Capítulo 37

134 17 35
                                    

El diario de Octavio Sallow yace en mis manos, pidiendo ser abierto a gritos.

Gritos por parte de los mellizos, quienes están sentados en mi cama, ambos en posición de indio y dando ligeros saltos de impaciencia.

—Parecen niños —Adonis se queja, rodando los ojos desde el diván, cerca de la ventana.

La luz del exterior ilumina parcialmente su cuerpo, el cual se encuentra recostado, su cabeza descansando sobre los cojines recargados contra el posabrazos. Su vista en la pelota de béisbol que tomó de uno de mis estantes y con la que juega distraídamente, lanzándola hacia arriba y atrapándola una y otra vez. 

Desvío la vista, dándome cuenta del tiempo que pasé detallándolo de manera innecesaria y sacudo la cabeza, alejando mis pensamientos de él. Tomo la silla giratoria de mi escritorio, la volteo para que el respaldo quede frente a mí y me siento, recargando los brazos sobre este y sosteniendo el libro con ambas manos. Les doy miradas furtivas a mis acompañantes, reconsiderando haberlos traído aquí.

Después de un debate arduo sobre si debería quedarme sola en casa o ir con ellos, decidieron quedarse conmigo para esperar a Aster. Estuvimos sentados en la sala, viéndonos unos a otros durante un par de horas, hasta que Adonis recordó el insignificante detalle de que, después de contarle todo lo que habíamos hablado a Elías, este le había prestado el diario de Sallow para ver si yo encontraba aquello que, se supone, debería haber leído la primera vez.

Justo cuando iba a comenzar a leer, Ian y Dian empezaron a pelear porque ambos querían acostarse en el sofá y ninguno de los dos cedía, así que les ofrecí subir a mi habitación para que ambos pudieran recostarse. No lo dudaron dos veces y se pusieron de pie, casi de inmediato.

Ninguno de mis amigos había estado en mi habitación. Jamás. Ni siquiera Liv. Les ofrecí la comodidad de mi habitación, mi lugar seguro y privado para que dejaran de pelear y estuvieran cómodos...

Y ambos están sentados. Y siguen peleando.

Genial.

—¿Vas a leer o...? —Ian presiona, abrazando una de mis almohadas.

Tomo una profunda respiración y abro el diario, buscando la última página que había estado leyendo y al encontrarla, paso a la siguiente, comenzando a leer en voz alta:

30 de abril 1867

He hablado con la gente del pueblo sobre la experiencia que fui capaz de presenciar. Muchos no creyeron en mis palabras, pero a los pocos que lo hicieron —los leales, los fieles y verdaderos— les mostré el regalo que la Madre Naturaleza me había otorgado y les dije lo que ella me había dicho: Que saldríamos vencedores, que teníamos su bendición.

Los llevé conmigo a ese Árbol especial. Los conduje a través del bosque, guiándolos hacia nuestra victoria. Ellos tuvieron fe en mí y en ella, buscando desesperadamente una solución para salvar el bosque.

Y ella no nos defraudaría.

O. S.


—Suena como alguien que consumió demasiado LSD —Ian comenta en cuanto termino de leer—. Si no fuera porque lo he visto con mis propios ojos, no creería nada de lo que está diciendo.

—Parece que estaba reuniendo gente para una secta —Dian agrega, concordando con su hermano.

—La ideología de un hippie que murió hace cientos de años —repito en voz baja las palabras que Kilian dijo aquella vez en la fiesta de Arplewood.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora