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— Cuando me dijiste que me ayudarías a llevar mi vida al límite para que pudiera disfrutar, pensé que solo estabas jugando... Comencé a creer que era cierto cuando sin previo aviso me llevaste a Brazil para lanzarnos en paracaídas... Cuando me llevaste a una puta montaña ubicada en China a hacer el salto de fe, creía que en realidad te estabas volviendo loco... Y las demás veces que me hiciste hacer cosas ridículamente extremas me hicieron caer en cuenta que tus palabras iban en serio — suspiró con pesadez — pero esto... No sé porqué me sorprende —.

— Tarde te diste cuenta, eso no es mi culpa... Pero... ¿Te gusta? — preguntó el mayor.

— No... — respondió con una seriedad que a su hermano logró helarle la sangre — ¡Me encanta!... ¡SAM, ES UN PISTA DE MOTOCROSS! ¡DE MOTOCROSS, SAM! — gritó de la nada, moviendo frenéticamente sus brazos de arriba abajo mientras daba pequeños saltitos de emoción.

Su hermano soltó todo el aire que tenía retenido en sus pulmones y se dejó caer de rodillas. Por un momento pensó que de verdad no le había gustado.

— Me comienzo a preguntar de donde sacas tanto dinero — paró su momento de emoción para decir esas palabras.

— Es el dinero que la abuela había ahorrado para pagar tu universidad y la mía... Yo no fui a la universidad y tú... Bueno, ya sabes — se rascó la nuca con incomodidad. (N) siempre lo frenada en su tren de pensamientos negativos cuando caía en ese tema, y esta vez, no será la excepción.

— La abuela siempre pensando en futuros demasiado lejanos... Tengo el presentimiento de que ya tenía tu vida y la mía completamente planeadas JAJAJAJAJAJAJA —.

Y con eso logró espantar todo decaimiento que pudiese adueñarse de sí.

— Basta de charla. A lo que vinimos — dijo para luego tomarla de la muñeca y empezar a arrastrarla por todo el lugar.

Su hermana supuso que ya había estado ahí, pues la guiaba por sitios específicos y sin titubear.

Llegaron al sitio donde estaban un montón de motos estacionadas. Sam silbó de una manera bastante peculiar y a los segundos salió un hombre de unos... Treintena años, calculó la menor.

El hombre tenía el cabello cobrizo, algo lago y lo mantenía hacia atrás con una bandita elástica; sus ojos contaban con heterocromía, pues uno era marrón y el otro azul.

— ¿Ella es tu hermanita? — preguntó el de ojos bicolor.

— Así es, ella es (N) — dijo Sam, orgulloso.

— Un gusto en conocerte, pequeña (N). Yo soy Daisuke — se presentó el hombre, con su voz profunda que la hacía sentir diminuta — y soy el dueño de esta pista — alzó ambos brazos, señalando todo el lugar.

— Se escucha como un apodo genial ¿No?... «Dai, el dueño de la pista» — comentó, colocando una de sus manos en su menton.

Hasta que de un momento a otro no sintió el suelo y era rodeada por unos musculosos brazos.

— Ella si me cae bien —.

— Bajala, viejo idiota — dijo Sam, encestando en golpe en la cabeza del mayor.

— Tan cascarrabias como siempre, pequeño Sam — tronó sus dedos y les mostró una sonrisa torcida — demuestren ser dignos de mi pista, renacuajos —.

=•=•=

— ¡YUJUUUU! — gritó, mientras manejaba como maniática a toda velocidad.

Por otro lado, estaban los dos hombres; mirándola con la mandíbula hasta el suelo del asombro. El mayor le había enseñado lo básico antes de dejarla hacer las cosas por ella misma, pero nunca creyó que lo hiciera tan bien desde un principio.

Ahí llego a dos opciones.

Sabía manejar desde antes o aprendía muy rápido y era una loca impulsiva.

— ¿No que no sabía manejar? — preguntó el mayor, cruzado de brazos, sin despegar la vista de la chica.

— ... Eso pensé — respondió, igual de asombrado que el otro.

— Incluso, lo hace mejor que tú — comenzó entre risas burlonas.

Le iba a responder pero el sonido de una moto frenando de golpe, lo interrumpió.

— ¿Cómo lo hice? — preguntó con una sonrisa de oreja a oreja, meneando el casco en sus manos.

— ¡Eso fue increíble, pequeña! — dijo el mayor con alegría — cuando tengas mayoría de edad, podrás participar en las competencias — le giñó el ojo y se fué, pues se percató que alguien había llegado.

Los hermanos se dedicaron una mirada pero no mencionaron nada. Al contrario, cambiaron el tema de inmediato.

— ¿Dónde aprendiste a manejar? — le preguntó, sonando algo autoritario.

— Keisuke me enseñó — el mayor frunció sus pobladas cejas — prohibiste que me relacionara con sus amigos por ser delincuentes, Keisuke aceptó porque es tan celoso cómo sobreprotector... Pero no puedes prohibirle que me enseñe a manejar... En eso ninguno de los dos te íbamos a obedecer — negó con la cabeza, divertida.

— Debería controlar más tus salidas con el «chico Pantene, cabello sedoso y brillante» —.

— JAJAJAJAJAJAJAJA —.

Bye bye~

Hasta el fin del mundo • Baji KeisukeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora