Capítulo 17: Voces del pasado

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Leonard Maddison era un hombre muy generoso. Durante toda su vida se había caracterizado por ser una persona con principios que rayana en lo compasivo, trabajador, cortés y sobre todo, muy correcto en cada cosa que él mismo llevaba a cabo.

El reflejo de su éxito era evidencia de que los actos altruistas cuando te los tomabas con calma y responsabilidad, tenían un final feliz. Sin embargo, todo eso resultaba ser una máscara. Fingir que había compasión en su alma era una tarea muy difícil para él pero Leonard era un actor de primera calidad. Durante años tomó las riendas de la familia y tuvo que poner todo el ímpetu que acarreaba ser el <<Jefe de la Compañía>> para sacarlos adelante y demostrar que aunque tuvieras demonios internos que te carcomían el alma, siempre podías lograr lo que te propusieras. 

Cada mañana se tomaba su medicamento para la esquizofrenia cuyo diagnóstico fue determinado cuando era un adolescente. Era consciente, claro, de los cambios de humor y de personalidad que tenía pero no sabía con exactitud la magnitud del problema hasta que vislumbró el cadáver de su madre sobre el ensangrentado suelo.

Para aquel momento sus manos tenían el líquido rojo escarlata, y en medio de un tormento irremediable comprendió que el daño ya era inminente. Con ayuda de su padre, un prestigioso médico de la ciudad, se embargaron en una gran mentira dónde escudaron los verdaderos hechos de la aparatosa muerte de su progenitora. Nadie sospechó nada. Todo siguió marchando de forma normal aunque la verdad ya nada era igual en aquella solitaria casa.

Los cambios de humor fueron más continuos y entonces comenzó el miedo de recorrer a solas todos los rincones de ese hogar ya de por sí inestable. Su padre tomó la decisión de medicarlo. Él mismo se lo daba cada noche y Leonard comenzó a sentir cierto apego y dependencia por aquel fármaco rosáceo que le cercenaba su interior. Lo odiaba. Odiaba tomarlo todos los días a la misma hora porque le recordaba su oscuro pasado. Un pasado del que hulló y no quería regresar jamás.

A pesar de que el descontrol de su mente ya se había casi opacado, por las noches cuando tomaba la píldora entre sus manos, divagaba en las consecuencias que podía acarrear el hecho de que no la consumiera regularmente. No obstante, el daño ya estaba hecho y ahora solamente había que mover correctamente la piezas de un juego muy peligroso para él.

Lo cierto es que había ocultado su verdadera apariencia tan bien que incluso llegó a pensar que las voces en su cabeza habían desaparecido por completo. Pero, esa tarde en la oficina del Complejo y después de cincuenta años aproximadamente, las voces habían vuelto a aparecer…

...

Con furia lanzó el manojo de papeles del escritorio contra la pared. Estaba rojo de la rabia. Su rostro estaba hinchado y sudoroso y sus manos temblaban incesantes mientras que de su boca salía un pequeño hilo de saliva.

—¡Maldita sea! —gritó mientras derribaba todo a su paso.

El oficial de la policía no dijo nada. Aquel arrebato le tenía sin cuidado, por tanto, se mantuvo inmóvil detrás de Leonard aguardando el momento correcto para seguir hablando. Éste último le observó. Y al cabo de unos segundos, con mucho esfuerzo de su parte se tranquilizó.

Leonard se sentó sobre la silla giratoria y tomó un largo sorbo de agua.

—Me temo que son ciertas las noticias, señor Leonard —afirmó el policía tras revisar un mensaje de texto de su celular.

—¿Me está diciendo que no saben absolutamente nada? —preguntó un poco irritado.

El policía negó con experiencia. Un movimiento sobrio y sin lugar a la duda.

—Y no sólo eso… —empezó a decir—. Encontraron el cuerpo sin vida de Antonio Flores en un terreno baldío de la ciudad.

Leonard explotó. Golpeó la mesa con fuerza y el estruendo hizo que el guardia de seguridad se asomara por la puerta de cristal.

—¿Sucede algo señor? —interrogó en un hilo de voz.

—¡Largo de aquí!. —contestó Leonard fulminándolo con la mirada.

Cuando el guardaespalda desapareció el policía retomó su interrogatorio de rutina muy aburrido. Realmente estaba ya harto de la situación y quería irse rápidamente de aquel lugar.

—Volveré a preguntarlo. —dijo acercándose a la mesa—. ¿Existe alguien a quién podríamos investigar de los acontecimientos ocurridos el día de ayer?.

La pregunta no fue respondida de forma inmediata porque Leonard se rebanó la mente buscando algún indicio de todo lo sucedido.

Había enemigos, por doquier. Pero no era algo que pudiera preocuparle. Eran hechos triviales que tuvo que hacer en algún momento de su vida y que marcó su silencio con dinero y genuinas amenazas.

No, absolutamente no había nadie a quién pudiera temer.

—Es importante para nosotros ejercer un punto de partida, señor Leonard. —continuó diciendo el policía con vigor.

Mientras tanto, él seguía pensando. Buscando alguien o algo que dejó escapar durante sus años más oscuros y sombríos. Los años de lucha personal que por poco le cuesta la vida misma.

—No, no hay nadie. —respondió por fin.

El policía bajó la cabeza, resignado.

—Perfecto. Le estaré avisando los próximos interrogatorios. Los siguientes serían los guardias del Complejo.

Leonard asintió. Se despidieron y el policía salió de la oficina.

Una vez solo, cogió el vaso y procedió a beber agua. No había nada. Ya se lo había tomado todo. Entonces, en su tétrica mente apareció una figura del pasado.

<<No es posible>>, pensó. Él mismo se había encargado de todo. Él mismo había puesto un fin a esa lucha mortal. Pero Leonard no estuvo tan seguro.
Despejó ese pensamiento y se recordó los síntomas de su impredecible enfermedad: delirios, confusión y paranoia.

<<No vuelvas a caer, no vuelvas a caer>>. Se reconfortó a sí mismo.

Cuando se levantó de la silla y fue custodiado inmediatamente por sus guardaespaldas personales, comprendió que debía temer de los demonios más recónditos de su cabeza. Eran, sin duda alguna, los más peligrosos enemigos con los que tenía que sobrellevar.

Secretos de una ninfómana 🔞 (Completo)✅ (En físico) 😍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora