Capítulo 26

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Los chicos ya no estaban en casa cuando los fui a buscar. Los llamé infinidad de veces, pero la contestadora entraba casi al instante. Traté de no entrar en pánico, sabía que ellos estarían con los ancianos, por lo que la mala señal estaría jugando en mi contra.

Sin embargo, mi intento por mantener la calma falló cuando la noche hizo presencia y yo seguía sin poder contactarme con ellos. Me escapé por la ventana cuando el reloj marcaba las 12:25 a.m. y fui directamente a su casa, sin importarme las calles oscuras y solitarias; llevaba la daga conmigo y creo que eso sería suficiente.

Me sorprendió encontrar la casa con las luces apagadas y en absoluto silencio. El Jeep de Ian no estaba estacionado en su lugar habitual; no supe si eso me aliviaba o me generaba más preocupación. Volví a casa después de tocar la puerta un par de veces y descubrir que, efectivamente, no había nadie dentro.

Al día siguiente, siguieron sin atender mis llamadas y tampoco asistieron a la escuela. La ansiedad por saber si estaban bien me carcomía el cuerpo entero; ni siquiera pude poner atención a las clases.

Para la hora del almuerzo ya estaba tan desesperada que no tuve otra opción que arriesgarme a preguntarle a Aster. No habíamos hablado mucho desde el día anterior y lo que sucedió en Arplewood, así que temía que me ignorara magistralmente.

Su energía relajada cambió directamente cuando me vio acercarme a su grupo de amigos y su expresión de molestia me dejó ver que seguía esperando un tipo de explicación o al menos una disculpa. Y no había manera de que yo le diera ninguna de las dos.

—¿Qué? —fue lo primero que dijo con tono borde en cuanto le pedí que habláramos en privado.

Ignoré completamente su irritación y fui directo al punto:

—¿Sabes algo de Ian?

Frunció el ceño.

—¿No sabes?

Imité su gesto confundido.

—¿Qué cosa?

—Dijo que estaría en casa de sus abuelos todo el fin de semana y que no hay muy buena señal.

Los ancianos, supuse.

—¿Has hablado con él?

Desvió la mirada, como si no quisiera decirme, ya sea porque todavía estaba molesto conmigo o porque no quería que lo supiera nadie.

—Esporádicamente —murmuró de mala gana. Sus mejillas se tornaron rojizas cuando agregó—: Cada que le llega la señal, me manda un mensaje.

—¿La próxima vez que te mande un mensaje podrías decirle que me llame? Necesito hablar con él. Es urgente.

Lucía renuente, pero se limitó a asentir.

—Gracias.

Otro asentimiento de su parte, murmuró algo similar a «Tengo clase» y se fue con sus amigos. Después de eso, no volví a verlo hasta que llegué a casa y él ya estaba allí. Desde la cocina, me vio pasar de largo hacia mi habitación y no me dirigió la palabra. Una hora después, seguí intentando llamar a los chicos de nuevo; la desesperación llenando mi sistema por no obtener respuesta.

El reloj marca casi las 4:00 p.m. cuando escucho la voz de Aster en mi puerta.

—Ian te llamará ahora.

Alivio y una mezcla de ansiedad llenan mi pecho al mismo tiempo. El celular comienza a vibrar y contesto al instante cuando veo el nombre en la pantalla.

—¡Ian!

—Náe, ¿qué pasa?

—¿Dónde están? —no me molesto en ocultar la desesperación en mi voz.

NirewoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora