Capítulo 10

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No pude dormir nada en toda la noche. Y por «toda la noche» me refiero a las tres horas de descanso que pretendía tener. Mi mente no dejaba de pensar en todo lo que ahora sabía y tenía que enfrentar. Mi vida ya no sería la misma al salir de esta casa y la ansiedad por no saber qué me depararía el futuro me atormentaba cada vez más.

A veces, es mejor vivir en la ignorancia y no ser consciente de muchas cosas, uno puede ahorrarse mucho dolor y sufrimiento.

Dian nos despertó a todos muy temprano en la mañana, actuaba tan animada que comenzaba a creer que no vivimos en la misma sintonía. Yo temiendo salir de aquí, con la paranoia llenando mis venas y ella sonriendo, alegremente.

Quería ir a casa y encerrarme en mi habitación para conectar conmigo misma, pues, justo ahora, me sentía fuera de mí. Sin embargo, Dian tenía otros planes: me llevó a su armario, me dejó elegir entre su variedad de prendas y, posteriormente, me encerró en el baño para que me diera una ducha. Unos 30 minutos después, me encuentro sentada en la cama, escribiéndole un mensaje a Aster para que me lleve mi mochila a la escuela. 

Siento a Dian caminando hacia la puerta y toca dos veces antes de hablar:

—Estamos listos. Te espero abajo.

Espero unos segundos, me repito que todo estará bien, y salgo de la habitación. Bajo las escaleras y los tres me miran, al mismo tiempo. Dian me sonríe, emocionada y todavía ni llego bien al último escalón cuando me toma del brazo y me pone frente a los chicos, mostrándome cual trofeo.

—¿Verdad que le queda bien mi ropa?

Hago una mueca de incomodidad al estar bajo el escrutinio de los dos chicos frente a mí.

—Te ves bien, Náe —Ian sonríe.

—Gracias.

Adonis me observa una vez más antes de dirigir su mirada a Dian.

—Te queda mejor a ti.

Ruedo los ojos y ella lo golpea.

—No seas grosero.

—No puede evitar ser lo que es, Dian —me abro paso hacia la puerta, la abro y le sonrío, fingidamente—: un idiota.

Adonis finge no haberme escuchado y pasa por mi lado, chocando su hombro con el mío. Alcanzo a meterle el pie cuando sale y trastabilla, casi cayéndose. Se gira molesto hacia mí e Ian se pone en medio de ambos, impidiendo su paso.

—Basta. Son las 6:40 de la mañana —dice en un tono cansino—. ¿Podrían esperar a que salga el sol, al menos?

Los ojos grises de Adonis podrían estar disparándome dagas revestidas de roble blanco, si fuera posible. Inspira profundamente y se da la vuelta, dirigiéndose al Jeep de Ian. Dian se le adelanta y se sube en el asiento del copiloto.

¡Genial! Me va tocar ir atrás con este imbécil.

Sube al auto de mala gana y lo veo desde la puerta. Tengo miedo de salir y que, de pronto, aparezca un tipo queriendo asesinarme. Ian, quien permanece a mi lado, me da una sonrisa tranquilizadora.

—Te dije que no dejaría que nada te pase y voy a cumplirlo.

Inhalo profundamente y asiento. Salgo de la casa y subo al auto, esperando no sentir ninguna presencia, soy capaz de respirar con tranquilidad hasta que Ian se sube y enciende el motor.

Pareciera que Adonis y yo tenemos una enfermedad contagiosa, pues estamos tan alejados como podemos, cada uno mirando por su respectiva ventana. Nada que ver con la noche anterior y lo cerca que estuvimos, sin saber muy bien por qué.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora