20. Someday, someone.

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20. Someday, someone.

Blair

19 de junio, 2017.

Le doy una sonrisa que él no tarda en responder.

No hay abrazos, ni grandes palabras de personas que se echaron de menos, nada.

Ronan Priest nunca ha estado involucrado en mi vida, y una de las razones principales podrían ser que jamás tuvo un relación real con Beatrice. Eran alguna especie de amigos con derechos, y nunca hubo sentimientos de por medio, o eso se me ha dicho.

Lo únicos detalles reales que tengo es que él se fue a trabajar a no sé dónde, y dos meses después ella se enteró que tenía una sorpresita en el vientre.

Y a diferencia de lo que alguien podría creer, no me molesta ni siento algún tipo de vacío por la relación tan poco íntima que manejo con mi padre biológico. Porque cuando digo que no ha estado involucrado en mi vida, es cierto. Ni siquiera tomé su apellido aún cuando Evan no había entrado a la ecuación.

Nunca experimenté la sensación de un padre ausente, porque, en primer lugar, nunca tuve alguno por el cuál sentir dicha ausencia, mas cuando Beatrice Taylor siempre se encargó de ser esa mujer luchadora que es hoy, mientras no dejaba de ser madre.

No tuve el tiempo de siquiera cuestionarme de mi familia cuando veía a otros niños, porque mamá supo ser todo lo que necesité.

Me comunicaba con Ronan una o dos veces al año, y podría considerarlo más un tío viajero y soltero, antes de cualquier otra cosa.

De mi parte, y sé que también de la suya, no hay ningún resentimiento, y estoy bastante cómoda con nuestra relación agradable y cordial.

—¿Qué tal todo?—cuestiona después de que la mesera que se había acercado a tomar nuestras órdenes se aleja.

—Bastante bien—comento porque es la realidad. A pesar del estrés, la falta de sueño, y la ajetreada rutina, disfruto mi vida laboral, y muchísimo más la personal—¿Tú?

Dobla la cabeza de un lado a otro, sonriendo—. Todo está en orden. Disfrutando mi vida de joven.

Rio ante lo último.

A pesar de conservarse muy bien, y evidentemente aparentar mucho menos de la edad que tiene, Ronan no es nada joven. Estoy segura que está más cerca de los sesenta que de los cuarenta.

Tiene el cabello marrón, con una cuantas canas, y pequeñas arrugas en las mejillas, que son muestras de los años que carga encima. No es necesariamente alto, menos de uno sesenta y cinco tal vez, y sus ojos son idénticos a los míos.

Lamento y me causa gracia que mamá sea la que me haya traído al mundo, pero parezca que se quedó dormida mientras me hacían. Beatrice es esta cosa rubia espectacular, de ojos azules y porte alto y elegante que podrían matar de envidia a cualquiera. Lo único que se podría decir tengo de ella es la altura, y tampoco es gran cosa.

—Claro, Ronan—murmuro negando—, porque eres súper joven.

Reímos al tiempo, y soltamos un «gracias» al unísono cuando la mesera deja nuestras órdenes: un té caliente para mí, y un café para él.

—He intentado seguirte la pista por redes sociales y las noticias—admite—, pero no sé si es que esta generación va muy rápido, o yo muy lento. Me descuido dos segundos y han pasado mil cosas que me terminan confundiendo porque no sé cuáles son reales y cuáles no.

»Leí un artículo que decía que estabas embarazada, y juro que estuve apunto de llamar para felicitarte, pero después deslice y había uno que decía que te vieron saliendo de una clínica y que acababas de hacerte la ligadura de trompas.

Una canción por cada corazón roto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora