta del copiloto abriéndose me impide entrar en un profundo sueño antes de lo que desearía.

Abro los ojos y me encuentro con Matthew sentado junto a mí, revisando algo en su móvil. Ya ha dejado su mochila junto a la mía. Levanta la vista del aparato electrónico para mirarme y decir:

—Tío, no te llegan los mensajes. ¿Qué le ha pasado a tu móvil? —Se aparte el flequillo azabache de los ojos resoplando hacia arriba.

—Matthew, ¿qué cojones haces aquí? —exijo saber con voz cansada, separando mi espalda del asiento.

—¿Esperar a que me lleves a casa? —dice, como si fuera evidente.

—¿Y quién te ha dicho que voy a llevarte a casa?

—No sé. Déjame pensar —comienza con gesto teatral, frotándose el mentón y observando el techo del coche. Pasan algunos segundos cuando vuelve a mirarme—. ¿Los siete años que llevo aguantándote como tu mejor amigo que soy, quizá?

Suspiro y vuelvo a reclinarme de golpe sobre el respaldo del asiento.

—No estoy como para gilipolleces —le informo.

—Ya me he dado cuenta —murmura, arqueando las cejas y girándose hacia mí mientras se cruza de brazos.

Vuelvo a hablar antes de que pueda preguntarme qué es lo que me pasa.

—¿Se puede saber qué le ha pasado a tu coche para que yo tenga que llevarte a casa? —pregunto, ignorando su comentario y resignándome a llevarlo a casa.

Introduzco las llaves en el contacto y arranco el coche dispuesto a salir del recinto escolar.

—Veronika, eso es lo que ha pasado —responde en un gruñido.

—¿Qué es lo que ha hecho esta vez? —indago, esbozando una sonrisa burlona. La guerra que tiene Matthew con su hermanastra es capaz de alegrarme el peor de los días.

Hasta que se caiga el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora