Diez meses después del último capítulo (parte 41)

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2 de mayo del año 111 del Calendario del Imperio Humano

Nos situamos en el piso más alto del edificio conocido como la "Catedral Central", en el corazón de Centoria Central, en el centro exacto de la perfecta circunferencia que formaba el Imperio Humano. Este piso más alto estaba compuesto por una gran alcoba con un recibidor, obviamente todo de lujo, y de unos grandes balcones desde donde podías ver todo el imperio con facilidad.

Y, esa noche, tras terminar de ajustar ciertos detalles de cierto plan de trabajo en el que había estado trabajando, una hermosa mujer de cabello largo y lacio que llegaba hasta el suelo formando unas ligeras ondas en la zona de su espalda y de ojos lilas, al igual que su cabello, vestida con cierto atuendo en, valga la redundancia, tonos lilas y blancos, que había diseñado ella misma y vestía continuamente desde hacía algún tiempo, observaba el mundo desde su balcón, desde su habitación, desde su catedral, observaba su mundo.

- Me pregunto cuánto tardará Miyo en regresar ... - dijo sin importarle si alguien la estaba escuchando o no, con una expresión tranquila en su rostro - Se supone que debe quedarse hasta cierta fecha, pero le dije que podía quedarse más, si quería. - fijó su vista en el horizonte, probablemente en alguna aldea lejana del Imperio de Eastabarieth, cerca del borde.

- Mhmm ... "Dark Territory", ¿eh? - murmuró con la mejor pronunciación que se podía encontrar en Underworld, mejor dicho, en el Imperio Humano. Sus pensamientos vagaron hacia varias cosas, entre ellas a lo que se sabía del denominado "Dark Territory", de las leyendas que circulaban y ... - ¿Cómo haré para controlar eso? - preguntó seriamente a nadie en particular, tal vez a ella misma, esta vez concentró su visión en las montañas que separaban al Imperio Humano del Dark Territory o Territorio Oscuro. Había dejado claro en el código de tabúes que estaba terminantemente prohibido bajo cualquier circunstancia ir allá. Pero, bueno, eso era para sus subordinados, todo el mundo, pero no para ella.

- Hmmf - se rindió por el momento y cerró los ojos por un minuto, solamente para observar a su derecha al abrirlos y decir de forma distraída - En verdad ... - dijo - Creo que debí insistir en que esa niña se llevara más cosas.

***

- Miyo, ¿Son verdad los rumores?

- Señorita Takahara, ¿Por qué esos muros se levantaron de repente?

- ¡Miyo-sama! Es un honor verla en persona. ¿Tal vez pueda ayudarme con mi tarea de arte sacro?

- ¿Por qué molestas a Miyo-sama para algo como eso? Discúlpela, por favor. Nos la trajeron a la iglesia recién hace unos días.

- ¿Entonces acabas de cumplir diez años? - le preguntó Miyo amablemente a la niña que vestía un hábito de monja, era más baja que ella y que estaba al lado de la primera persona que le enseñó artes sagradas en la iglesia de su pueblo. El resto de personas seguían preguntando cosas.

- ¡Miyo-sama!

- Ya, cálmense. - Johan se esforzaba en evitar que molestaran a su hija, quien conversaba inocentemente con la más reciente aprendiz de monja del pueblo, al parecer, completamente ajena a la situación.

- Sí, y quiero ser como usted cuando sea grande. - respondió la niña mostrando un brillo único en sus ojos

La hermana miraba con ternura a la pequeña mientras decía eso. Miyo no pudo evitar sonrojarse ante tal comentario.

- Etto ... Me halagas mucho. - comentó algo apenada, mirando a la pequeña

- Miyo, el carruaje llegó.

Se giró hacia su padre al escucharlo y se despidió de la hermana y de la nueva aprendiz.

- Disculpen, pero creo que debemos seguir esta conversación más tarde. Iré a la iglesia mañana, lo prometo.

- Te esperaremos y que tengas buen viaje. - dijo la hermana amablemente antes de que Miyo se fuera con su padre al carruaje.

- Hasta luego, Miyo-sama. - se despidió alegremente la pequeña niña.

Miyo la miró por unos segundos y se reconoció a sí misma siete años atrás.

Estaban en el lugar donde, desde hacía cuatro años, Miyo llegaba a casa todos los años. Ya era emocionante de por sí para un pueblo pequeño el que regrese alguien de la capital. A eso agrégale que se habían escuchado rumores sobre que ese alguien se había vuelto la protegida de la máxima autoridad de los recién proclamados cuatro imperios, que ese alguien no había regresado en los dos últimos años (Miyo decidió no dejar la catedral en el tiempo en que Quinella estaba haciendo su esfuerzo para seguir viva), y, que, además, ese alguien definitivamente podría explicar mejor el por qué esos muros blancos se habían levantado de repente.

En resumen, este era el motivo por el cual un grupo de gente se había juntado para esperar a Miyo esa noche. Johan tuvo que traer a algunos de sus hombres para que pudieran ordenar a estas personas de modo que su hija pudiera ingresar sin problemas al carruaje que tenía preparado para ella. Entre estas personas que habían venido también habían algunas quienes la admiraban, pues se había dedicado a su tarea sagrada y ahora obtenía los resultados de su esfuerzo: trabajando en la Catedral Central y ahora siendo amadrinada por la clérigo mayor ... ¡Increíble!

- Disculpa las complicaciones. No sabía que vendría gente. - dijo Johan una vez estuvo seguro dentro del carruaje con su amada hija.

- Tranquilo, papá. No sabías que vendrían.

- Pero en verdad debo decir que estoy sorprendido. No habías venido en dos años. Creí que la suma sacerdotisa te había revocado el permiso o que te habías olvidado de nosotros. - bromeó

- Es que ... - dudó por un segundo en si debía decirle la verdad. En verdad no creía que su padre le creyera completamente. - Muchas cosas pasaron en la catedral. - dijo simplemente. No quería mentir, tal vez si simplemente decía la verdad sin entrar en muchos detalles ... estaría mejor - Quinella-sama enfermó.

Johan parpadeó en sorpresa ante esta revelación y dijo en un susurro:

- ¿Qué?

- Mi maestra ... ella estaba mal y ... yo insistí en quedarme con ella a cuidarla. Es tan orgullosa que no le ordenó a nadie hacerlo.

Por unos instantes, Miyo recordó la angustia de esos días, esos días, que ella temía fueran los últimos de la suma sacerdotisa Quinella.

- No mencionaste nada de eso en tus cartas.

- Porque no quería que te preocuparas. Además, ella está mejor ahora. - suspiró - En verdad ... está mucho mejor, papá. Incluso ... 

Miyo guardó silencio por un momento.

- ¿Incluso ... ?

- Incluso ... eh, bueno ... las diosas ... - eso quería creer, eso debía ser, no, Quinella-sama no descubrió un arte para controlar la durabilidad, ella no le mintió a nadie, ella nunca fue una farsante, ella ... su recuperación ... fue un milagro de la diosa Stacia, sí, eso fue, era la versión oficial y, honestamente, la que Miyo quería creer y la que eligió creer para este viaje. No quería contarle a nadie una verdad a medias. En verdad ... respira ... respira ... no pienses en eso, no quiero pensar en eso, todo está bien.

- Quinella-sama recuperó su durabilidad. - dejó de pensar en qué decir, ya no se preocuparía por eso - Fue un alivio. - dijo con sinceridad y sonrió, liberando sus verdaderos sentimientos, nadie se imaginaría lo otro, así que no se lo preguntarían y, por ende, no sería necesario mentir, sí, podría hablar sobre sus sentimientos respecto a la enfermedad de Quinella-sama sin temor a revelar demasiado - En verdad, estuve muy aliviada cuando mejoró.

- ¿Cómo así? Para empezar ... ¿Qué era lo que tenía?

- Mhmm ... - Miyo miró a su padre por un momento antes de continuar - Vejez. Solo estaba vieja.

- Pero ... ¿Y ahora? ¿No sigue vieja?

- No, ella ... - sonrió, en verdad se había sentido aliviada en parte cuando esto sucedió, antes no podía disfrutar tanto del alivio porque había una preocupación peor, pero ese ya no era el caso - Un día, llegué a su alcoba temprano y ... se veía como de veinte años. - rió - Las diosas ... la bendijeron con juventud y vida eternas. - dijo sin percatarse, aunque, a decir, verdad, ya no le importaba, ni siquiera se había esforzado en decir eso, simplemente salió.

El cuento de la novicia y la sacerdotisa (fanfic Underworld)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora