Capítulo 51

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—Náe.

Me remuevo en la comodidad de la cama y me cubro con las sábanas, ignorando la voz de quien sea que me llame.

—Náe —esta vez, la voz es más firme, pero conserva el toque gentil en ella.

Gruño en respuesta y pongo la almohada sobre mi cabeza, intentando acallar la voz.

—Derya —una mano me toma del hombro y me sacude de manera brusca—. Vamos, despierta.

La parte más primitiva de mi ser despierta y me siento de golpe, llena de ira.

—¿¡Qué quier-!?

Me veo interrumpida por una mano sobre mi boca. Mi ceño fruncido se acentúa cuando encuentro unos ojos grises frente a mí. Su cabello luce húmedo, señal de que acaba de bañarse y lo veo arreglado, como si fuera a salir.

—Shhh, vas a despertar a los demás —aquello hace que mi confusión se disipe y sea reemplazada por enojo.

—¿¡Y yo por qué yo sí me tengo que despertar!? -es lo que bramo contra su mano, pero el sonido de mi voz es amortiguado y lo único que se escucha son murmullos sin sentido.

Presiona su mano con más fuerza y lo miro con irritación.

—Cállate y escúchame.

Obedezco de mala gana.

—Necesito que vengas conmigo... Bueno, si quieres.

Intento hablar de nuevo, pero me doy cuenta de que su mano sigue sobre mi boca. La quito de manera brusca y él rueda los ojos.

—¿A dónde?

—¿Me acompañarás? —responde en cambio, impaciente.

Suspiro, rendida.

—¿Qué hora es?

—Las 6 de la mañana.

Lo miro, horrorizada.

—¿¡Te volviste loco!? —chillo en un susurro.

—¿Vendrás conmigo o no? —esta vez, su tono es más serio—. Si no quieres ir, está bien. Solo dime si sí o-

—Por Sallow, eres tan dramático —ruedo los ojos y bajo de la cama—. Sabes bien que sí.

Sus hombros se relajan.

—Te esperaré abajo —asiento—. Y no hagas mucho ruido.

Aquello llama mi atención. Lo observo con sospecha, pero vuelvo a asentir y lo veo salir de la habitación.

Una ducha rápida y el sueño y los restos de la posible resaca desaparecen. Una vez abajo, no solo estoy más despierta, sino de mejor humor. Nis escanea de arriba abajo mi atuendo, que consiste en el pantalón que llevaba anoche y una sudadera suya.

—Te estás adueñando de mi ropa —no es reclamo, ni pregunta; es una afirmación.

—¿Algún problema? —enarco una ceja.

Me toma del codo para acercarme hacia su pecho con la poca delicadeza que lo caracteriza. Su mano se enrosca alrededor de mi cuello y se inclina para rozar sus labios con los míos; su amplia sonrisa acaricia mi boca.

—Ninguno.

—Eso pensé —sonrío, arrogante.

Su sonrisa desaparece, reemplazándola por un ceño fruncido y me besa con fuerza y desesperación, apenas permitiéndome reaccionar.

—No soporto tu sonrisa de autosuficiencia —murmura contra mi boca, sin aliento—. Te odio.

—¿Sí? Yo odio escucharte hablar —respondo de igual forma, jadeando por aire—. Tu voz me irrita.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora