Lord Patrick había dado órdenes muy claras a sus sirvientes, el cuarteto salió en busca de Irene, todos tomando un camino diferente, internandose en las delgadas arterias del pueblo, pues el diseñador había dejado en claro que quería noticias en cuanto antes. Y los sirvientes que al parecer compartían la misma pena que el extravagante hombre, no pusieron peros y echaron manos a la obra. Era curioso como la mansión del famoso hombre parecía posicionarse en el centro exacto del lugar.
Las damiselas se encontraban en las habitaciones superiores desprendiéndose de los atuendos y del maquillaje. Todas en silencio sin saber exactamente que decir acerca de lo ocurrido, pues parecía que no podrían hablar sin hacer como que el tema no tuviese importancia. De antemano sabían que el comportamiento y la arrogancia de Lady Florence era algo ya muy costumbre en las inmaduras personas de la realeza. También sabían que Lord Patrick no era de esa manera. Y que si había adaptado dicho comportamiento había sido por su bien, el bien de las jóvenes y el bien de su trabajo. En silencio acodaron que si su jefe y mentor quería hablar con ellas acerca de lo sucedido, le dirían la verdad, que lo entendían a la perfección y que no tenía que sentirse mal por nadie, tal vez excepto por la joven desconocida. Además él ya había puesto plan en marcha para buscar a la modelo amarteur y disculparse con ella. El pueblo no era muy grande, así que no había nada de qué preocuparse, por ahora lo ideal era ocuparse.
En cuanto al mismísimo Lord Patrick, bueno él estaba sumergido en su mundo, buscando una solución a lo sucedido, ¿Qué le diría a Irene? ¿Qué explicación daría al mundo? Sus modelos bien podrían guardar la noticia, ¿Pero la dulce joven? Ella estaba en todo su derecho de hacerle saber a quién quisiera sobre lo que había pasado, y eso era algo que no le convenía para nada al egocéntrico hombre.
Caminaba de un lado a otro por el borde de la escalera.
Sacudió la cabeza y se dijo así mismo que esos pensamientos egoístas no tenían lugar en su cabeza en esos momentos. Disculpas y humildad ante todo.
Al momento las puertas se abrieron con un gran estruendo. Dos de los sirvientes entraron a la mansión.
El hombre bajó con paso apresurado y se dirigió a ellos.
─¿Qué ha sucedido Castor? ¿Wen?
─Mi señor, la chica no aparece. Incluso con la ayuda de la mujer que cuida ancianos, nos guiamos hasta su casa, pero está vacía, o al menos eso suponemos porque no hay rastro ni de luz ni de alguien que esté dentro.
─¿Y Helie o Matilde? ¿Alguna noticia por parte de ellas?
─No lo sabemos señor, ellas buscan del otro lado del pueblo.
Lord Patrick sacudió la cabeza.
─Sera mejor que sigan buscando. No descansaremos hasta encontrarla.
Los hombres se miraron y enseguida asintieron hacia Lord Patrick.
─Como usted diga ─Respondió Wen. A continuación ambos dieron media vuelta y volvieron a salir.
Lord Patrick se sentía fatigado, ya era muy noche, probablemente pasaba de las doce y él quería acabar cuanto antes todo. Decidió salir el mismo en busca de la inocente joven, pues más que el trabajo de los criados, era también trabajo de él, era quien había comenzado todo, y era por ende que tendría que terminar y poner punto final a la situación. O si no, la pena y la conciencia lo torturarían por un largo tiempo. Algo que si sabía que podía, quería evitar. Camino hacia la lujosa cocina, necesitaba un té. Algo que lo desestresara antes de ponerse en marcha. Al no tener sirvientes a su disposición, se lo preparo él solo. Cogió el frasco con hojas de menta y el resto de los ingredientes. Al darse la media vuelta para ponerlos en la mesa, reparo en algo, algo que no había visto al entrar pues la preocupación le hacía apresurarse a lo que fuera que hiciera. La canasta media llena de Irene, estaba allí.
¿Cuánto había pasado? ¿Dos? ¿Tres horas? El dolor en la dulce joven había disminuido, o por lo menos se podía decir que ahora era algo soportable.
Había caminado sin aflojar el paso. Con la vista fija en el suelo y la mente fuera del mundo.
Cuantas cosas había pasado alrededor de ella en una sola noche, solo quería salir de su humilde hogar en busca de comida. Ahora se encontraba vagando sin rumbo y dañada moralmente por completo. Si había algo bueno en esos momentos, era que la luna parecía brillar más que de costumbre. ¡En realidad brillaba más que de costumbre! ¿Era acaso que le quería decir algo a Irene? ¿O simplemente trabajaba para iluminar su camino? Un camino que por cierto, no sabía a donde la llevaría, al fin de cuentas, la luna iba en su mismo apellido, así que considero esto como una especie de señal. Con el dolor en su pecho, no importaba, pues lo único que quería era alejarse, alejarse y no saber nada de nada. El mundo la tachaba de basura, Y eso era algo que ella no estaba dispuesta a escuchar una vez más.
El camino que ahora tomaba ni siquiera se notaba en el suelo, además del satélite natural, su única guía era el espacio que había entre los árboles. Algunos grandes, otros pequeños, extraños, comunes, pero todos dejaban cierto espacio unos de otros, lo que hacía saber que ese era el camino.
Irene levantaba la cabeza de vez en cuando, pues la mayor parte no dejaba de mirar al suelo. No tenía ánimos de nada.
Su mente vagaba más incluso que ella misma.
¿Qué seria ahora con lo había sucedido? Ella no tenía familia en el pueblo. Sus parientes estaban lejos, la costumbre era que la visitaban en fechas celebres. Pero en esta época del año, dichas fechas eran escasas y retiradas unas de otras.
Ella sabía que necesitaba el consuelo de alguien.
Y de pronto lo recordó.
Alguien que ha estado con ella desde que tiene uso de memoria, alguien que es como de la familia, pues es una gran amiga tanto de su madre como de su abuela y tías. Aquella persona que fue una de las primeras en cargarla cuando solo era una bebe. Y que ahora al pasar el tiempo, la miraba como una nieta. Recordó a Myrtle.
¿Cómo había sido tan tonta? Tuvo al alcance de su mano a una segunda madre y no había reparado en ello. Myrtle era por ahora la persona más indicada para consolarla por lo que había sucedido.
Irene levanto la vista y se limpió los ojos con las manos. No sabía siquiera por donde iba o hacia donde se dirigía pues simplemente se encontraba a si misma caminando sin rumbo. Suspiro y dio media vuelta, más decidida que nunca a regresa a su hermosísimo pueblo. Por primera vez en su vida, y en un caso como este, se daba cuenta que no estaba del todo sola. Que siempre habría alguien allí dispuesto a ayudarla.
Lamentablemente ya era muy tarde.
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El Laberinto de los Caballeros 1
Romance1865 Ella es una doncella de nombre; Irene de Luna, una señorita de 21 años, humilde, carismática e inocente. Por obra del destino y dañada moralmente por personas de la clase alta decide huir del pueblo, dejándose llevar por el dolor, las lagrimas...