22-| Creí que eras un fansasma

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Los bares no me gustaban, el olor a sudor me parecía repugnante, el alcohol no me gustaba, el sofocante calor me debilitaba

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Los bares no me gustaban, el olor a sudor me parecía repugnante, el alcohol no me gustaba, el sofocante calor me debilitaba. No era mi ambiente.

Sin embargo ahora estaba en uno, sola, con un trago que ni siquiera sabía como se llamaba.

Solo sabia que el líquido dentro de mi vaso era rosa, tenía una pajilla naranja o amarilla, ni idea la verdad, tenía un par de frutos rojos arriba flotando junto a los hielos y una capa de azúcar en los bordes.

No me gustaba pero ya me había tomado 5 de esos. Mi mente había dejado de saber cuánto era 2+2 hacía ya tres tragos atrás, no era buena bebiendo.

«Tendriamos que habernos quedado en casa comiendo helado y llorando»

Nah, al menos la música del bar estaba buena.

El barman parecía apiadarse de mi, me daba lo que le pedía sin rechistar y no me pedía que me apartara de la barra porque ya estaba medio dormida arriba de la mesa.

Las luces de colores me mareaban pero no quería irme, mamá pensaba que me había ido con los chicos a bailar y que yo ya no estaba triste.

Pff, pobre alma inocente.

La verdad es que hoy había sido mucho peor, Alana no se había molestado en querer hablar conmigo y por lo menos ofrecerme una disculpa, Mia me había mandado una nota de voz muy corta deseando unos buenos días algo secos, Kev no apareció lo cual ya lo veía venir y los demás solo me habían preguntado como estaba.

El número desconocido no quiso volver a hablar, agradecía un poco eso.

Ahora quería saber que ocultaba cada mensaje que me había mandado, uno había sido real así que los demás también lo eran. Debería preocuparme quien me envíaba esos mensajes pero la verdad no lo hacía, si quería ayudarme con algo pues bienvenido sea.

Mi teléfono sonó, una nota de voz de Mia llegó a este.

Tomé otro trago de mi bebida y eliminé su mensaje, no quería hablar con nadie en esos momentos, y no la quería espantar cómo había hecho con Kevin.

Estúpida.

Idiota.

Imbécil.

¿Por qué tuve que dejar que me acompañara a casa sabiendo que yo no estaba bien? Ahora se había alejado de mi y era mi culpa.

Quería morir.

Era adolescente y tenía millones de cosas que hacer por delante, no debía interesarme mi pobre corazón, pero si había dejado que alguien entrará y se acomodara allí con total confianza para luego despedazarlo en mil e irse sin nada pues me dejaría sentirlo.

Hoy podía estar mal, quizá mañana también y pasado mañana también, y eso estaba bien porque era una humana que tenía sentimientos y huesos.

¿Huesos? Ni siquiera sabía que estaba diciendo, no me hagan caso.

Léeme En Braille, Mia [LIBRO 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora