El pueblo estaba hecho un caos. Desde luego, no todos los días venia una dama de la realeza a Castle Combe, era bien sabido que aquí habitaba el diseñador del momento, Lord Patrick Van Quee, aquel hombre que andaba seguramente por los treinta muchos o cuarenta y pocos, el exótico y creativo modista que en aquellos días toda mujer de la alta, de exquisitos gustos y caprichos elevados, gustaba invocar.
Que una importante dama, acompañada de sus asistentes, y por supuesto, sus guardaespaldas, haya ido personalmente a buscarlo, bueno, digamos que es una buena razón para que los casi ochocientos habitantes del pueblo se alteren.
Era aproximadamente las ocho de la noche, no había alma que descansara en su respectivo hogar, las mujeres salían a pasear, sus hijos e hijas jugaban por las estrechas calles, los vendedores ambulantes iban y venían, y los respectivos hombres, pilares de la familia, maridos y padres al mismo tiempo, trabajaban sin cesar. Curiosamente todos atravesaban por la mansión, para ser más exactos, por las ventanas principales del hogar de Lord Patrick.
Irene de Luna, una joven de veintiún años, ajena a la situación y noticia de último momento, salió de su pequeño hogar, no sin antes tomar la canasta de la mesa. Se había visto en la necesidad de conseguir algo de alimento, no era una persona con debilidad por la comida, solo ingería lo necesario, no obstante llegaba un punto en el que, como cualquier persona, se vería en la necesidad de conseguir más carne, fruta y verduras, asi haya pasado un mes, tan pronto como su alacena este vacía, es momento de actuar.
Caminaba por las calles a un paso de tigre, le habían mencionado anteriormente que su elegancia al moverse desmayaba a uno que otro hombre. Ella no le había prestado mucha atención a los comentarios ni cumplidos.
No se consideraba a si misma sentimental, más sin embargo, la melancolía había llegado a apoderarse de ella en más de una ocasión a pesar de lo rebelde que según sus tías, era. A dichas familiares les impactaba el hecho de que una jovencita viviese sola, ¿Cómo era aquello posible? si la mujer debe estar con su hombre , y a Irene se le estaba pasando el tiempo. ¡De manera pensaba vivir o ya de consolacion sobrevivir? Esas muchas otras incoherencias salían de las bocas de sus familiares... Si tan solo la usasen para comer. Aunque por otro lado. el propio padre de la dulce joven siempre había estado para apoyarle en cada decisión, aun cuando eso lo convertía en la burla de los amigos, socios y un que otro hombre que se metía en vidas ajenas.
Ver a los niños jugar, las sonrisas de las damitas con sus vestidos volando detrás de ellas, la gente caminando de un lado a otro, el lugar iluminado por los faroles esquineros. Ella no estaba inconforme, al contrario, no pudo haber escogido mejor lugar para vivir, claro, aun soportando las miradas y gestos de las mujeres con mas edad, quienes seguramente le criticaban por vivir a su manera, siendo una mujer y además con esa belleza que tanto le ayudaría a conseguir marido.
Finalmente llego al puesto de Myrtle, una dulce anciana de cabello blanco como la nieve que solía caer en las noches de los últimos meses del año y una penetrante sonrisa de dientes intactos y aperlados.
─Muy buenas noches Myrtle─ Saludo cordialmente Irene tratando de imitar la sonrisa de la anciana, no le era muy difícil, considero que ese era su don, la sonrisa.
Un par de niños se alejaron de aquel sencillo puesto riendo por lo que acababan de obtener, dos rojas manzanas.
Tan pronto que Myrtle escucho la voz de la joven, levanto la cabeza ya con una mueca de felicidad en su rostro, sus ojos brillaban, era como si viera orgullosamente a una hija.
─Pero que sorpresa muchacha, ¿Qué te trae por acá?
─He tenido la necesidad de conseguir algo de comida, ya es hora de la cena, además, considere un hermoso momento para salir y disfrutar del pueblo ─Esto último lo agrego al darse cuenta de que, efectivamente, había más gente de lo normal en el exterior, lo había estado viendo durante todo el camino, pero su melancolía y aquella melodía que salía instintivamente de su garganta le habían impedido reparar en ello.
─Oh vaya que si muchacha, quiero imaginarme que como todos, sabes el porqué del caos ¿No es cierto?─ Inquirió la anciana, al tiempo que sus manos se movían entre la mercancía que yacia frente a ella.
Irene negó con la cabeza.La anciana rio, el peso de los años se reflejaba en el aire de sus pulmones, el esfuerzo que hacía por carcajear era mayor al de una persona en edad promedio.
─Lo siento Myrtle, es solo que ya sabes, soy un poco ajena a todo.
La anciana negó con la cabeza sonriendo aun.
─Cielos Muchacha, un día de estos te vas a perder realmente de los problemas y avances del mundo ─Irene negó con la cabeza, contagiada por la amplia sonrisa de Myrtle. Estaba a punto de cambiar la conversación cuando lo miro. En ese momento se perdió en el tiempo, todo se ralentizo por un segundo, las voces que la rodeaban se hicieron lejanas. Ahora era solo ella y èl. Detrás del puesto, allá donde los vendedores ambulantes se extendían, visualizo una mota de cabello negro entre las melenas entrecanas, la piel blanca como las piedras de la fuente principal del pueblo. Sus ojos reflejaban demasiadas cosas, alegría, miedo, coraje y por último...timidez. No debería ser mucho mayor que Irene, eso lo supo desde un principio. ─ ¿Escuchaste Irene? ─La voz de Myrtle de pronto aumento su volumen.
Irene sacudió la cabeza.
─Lo siento Myrtle, no te he escuchado.
La anciana negó con la cabeza nuevamente.
─Hablo en serio muchacha, me preocupas cada vez más. ─ Por un momento se le escapo un tono de seriedad, sin embargo rápidamente lo cambio por uno mas simpático.
Por el momento Irene no le presto mucha atención a Myrtle, miro de nuevo en esa dirección donde había visto al apuesto chico, pero el ya no estaba.
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El Laberinto de los Caballeros 1
Romance1865 Ella es una doncella de nombre; Irene de Luna, una señorita de 21 años, humilde, carismática e inocente. Por obra del destino y dañada moralmente por personas de la clase alta decide huir del pueblo, dejándose llevar por el dolor, las lagrimas...