Olivia Davies
—Man! I feel like a woman!
Rea y yo acabamos de cantar sobre el escenario del karaoke agarradas al mismo micrófono, cada una a cada lado de él. No nos da vergüenza haber bailado y cantado como un par de gatos teniendo crías, no esta noche. No cuando vamos disfrazadas de Burbuja y Cactus en versión cadáver.
La historia de cómo hemos llegado hasta aquí es un poco confusa y la tengo un poco borrosa. Lo primero que sé es que hemos estado en casa de Rea disfrazándonos los cuatro de nuestra versión cadáver de las Supernenas y ahí han empezado las rondas de chupitos. Violet ha puesto como excusa que era para ir calentando motores, pero yo creo que ha visto que era la única forma de animarnos de verdad a Rea y a mí, que seguimos sumidas en el dolor de un corazón roto. Luego hemos pasado por un laser tag en el que casi nos gana un grupo de niños de diez años y hemos venido a cenar al Donkey-Konky-Kong, el karaoke por excelencia de la ciudad, antes de irnos a cualquier fiesta de Halloween que nos apetezca. Violet sigue insistiendo en que vayamos a la rave de los chicos de Europa del Este, pero mi mejor amiga sigue insistiendo en que nos lo pasaremos mejor en la fiesta de Gabriel y los demás.
Así es como Rea y yo solo hemos tardado dos cervezas en querer subirnos al escenario y destrozar una de nuestras canciones favoritas.
Ambas hacemos una reverencia a la vez y la gente aplaude educadamente nuestra actuación a pesar de que hemos destrozado la canción de Shania Twain. Si supieran que solo la hemos elegido porque la frase del inicio («Let's go, girls») nos hace gracia, probablemente nos echarían a patadas de aquí.
Holt y Violet están volviendo a ver el vídeo de nuestra actuación (porque, como todo buen amigo, Holt nos ha grabado en uno de nuestros momentos estelares) sin poder parar de reír cuando regresamos a la mesa. Aunque mañana me vaya a arrepentir de esto cuando Holt nos pase el vídeo, ha merecido totalmente la pena.
—Ya he ido a pagar —nos hace saber nuestro mejor amigo cuando nos sentamos en la mesa.
Violet se vuelve hacia él, algo ofendida.
—Sabía que habías ido a pagar cuando te has levantado para ir al baño —comenta, entrecerrando los ojos.
—Pensaba que íbamos a pedir la última —dice Rea apurando el agua de los hielos de su último roncola, poco afectada por que nos haya invitado. Holt suele hacer esas cosas y tanto ella como yo nos hemos resignado a acostumbrarnos tras años de decirle que no hacía falta.
—No. Ahora toca fiesta —indica levantándose del sofá, emocionado. Sin embargo, ni Rea ni yo compartimos su sentimiento. Violet sigue sorbiendo de la pajita de su margarita tranquilamente—. ¿Por qué estáis tan poco entusiasmadas?
Mi mejor amiga y yo nos miramos sin levantarnos del sofá.
—Podríamos quedarnos aquí el resto de la noche —opino yo después de varios segundos en silencio. Holt levanta las cejas para que me explique—. A mí no me apetece encontrarme con Flavio. No esta noche.
—No me he disfrazado para que solo lo vean los borrachos que se suben a cantar —replica él, cruzándose de brazos. Pero luego suspira, hundiendo los hombros—. Además, no puedes evitarlo para siempre y tampoco tienes que dejar de divertirte porque él esté delante. —Dicho lo cual, mira a Rea—. ¿Y tú por qué no quieres ir, a ver? —demanda saber, adoptando una pose de madre enfadada.
—No tengo ganas —se limita a contestar Rea con simpleza apoyando su espalda sobre el asiento.
Violet la mira de reojo con una ceja enarcada pero no dice nada.
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Hasta que se caiga el cielo
Novela JuvenilA lo largo de toda su vida, Olivia nunca ha dejado de fingir sin saber. A lo largo de toda su vida, Rhett nunca ha dejado de sentir sin saber. Ambos descubrirán que nada es lo que parece. Un proyecto sobre mitología griega y varios líos bastante enr...