28. Cambiemos el orden de las cosas.

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28. Cambiemos el orden de las cosas.

Blair

15 de octubre, 2017.

La madre de jusucristo.

En este momento no me importa sonar egocéntrica, porque es que literalmente mentalmente me estoy dando palmaditas en la espalda con un mini yo en el hombro que me dice: no pudiste escoger mejor.

Su cabello castaño se mantiene en su desorden habitual, y cuando pasa una mano por él, casi suspiro con veneración.

Lleva un jean que cae de forma descuidada por sus caderas, y una camiseta negra básica que él hace que luzca genial.

Braxton huele maravilloso con una mezcla de colonia varonil y jabón masculino, y yo podría cerrar los ojos solo para concentrarme en aspirar.

Y Braxton también es creído, por lo que enarca una ceja observándome, mientras me demuestra que mi repaso disimulado no fue disimulado.

—¿Terminaste?

Estoy por soltar un comentario irónico, saliendo de mi estupor, pero sus manos toman mi rostro y estampa nuestras bocas.

Y juro que una voz en mi cabeza canta: no hay hogar como tu hogar, ahí perteneces tú.

Besar a Braxton después de días eternos se siente como volver a casa a ver Netflix después de que vas a una fiesta a la que ni siquiera querías ir. Es una explicación malditamente extraña, pero es que no hay otro modo de describir la sensación de seguridad que me brinda la manera en la que disfruto como ladea la cabeza dándonos profundidad y me agarra de forma posesiva.

Tira de mi labio inferior con sus dientes y estoy tan necesitada que casi gimo.

—Hola.

Mi respiración está inestable y acelerada cuando se aleja.

»Vamos a saltarnos la parte en la que actuamos de forma incómoda, y forzamos una conversación hasta que llegamos al tema que tenemos pendiente y entonces tú te disculpas, y después le damos vuelta a la situación, pasamos por otro momento incomodo y después nos abrazamos.

Instala sus ojos en los míos.

»Te extrañé de forma jodida—deja pequeños besos sobre mis labios—. Ésta mierda no es muy sana que digamos.

Sonrío ante sus palabras y él hace lo mismo.

—Hola—saludo.

—¿Tu hermana está aquí?

Niego.

Y es todo lo que necesita para cerrar la puerta tras suyo y adentrarse en el apartamento con sus manos en mis caderas.

Acerca nuevamente nuestros rostros, pero se detiene de forma repentina.

—¿Quieres terminar conmigo?

Frunzo el ceño.

Enrollo mis brazos alrededor de su cuello, y doy un salto, enredando mis piernas en su cintura.

—Ni yo ni mi vagina queremos terminar contigo, créeme.

Sonríe con egocentrismo, y antes de que pueda soltar un comentario listillo que me haga pelear con mi orgullo para decidir si mandarlo a la mierda, pego nuestros labios.

A un paso rápido, de forma que me sorprende no tropiece con nada, termino pegada contra una de las paredes del amplio apartamento de mi hermana, presionando mi centro, ya húmedo, con su erección.

Una canción por cada corazón roto ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora