Era demasiado para procesar y el ambiente no estaba precisamente ayudando.
Trece salidas, Pero solo una te llevara a la libertad.
Algo así le había comentado a la joven aquella aterrada anciana. En ese momento nada había tenido sentido, incluso al entrar aquí, nada lo había hecho. Pero ahora, con unas cuantas experiencias que preferiría no haber tenido, todo podía cobrar algún tipo de lógica.
¿Cuántos caballeros había aquí dentro? ¿Cuántos hombres que le podrían llevar a diferentes ilusiones?
Son doce, evita tantos como puedas.
Otra de las frases que Irene había captado de la mujer. Sabía de antemano que había dicho más, muchas cosas más. Pero por ahora no lo podía recordar.
Un trueno más retumbo en el cielo.
Irene caminaba con paso silencioso, se encontraba pegada al arbusto mientras avanzaba.
Dio vuelta en un pasillo que según su teoría, le debía llevar al norte. Mas probablemente estaba equivocada porque un pedazo de las nubes en el cielo se evaporo en ese momento, dándole paso a la luz de la luna, que para Irene fue de gran ayuda. Ahora distinguía todo con un poco de más claridad, pues el satélite natural parecía, incluso centellear más que nunca. Después de dos segundos reparo en que la luna por lo regular se mostraba en el este, o en el oeste. Así que debía de ir en una dirección equivocada.
Frustrada pateo el suelo con fuerza, lo que le hizo revivir el dolor del tobillo falseado.
─Auch ─Exclamo sin querer.
Decidió continuar tomando la dirección de la derecha, es decir, siguiendo la luna hacia el este. El pasillo era un poco largo, aunque a no más de cincuenta metros, se encontraba bloqueado.
Cojeando un poco sin poder evitarlo, justo al llegar a la mitad del lugar, escucho claramente una fuerte pisada, pedazos de rama quebrándose bajo una bota. Y no debía de estar muy lejos de la joven. Automáticamente guardo silencio deteniéndose por completo. A su izquierda se extendía un largo muro sin puertas o entradas, este medía la misma longitud, es decir, cincuenta metros aproximadamente. Mientras que a la derecha, había una serie de entradas, las cuales, Irene ya había pasado de largo al menos la mitad de estas.
Se recargo en el largo muro de la izquierda. Y fue entonces cuando escucho nuevamente aquel sonido de una fuerte pisada. Fue tanta la claridad, que rápidamente supo de donde provenía, de sus espaldas.
Aquel caballero, porque sin duda, era uno de ellos, debía de estar justo detrás de Irene, solo que le obstaculizaba el alto muro, que por cierto ella esperaba que no tuviese algún tipo de pasadizo para ser atravesado.
Se volvió encarando las hojas y las ramas y enfoco su vista lo mejor que pudo. Atreves de este podía ver algo que lentamente se movía, algo negro. Sintió como su piel se erizaba lentamente, la temperatura parecía haber bajado drásticamente.
Para su suerte, y efectivamente como lo había deseado, el muro era grueso.
Aquello negro se movió y algo brillo a la luz de la luna, algo... dorado.
Irene ahogo un grito. Era verdad, confirmado, aquello del otro lado debía de ser un caballero, y lo más probable es que estuviese esperando por la inocente joven.
¿Cuántos hombres de estos ahí aquí? Se preguntó a si misma casi a punto de temblar de miedo. ¿A caso doce?
Se volvió y decidió avanzar, quería caminar, pero le era imposible con lo que acababa de presenciar, por lo que sus pies, sin siquiera dudarlo, echaron a correr.
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El Laberinto de los Caballeros 1
Romance1865 Ella es una doncella de nombre; Irene de Luna, una señorita de 21 años, humilde, carismática e inocente. Por obra del destino y dañada moralmente por personas de la clase alta decide huir del pueblo, dejándose llevar por el dolor, las lagrimas...