Capítulo 25

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Cuando mis ojos vuelven a abrirse, la claridad del día apenas empieza a hacerse presente. El cielo sigue nublado y las gotas de lluvia todavía caen de manera paulatina.

Dirijo la mirada hacia el techo y suelto un suspiro al recordar la noche anterior: Kilian intentando llevarme a algún lugar del que dudo pudiera regresar con vida; Adonis llegando para ayudarme; nuestra conversación honesta en el auto; su tono amenazante cuando descubrió los moretones en mi cuello... Una extraña sensación me revuelve el estómago al pensar en tener que ver el rostro de Adonis y enfrentar lo sucedido.

Mi mirada se desliza hacia el reloj que está en la pared y que marca las 6:04 a.m. Gracias al cielo, cuando hay torneos de basquetbol y nuestro equipo juega, cancelan las clases al día siguiente. Eso significa que si me voy ahora, no vería al pelinegro hasta mañana, y para ese entonces, ya podría haber procesado todo esto, ¿cierto?

Sin dudarlo más, me levanto de la cama con rapidez. Tomo mis cosas y abro la puerta, despacio, con cuidado de no hacer ruido. Salgo al pasillo y camino en puntillas hacia las escaleras hasta que, por el rabillo del ojo, veo que una puerta se abre al final del pasillo. Me quedo estática en mi lugar, tensa por haber sido descubierta. Pero cuando la figura emerge de la habitación, la confusión me llena por completo.

Aster cierra la puerta de la habitación de Ian con cuidado, de la misma forma en que lo hice yo. Cuando se gira para caminar por el pasillo, se detiene en seco al verme. Los dos nos miramos en silencio, la sorpresa marcada en nuestras expresiones. Durante unos segundos que se sienten eternos, ninguno dice o hace nada. Pero, sin poder evitarlo, mis ojos se entornan con sospecha y una sonrisa cómplice se dibuja en mis labios. Él palidece y niega frenéticamente.

—No es lo que piensas —se apresura a aclarar en un susurro mientras camina hacia mí, procurando no hacer ruido. Sin embargo, la sonrisa en mis labios permanece—. Náe, basta.

—¿Qué? No estoy haciendo nada —replico en el mismo tono bajo que él, pero sin ocultar la burla en mi voz.

—No hicimos nada, no pasó nada —explica; el sonrojo subiéndole por el cuello hasta sus mejillas.

Mi sonrisa maliciosa se hace más amplia.

—Claaaaaro.

Comienzo a bajar las escaleras y él me sigue, nervioso.

—De verdad, no sucedió nada —insiste—. Quita esa sonrisa de tu cara.

—¿Cuál sonrisa? —la reprimo inútilmente y sigo mi camino hacia la salida.

Él me mira mal y me obliga a detenerme una vez que estamos frente a la puerta.

—No es gracioso, Náe —gruñe, avergonzado—. Tú...

Ambos nos callamos al instante cuando escuchamos el ruido de la manija de la puerta, anunciando que alguien está entrando. Nuestros hombros se tensan y permanecemos estáticos, sin saber qué hacer. Un escalofrío recorre mi piel y sé quién es antes de que la vea.

Dian entra con cautela a la casa y empuja la puerta con tanta delicadeza que ni siquiera se escucha el 'clic' cuando cierra. Se da la vuelta con una sonrisa de satisfacción, la cual se borra cuando nos ve de pie frente a ella. Observo su cabello despeinado, los zapatos en su mano izquierda, el vestido corto y sin mangas que es cubierto por una chaqueta negra que, claramente, no le pertenece.

Aster y yo la miramos en silencio. Los ojos de ella viajan de él hacia mí repetidas veces. Ninguno de los tres dice nada. El rubio me da una mirada por el rabillo del ojo y lo miro también, antes de volver nuestra vista a Dian.

Ella se aclara la garganta y esboza una sonrisa forzada, intentando fingir naturalidad.

—Buenos días. ¿Cómo están? —Aster abre la boca para responder, pero ella agrega con rapidez—: Me alegra saberlo. Bueno, nos vemos. Adiós.

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