Capítulo 15. Estar rota por ser perfecta.

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Olivia Davies

Desde que mi padre me dijo que mi madre va a volver a la ciudad, me he visto envuelta en una vorágine interminable de sentimientos que se suceden uno detrás de otro y que me dejan cada vez más confundida y rota.

Hoy no me he visto con las fuerzas suficientes como para arreglarme e ir a clase. Mi padre, en cambio, está contentísimo con la noticia, por supuesto. Está deseando la llegada de mi madre dentro de una semana como el que más. No sabe que a mí que vuelva me destroza completamente. Él sigue creyendo que todo está bien y que es lo mejor para mí que me presione para ser perfecta. Está ciego de amor.

Desde el «Ven a casa, tengo algo importante que decirte» que me mandó ayer cuando estábamos todos en el Monet, todo ha ido a peor. Solo hay dos razones por las que mi padre puede mandarme ese mensaje y ninguna de ellas es buena. Aunque ya me imaginaba lo que pasaría al volver a casa, no escatimé en pasar tiempo con mis amigos y me tomé mi café con leche con toda la tranquilidad del mundo, riéndome de las anécdotas de Holt, de las preguntas indiscretas de Violet y de Rea siendo sacada de quicio por Violet.

En casa, mi padre me dijo que mi madre volvería dentro de una semana y que llamó hace algún tiempo para decírnoslo, pero no ha vuelto a llamar desde que no le cogí el móvil en el instituto. Mi padre, evidentemente, me ha recriminado que cómo no le he dicho que mi madre llamó, pero tampoco le ha dado mucha más importancia. Cené escuchándolo decir lo ilusionado que está por que regrese de nuevo a casa. En el fondo me alegro de que al menos uno de los dos esté tan contento.

Puse cualquier excusa para irme a mi habitación antes de tiempo. Me dio un pequeño ataque de ansiedad que, por suerte, pude controlar bien y acto seguido llamé a Holt y a Rea (sabiendo que ambos estarían despiertos pues eran aún las once) para contarles todo. Nos quedamos hablando hasta las dos y media.

Me he levantado aún más cansada de lo que me acosté. Mi padre se ha ido pitando esta mañana y ni siquiera se ha parado a dejar leche caliente para mí, como suele hacer. He decidido saltarme las clases hoy y venir aquí, el piso que mis abuelos me regalaron para cuando vaya a la universidad. No debería saber de la existencia de este piso, pero a papá se le escapó una vez y se resignó a darme las llaves y a decirme que confiaba en mí.

Me gusta venir aquí cuando quiero estar sola. Si vengo a las horas adecuadas, entra una luz naranja proveniente del sol por las ventanas del balcón preciosa. Es relajante tumbarse frente a él y disfrutar de la sensación, hace que te olvides de todo durante un tiempo. Les di una llave a Rea y a Holt como medida de seguridad, asegurando que si no me encontraban por ninguna parte probablemente estaría aquí. Flavio no solía saber de este lugar hasta la primera vez que viví con él que mi madre volviese a la ciudad y él fue el que más me ayudó a sobrellevar todo esto.

Por eso, en cierto modo, aprecio que esté aquí. Mis mejores amigos le habrán dicho lo que pasa y sé que él, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, no quiere que pase por esto sola. El calor de sus brazos es reconfortante. Me acaricia el pelo tratando de tranquilizarme, pero a la vez dejando que llore todo lo que necesito.

Le quiero tanto.

—Todo va a estar bien, ¿vale? —me susurra en el oído sin que le importe que esté manchando su ropa con mis lágrimas.

Me hace entrar dentro del apartamento y cierra la puerta. Siento su cuerpo mucho más distante cuando estamos en el recibidor.

—Rhett Miller —pronuncia el castaño al ver a mi compañero de trabajo aquí presente. Casi se me había olvidado que está aquí. Mi primer impulso es secarme las lágrimas, pero decido mantener las manos quietas.

Hasta que se caiga el cieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora