Extra: Una tarde común

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Un día cualquiera de agosto, año 108 del Calendario del Imperio Humano

Una tos se escuchó en la habitación y Miyo se dirigió al origen de esta: una anciana de casi 80 años recostada en una cama cubriéndose la boca con las manos al toser. Miyo observó las manos de esta señora: afortunadamente, no había sangre en ellas.

- Helará pronto, así que será mejor que ya cierre. - mencionó la joven monja al recordar que ya eran cerca de las cinco de la tarde y dirigiéndose a cerrar la puerta que conducía al gran balcón al que estaba conectado la habitación. Una vez la hubo cerrado, se dirigió hacia la cama de su maestra, la anciana señora que había tosido pocos segundos antes.

- Quinella-sama, ¿Desea otra manta? - preguntó respetuosamente. La elegante mujer en la cama negó con la cabeza. Al recibir esta respuesta, Miyo se disponía a regresar al sillón donde estaba leyendo algunos libros sobre historia del imperio, de hecho, ya había dado unos cuantos pasos en esa dirección cuando oyó que la anciana mujer llamaba su nombre.

- Miyo. - y se volvió - ¿Si? - inquirió cortésmente.

La anciana mujer la miró por unos segundos y le preguntó tras liberar un suspiro, como si le fuera difícil a ella expresar lo que en verdad deseaba.

- Miyo, ¿Por qué no te sientas y estudias aquí conmigo, a mi lado?

La joven de cabello castaño y ojos azules brindó una cálida sonrisa a quien era su maestra desde hace dos años y a quien desde hace unos pocos meses dejó de ser capaz de levantarse de su cama: la suma sacerdotisa Quinella.

- Está bien. - y se acercó a la cabecera de la cama y se sentó como siempre, al lado izquierdo de la suma sacerdotisa.

- ¿Está todo en orden? - le preguntó Miyo a su maestra. Ella solo sonrió como lo haría una abuela al ver a su nieta y dijo: - Perfectamente.

Miyo la arropó con las mantas y, una vez se hubo asegurado de que la mujer que la había tomado como alumna hacía dos años estuviera cómoda, volvió a hablar.

- Quinella-sama, ¿Hay ... algún motivo por el cual quiera que me siente a su lado?

La simple y sensata respuesta que obtuvo de la mujer que controlaba la iglesia fue:

- ¿Te incomoda de algún modo?

- No, no es eso. - respondió Miyo, la suma sacerdotisa se lo había preguntado tranquilamente: no era ninguna amenaza; de hecho, desde hace un tiempo que ella no le daba amenazas. Miyo consideraba que esto se debía a su buen comportamiento y se sentía tranquila al respecto.

- Solo me llama la atención. - comentó Miyo

- Quédate un poco más. - pidió con el tono de voz la suma sacerdotisa.

- Está bien.

Y la verdad, por más increíble que parezca, era que la suma sacerdotisa Quinella no quería estar sola. Desde hacía un tiempo que ya no quería estarlo y Miyo estaba allí para eso. Ella era quien acababa con su soledad. En verdad ... estaba actuando como una niña al pedirle a quien se había convertido en su cuidadora en los últimos meses que se quedara más tiempo con ella. Había algo, un "tengo miedo" que no se atrevía a decirle a Miyo para justificar su comportamiento. Estos sentimientos ... en verdad contrastaban con sus ambiciones de tener cada vez más y más poder y ser la ama y señora del mundo, pero ...

Probó al azar unas cuantas artes sagradas más que podrían servir: nada. Observó frustrada por unos segundos el lugar a donde había estado apuntando su dedo intentando obtener algo, pero nada.

Alguien tocó a la puerta y Mijo caminó rápidamente en esa dirección, con esa energía y jovialidad juveniles que siempre la caracterizaban.

- Debe ser la comida. - a mitad del camino, la joven dio un pequeño giro sobre las puntas de sus pies para preguntarle esto a su maestra - ¿Cenará en la mesa hoy?

El cuento de la novicia y la sacerdotisa (fanfic Underworld)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora