Capítulo 11: El mensaje

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Melissa Puente se consideraba una bóveda para guardar secretos. Durante los años de servicios que llevaba laborando para la familia Maddison había observado tantas cosas que cuando algo ajeno a su voluntad ocurría cerca de ella, simplemente callaba y hacía como si nada hubiese ocurrido.

La confianza que durante mucho tiempo se le había brindado era tan enorme que cada vez que aparecían los distintos integrantes de esa disfuncional familia en sus aposentos, ya sea en la sala de la imponente Mansión o entre las herméticas paredes de la cocina para desahogar las penas o las calamidades de una mente ya de por sí frágil, ella solamente escuchaba y opinaba justo lo necesario para luego enterrar aquellas palabras en su infinita memoria.

Había aprendido a no cuestionar nada, pero también había desarrollado un prestigioso don en medio del silencio sepulcral que caracteriza a las mentes brillantes. Había cosas que solo la experiencia podía llevar a cabo; por tanto, no podía difundir los secretos más íntimos que les brindaban pues si llegasen a ser revelados el mundo caería en picada y se consumirían en un beso voraz.

Esa mañana había dado la orden a sus compañeros para que sirvieran el desayuno rápidamente. El ambiente estaba cargado de tensión y aunque ellos permanecían gran parte del día con la mente ocupada, pudieron notar que las cosas en la familia no iban del todo bien. Leonard había gritado más de lo normal y no había querido comer nada durante el desayuno y parte del almuerzo. Lauri por su parte se había ido más temprano al colegio y Melissa notó aunque no dijo nada sobre el asunto que tenía los ojos rojos y la cara hinchada de tanto llorar. Entre tanto, Gregor había llegado más callado que nunca y se encerró en su habitación sin siquiera saludar a nadie.

Las cosas simplemente no iban bien y todos estaban realmente nerviosos.

La chica de limpieza, una joven delgada y con aspecto de extrema curiosidad se acercó a Melissa con desdén y le comentó en voz baja:

—Parece que hay problemas, ¿no?

Ésta se giró y la observó con furia. La mirada de Melissa podría ser letal si se lo proponía.

—Es mejor que guardes silencio si no quieres lamentarlo verdaderamente.

La joven bajó la cabeza y salió de la cocina con la bandejas cargadas de postres. No pudo por menos que reír. A veces debía ser muy dura con su personal aunque fuera en contra de su instinto y de su carácter propios.

Abrió la nevera, tomó un vaso de agua fría, lo enjuagó en el fregadero y salió a la sala principal para ir a las habitaciones. En medio del camino justo en el inicio del ascenso en espiral de la escalinata alzó una canasta dónde introducía la ropa sucia para llevarla directamente a la lavandería.

La Mansión Maddison, era un hermoso e impresionante lugar. La estructura arquitectónica había sido realizada por un famoso italiano experto en construcciones modernas y lujosas que se había inspirado en una formidable fachada similar a las casas victorianas del siglo XIX. La entrada principal, un amplio espacio de gravilla recién cortada y dónde una espectacular fuente cuyo sonido relajaba a cualquiera que se detuviera unos minutos cerca de allí, cubría un espacio de aproximadamente doscientos metros de largo por cien de ancho.

El interior no era tan distinto, a decir verdad. Un vestíbulo circular con ornamentados pilares dorados sostenían el alto techo cuya arañas de luces se suspendía en el centro iluminando todo los rincones de la estancia. La escalera de caracol, era otra cosa majestuosa, el mármol se elevaba hasta la segunda planta y la balaustrada del mismo color que los pilares realizaba una delicada curva hasta terminar en el descanso que daba a las habitaciones superiores.

Era el lugar favorito de Melissa.

En primer lugar, porque todos descansaban allí a excepción del personal de servicios cuyos cuartos para higiene y tiempos libres se encontraban en la planta baja. Por otro lado, el hecho de que cerca de diez habitaciones se enfilaban por un sinuoso pasillo doble que daba al ala norte de la Mansión y ambos extremos se encontraban en dos amplios balcones paralelos cuya impresionante vista daba al frente, en la entrada principal.

Por las tardes cuando ella no tenía mucho que hacer y todos yacían descansando, subía allí y sacaba un cigarrillo barato para comenzar a fumar.

Algunos hábitos no cambiaban nunca, pensó.

Justo en el momento que llegó a la segunda planta se dirigió hacia la puerta de la habitación de Lauri Maddison. Entró. Por supuesto, no había nadie allí. No hubiese sido nada oportuno entrar sin antes tocar a la puerta y por lo menos recibir una exclamación genuina de aquella <<niña rebelde>>, como Melissa le decía para sus adentros. De todos en la casa ella era su favorita.

Cuando apenas tenía unos cinco años Melissa descubrió que esa escuálida niña de piel fina y traslúcida llegaría muy lejos. Siempre llevaba un libro en su mano y le fascinaba cantar, a pesar de que no aprobara esa música de letras vulgares que los jóvenes de hoy en día escuchaban por pura moda.

Le encantaba, además, que Lauri siempre tenía un comentario para todo. Nunca dejaba de refutar cualquier argumento por muy mínimo que fuera y poner a prueba la seguridad de los demás. A algunos, le parecía abusivo e impropio de una chica refinada... a Melissa en cambio, le parecía genial y único.

De hecho, le recordaba mucho a ella en su juventud. Y pensar que en esos tiempos no existía la libertad que las chicas de hoy en día podían tener.

El lugar estaba hecho un desastre. La cama no estaba tendida, los zapatos de montaña que Lauri usaba para ciertas ocasiones estaban volcados más allá de su sitio de origen y algunos papeles arrugados estaban por fuera de la papelera del rincón. Melissa negó con la cabeza. Definitivamente, sí que ésta generación tenía mucha libertad.

Sacudió la cobija y comenzó a tenderla. Luego, tomó los zapatos y los puso correctamente sobre el espacio que había en el closet. Cruzó la habitación e introdujo en la canasta las bolas de papel mientras vaciaba la papelera.

De pronto, algo llamó su atención.

Jamás se había considerado curiosa porque había aprendido con el paso de los años que fisgonear no dejaba nada bueno. Sin embargo, cuando un papel cayó sobre la canasta detalló como en ciertas partes del mismo habían pequeñas gotas rojas ya secas. Eran manchas... de sangre.

Comprendió que sus miedos habían vuelto a aparecer y que todo lo oscuro y terrible de una vida pasada habían vuelto a salir a la luz. Sintió el pulso en sus oídos cuando desdobló el papel.

Había un mensaje.

Un escrito.

Vislumbró la sangre en una de la esquinas de la arrugada hoja y supo que era Lauri quien sangró en aquel instante. Sin detenerse, leyó el mensaje:

"Te amo como nunca he amado a nadie. Despierto y veo tu rostro cerca de mí. Sueño contigo y pienso en una vida juntas. Pienso en una vida dónde lo que siento por ti no sea cuestionado por nada ni nadie. Pienso en ti mi amor. Pienso en nosotras. Te amo".
Siempre tuya, Carla.

Entonces su mundo se derrumbó por completo.

Secretos de una ninfómana 🔞 (Completo)✅ (En físico) 😍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora