Capítulo 17

131 16 32
                                    

Deslizarnos cerro abajo no fue tan difícil. Ojalá pudiera decir lo mismo de nuestras armas. Tardamos alrededor de 10 minutos tratando de encontrar la espada de Adonis que yo había lanzado en nuestro combate. 10 largos minutos escuchando quejas de su parte y unas cuantas maldiciones que no soy capaz de recordar porque lo ignoré categóricamente.

—¿Sabes dónde estamos? —inquiero, mientras avanzamos en la penumbra del bosque. Él va delante de mí, guiando nuestro camino.

—Sí.

—¿Falta mucho?

—Sí.

Suelto un bufido. Una punzada en mi abdomen me hace detenerme y suelto un leve quejido de dolor, presionando la herida. Se gira hacia mí y me analiza en silencio.

—Claro, drena la energía de la única persona que tiene un don curativo y luego apuñálate a ti misma, repetidas veces en diferentes partes del cuerpo —comenta, burlón—. Fue una buena idea, ¿verdad?

—Yo no te drené a propósito —me quejo—. Tú fuiste el idiota que decidió usar toda su energía en un don que no domina en su totalidad.

—Y tú fuiste la estúpida que se apuñaló, sabiendo que este idiota no podría curarte.

Touché.

—La verdad, no lo pensé.

—Sí, ya me di cuenta.

Suelta un suspiro y se desvía del camino, yendo hacia la izquierda y obligándome a seguirlo antes de que me pierda.

—¿A dónde vas? —cuestiono una vez que lo alcanzo.

No responde, mas bien, sigue caminando, buscando algo que desconozco. Sus pasos vacilan un par de veces, pero no se detiene y lo maldigo muchas veces en el proceso. Finalmente, cuando el dolor ya me está consumiendo por completo, él parece encontrar lo que buscaba.

Me recargo contra un árbol y él se acerca a una planta que está a raz del suelo. No puedo distinguirla muy bien en la oscuridad y creo que tampoco podría haberlo hecho aunque hubiese luz. No conozco de plantas. Adonis corta unas cuantas hojas y se da la vuelta hacia mí.

—Siéntate.

No obedezco por voluntad propia, sino porque mis piernas fallan y ceden antes de que decida pelear contra ello. Él alza mi sudadera, dejando expuesta mi herida ante él.

—¿No necesitas luz? —inquiero.

Niega.

—Tu aura es tan luminosa que me permite ver las heridas en tu cuerpo.

Frunzo el ceño, confundida.

—¿Como si fuera una radiografía?

—Similar.

—Si mi aura es tan luminosa, ¿no nos pone en riesgo de que los Renegados nos encuentren?

—Probablemente —admite, poniéndome nerviosa—. Pero no lo creo. Estamos muy lejos como para que puedan sentirnos.

—Uno de ellos era el que estuvo en la escuela —musito, pensativa. Él me mira, curioso—. El que tenía fuego en su mano. Él debió haber sido el que provocó el incendio.

Desvía la mirada, pensativo.

—Tienes razón, debió haber sido él.

No decimos nada más. Pone las hojas sobre mi abdomen y, al instante, una sensación cálida llena mi piel; se extiende a través de mi cuerpo y me llena por completo, dejándome un sentimiento de frescura. Suelto un suspiro, aliviada.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora