Capítulo 34: Sorpresas de una noche

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—Ven, quiero llevarte a un lugar.

Albert tomó con su mano a Alissa y la condujo de regreso por el estrecho puente de madera hasta la orilla de la playa. La noche había caído por completo y la luna reflejaba sus ligeros destellos sobre la superficie del ondeante mar. Las olas rompían con mucha calma en la arena y las personas de la congregación seguían danzando debajo de las bombillas al compás de una relajante melodía.

—Buenas noches, bienvenidos. —el mesonero se acercó a ellos y le hizo una leve reverencia.

De inmediato, varios individuos se giraron para verlos y exclamaron unos fuertes gritos de recibimiento. Alissa se percató de un pequeño grupo que yacía sobre las sillas mientras tomaban unas bebidas de color neón y otro grupo más alejado que permanecía de frente a la banda que tocaba los instrumentos de forma acogedora. La mayoría de los presentes vestían con ropas frescas y estampadas por lo que ella agradeció no llevar algo tan formal en aquel momento.

—¿Te gustaría bailar? —le susurró Albert al oído.

Sintió como la piel de su cuello se erizó al sentir aquella excitante voz. Albert la ponía muy caliente en todo momento y a juzgar por el deseo que sentía hacia él más su condición de base, las cosas podrían llegar a ser netamente incontrolables.

—Por supuesto. —respondió, sin más.

La banda cambió la melodía a un sonido más suave y romántico. Varias personas se levantaron de sus asientos con bebida en mano y comenzaron a bailar.

El jazz consumió todo el lugar.

Alissa no era muy diestra para el baile pero sabía como llevar el ritmo de aquel sublime género. Cruzó las manos por la espalda de Albert y ambos se juntaron para solidificarse en uno sólo. Él se acercó demasiado y ella sintió su miembro contra su suave pantalón.

Estaba muy duro y firme.

—Lo estoy sintiendo, señor Colt. —observó con sensualidad.

Albert le sonrió.

Su rostro era el de un cazador a punto de atacar.

—¿Tu crees? —respondió y la atrajo más hacia él.

Alissa miró tras su bermuda como se formaba un tumulto sobre la tela. Estaba muy erecto. El movimiento de lado a lado la tenía muy mojada y cada roce era para ella una tortura que conllevaría, sin duda alguna, al final de un ostentoso placer.

Giraron sobre su propio eje y Albert quedó de espaldas a la multitud que seguían embebidos en su propio ritmo. Alissa qué era toda una experta deslizó su brazo derecho hacia su regazo y con mucho descaro le tocó el pene con su mano.
Realizó unos suaves movimientos con sus dedos y el miembro creció tras cada manoseada que ella ejercía.

—¿Quiere que siga señor Albert? —quiso saber Alissa.

La tensión en él era evidente.
Lanzó varias miradas furtivas alrededor percatándose de que no había nadie mirándoles y posteriormente, colocó su rostro cerca del cuello de ella y su fragancia le activó aún más los sentidos.

—No pares. —ordenó.

Alissa tomó el borde superior de la bermuda con sumo cuidado y le hizo una leve presión hacia adelante y en el momento que la tela se expandió y dejó un espacio libre, introdujo su mano dentro del mismo hasta tocar su bóxer. Justo allí pudo sentir como su polla yacía hacia un lado tan duro y firme que parecía a punto de estallar.
Albert se mantuvo en su posición realizando un vaivén uniforme mientras la música les cubría por completo. Cada movimiento era una sacudida para Alissa pues asemejaba las embestidas que él quería darle en aquel instante. Ambos estaban muy excitados y absortos cuando el mesonero les habló.

—Cortesía de la casa, señores.

Alissa dio un respingo y sacó rápidamente su mano; cambió la postura como alguien que tiene buen reflejo. El mesonero se encontraba detrás de Albert por lo que no había forma de que pudiera vislumbrar la escena, sin embargo, para evitar sospechas fue ella quién recibió las dos copas de cristal y Albert por su parte, solo giró la cabeza y agradeció a media voz.

—Gracias. —asintió y el hombre se fue a sus aposentos cerca de la pequeña plataforma que servía de tarima para los músicos.

Alissa le dio una copa a Albert y ambos degustaron el exquisito líquido cuyo color verde intenso asemejaba el musgo de los bosques. Tenía algunos trozos de frutas dentro de él y una rodaja de piña en el borde de la copa le daba un toque primaveral. El primer sorbo les inundó la boca del mejor sabor a lima que habían probado en su vida. Alissa se relamió los labios.

—¿Mucho calor, no? —preguntó Albert con sarcasmo.

—Mucho…

Ambos juntaron sus copas y bebieron nuevamente. La complicidad era evidente entre ellos. No hacía falta palabra alguna para decirse lo que el otro estaba pensando.

Los músicos dejaron de tocar y todos aplaudieron por agradecimiento con vítores y silbidos de entusiasmos.

Cuando Albert había dejado de aplaudir y vaciado por completo su copa le hizo un guiño a Alissa con sus ojos azules para que le siguiera. Se levantó de la silla y dejó la copa sobre la mesa con dinero en efectivo porque era un hombre responsable a pesar de todo.

Alissa se incorporó y le siguió los pasos.

Tocaron la húmeda arena y se enfilaron hacia los autos que habían dejado aparcados muy cerca de la bahía. Albert la tomó con sus fornidos brazos y comenzó a besarla mientras la mantenía arrinconada contra el auto de ella. La besó con mucha pasión y otra vez la excitación fue tanta que empezaron a gemir mientras rozaban sus cuerpos vivos y ardientes.

—Vamos a mi casa. —jadeó Albert, lamiendo su cuello.

—¿Estás... seguro? —inquirió Alissa a media voz. 

—Si, vamos.

—Está bien, te sigo.

Alissa le dio un último beso en la boca y entró en su vehículo mientras se recogía el cabello hacia atrás. Albert encendió su auto y salió de la bahía. Los dos vehículos se mantenían muy cerca con él a la comitiva. Por un breve momento quiso llamar a su madre Norma Walfs y decirle que iba de camino, luego comprendió que era una absurda idea así que simplemente siguió el camino hacia su casa.

Abrió el pequeño cubículo del auto y sacó varios preservativos. Hoy iba a por todo con Alissa Maddison. Una mujer frenética que le había confesado sus secretos más íntimos y por el cual entendió, sin siquiera ofenderse lo más mínimo, que a pesar de todo era la mujer con la que quería estar.

Cruzó una callejuela muy iluminada y poco antes de visualizar su casa notó que algo extraño estaba sucediendo. Aparcado en la puerta principal, estaba un auto negro con una mujer que conversaba de forma alegre con su madre. Albert sopesó la opción de irse y seguir de largo pero Norma ya le estaba haciendo señas al verlo tan cerca.

El corazón de Albert latió de forma incesante ante el arrebato de adrenalina que sintió tras reconocer a la otra mujer. Detuvo el auto y más atrás Alissa Maddison hizo lo mismo.

Detrás de su cuello una fina capa de sudor se extendía hasta sus hombros. Comenzó a sentir calor pese a la fría noche que se cernía sobre todo el lugar.

Respiró hondo.

Liberó el aire retenido.

Y se bajó.

Norma Walfs le recibió con una cálida sonrisa.

—Hijo mío, mira quién ha venido a verte. —su voz denotaba cierta algarabía.

Albert miró a la otra mujer y ésta se dio la vuelta con gran elegancia. Era alta, muy alta; de tez morena y una larga cabellera negra que le llegaba hasta la cintura. Cuando se miraron, los ojos caoba de la mujer refulgieron con intensa picardía.

—Cassandra. —dijo Albert, sombrío.

—Hola Albert —contestó la mujer.

Y entonces para sorpresa de Alissa que había bajado ya del auto, le dio un beso directamente en la boca de Albert.




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