Capítulo 9

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Abro mis ojos y la oscuridad de la habitación me envuelve, impidiendo que sea capaz de observar a mi alrededor. Mi cuerpo reposa sobre una superficie suave y acolchonada, y al ver la lámpara de la mesa de noche, reconozco la habitación de la última vez que estuve aquí. La casa de Ian y Dian.

Me siento con cuidado y me sorprende darme cuenta de que el dolor ha desaparecido casi por completo. Mi celular reposa en la mesa junto a la lámpara y lo tomo para ver la hora; la pantalla se ilumina y el reloj marca las 3:17 a.m. Veo las notificaciones y abro mis ojos, asustada al ver las 15 llamadas perdidas de Athena y 5 de Aster.

Oh, no.

Busco el chat de Athena en mis contactos y me sorprende ver un mensaje que, claramente, yo no escribí.

Acompañé a mi amiga Dian a su casa porque se sentía mal. Me pidió que pasara la noche aquí. Lamento no haber avisado, se me pasó el tiempo.

Athena respondió:

Está bien. Hablaremos mañana.

Maldigo en voz baja porque sé que me dará el sermón de mi vida porque ya es la segunda vez que hago lo mismo. Me pregunto quién fue el que escribió el mensaje y cómo desbloqueó mi celular, sin embargo, al ser tan tarde decido volver a dormir porque el cansancio es demasiado. Me acuesto de nuevo y cuando cierro los ojos, escucho voces provenientes del primero piso.

Me levanto y salgo de la habitación, en silencio y abrazándome a mí misma por el frío que siento. Toda la casa está a oscuras, pero la luz de la sala ilumina parte del camino. Bajo con cuidado las escaleras, pero me detengo al oír la voz de Dian.

—¿¡Qué carajos estabas pensando!? —exclama, furiosa—. ¿¡Te volviste loco!?

—Tenía que ayudar a Ian, era la única opción —Adonis responde, igual de furioso, pero sin gritar.

—Fue demasiado peligroso, Nis —Ian comenta, dándole la razón a su hermana—. La conexión se rompió, afortunadamente no pasó nada, pero...

—Ella quería ayudar también —se justifica.

—¡Pudiste buscar alguna otra opción, no tenía que ser esa! —Dian refuta—. ¡Pudiste esperar a que llegara!

—¿Esperar a que llegaras? —repite, incrédulo—. ¿Hablas de esperar a que dejaras de atragantarte con aquel idiota? —ríe sin gracia—. Porque eso estabas haciendo, ¿no es así? Por eso ni siquiera estabas pendiente de lo que estaba sucediendo.

Ella guarda silencio unos segundos y elevo mis cejas, sorprendida. Finalmente, responde, de mala gana:

—Sabes bien por qué acepté ir con él.

—Oh, y tú muy sacrificada, ¿no?

—No tenía ni idea de que sucedería algo así...

—¡Lo sabías! —Adonis explota—. ¡Por supuesto que lo sabías! ¡Por eso fuimos a ese estúpido festival en primer lugar!

—Basta —Ian interviene, autoritario—. Ambos.

El silencio se extiende y decido aprovechar para hacer acto de presencia. Bajo otro escalón y escucho a Dian agregar:

—Te das cuenta de lo que hiciste, ¿no?

No hay respuesta.

—Lo único que lograste es que vengan a ella como jodidas abejas a la miel —insiste, acusatioramente.

—Ya lo sé —Adonis admite, entre dientes.

¿Hablan de mí?

—Van a matarla y todo por tu culpa.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora