14. Bajo la Lluvia

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Amber


Entré en mi habitación creyendo que las piernas me harían colapsar en mi intento de parecer fuerte ante la fascinante idea de probar una vez más los labios del chico; que con tan solo un roce me ponía a flotar.

No tenía ni idea de la hora cuando tomé el viejo tocadiscos que tenía junto a mi escritorio y coloqué cualquier vinilo para escuchar de fondo, y mientras cerraba las cortinas de mi habitación para intentar ponerme mi pijama, comencé a quitarme la franela blanca que traía por encima.

Escuché la puerta de mi cuarto entre abrirse, Dan estaba mirándome; sus ojos estaban en una expresión sólida, noté como mordía su labio inferior sin expresarme nada.

Cuando en eso, mis ojos viajaron a sus brazos observándolo aflojarse los botones mientras lo miraba como se arremangaba su clara camisa.

Lo miraba por el redondo espejo que tenía frente a mí y sin detenerme ni un solo segundo a analizar qué rayos estaba ocurriendo conmigo esa noche, mis brazos se deslizaron por las mangas de mi ropa dejando caer despacio mi franela en el suelo, con gran delicadeza liberé el botón de mis vaqueros.

Dan se apalancó sobre la puerta cerrándola por completo y el sonido me hizo saltar involuntariamente.

Me giré, encontrándome con unos ojos verdes que me examinaban con una sonrisa desorbitada al otro lado de la habitación.

La música que recorría cada esquina de mi cuarto rondaba perdiéndose en nuestros oídos, invitándome a bailar y a mover con delicadeza mis piernas mientras rosaba mi piel con mis manos, acariciaba mi cabello, jugaba con mis labios, sonreía sin poder mirar nada ni nadie, mis caderas se movían solas al compás de la música pidiendo más.

Mi corazón iba en rapidez rítmica cuando abrí los ojos y tenía a Dan a centímetros de mí, mientras me observaba con las manos en los bolsillos.

     —¿Vas a quedarte ahí quieto? —mascullé mientras lo observaba hacer todo lo contrario.

Bajó la mirada al suelo donde reposaba mi camisa, sus rodillas se flexionaron al bajar hasta ella estirando suavemente su mano para tomarla.

Cuando estuvo donde quería, comenzó a subir lentamente mientras sentía su rostro muy cerca de cualquier extremidad de mi cuerpo, su aliento al rozarme los muslos aceleró mi respiración.

Pero cuando llegó a mi semblante, algo lo detuvo, dejando besos húmedos sobre mi pecho, mis ojos se cerraron involuntariamente ante la sensación.

Subió por mi cuello hasta llegar a mi mentón y hacerme esperar con ansias mientras besaba mi barbilla, mis mejillas, mi cien y luego mi frente; bajó por mi nariz hasta frenar en mi boca, pero antes de que se sellaran me aparté hacía atrás jugando un poco, torturándonos.

     —Sabes que no me gusta perder —dije, sonriéndole entre resuellos.

     —Sabes que es lo que me gusta...

Jadeante, me tomó de la nuca conteniéndonos, pero esta vez, ya no hubo quien nos detuviera...

Lo besaba mientras intentaba ahogarme en su boca y luego él me daba aliento una vez más.

Su otra mano arrojó con gran desespero mi camiseta, sus besos eran suaves, pausados, amplificaban todas las sensaciones que incendiaban a mi cuerpo.

Mis manos que permanecían en su pecho buscaron la orilla de su camisa, desabotonándolo del cuello y el torso. Algunos botones salieron volando mientras mis dedos bajaban con desespero.

Jugábamos el juego más dulce y peligroso de nuestras vidas en el que ambos habíamos salido derrotados.

Su camisa salió volando en el aire mientras yo aprisionaba su cuerpo en el mío.

La Melodia al Oir Sus Ojos +18 [ACTUALIZANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora