XXXI

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Ella desearía poder decir que escuchaba voces charlando, que a un acuerdo había llegado ambos bandos. Quería decir que todo fue pacifico, tranquilo y para su gran alivio, sin problemas. Lamentablemente, esto estaba lejos de suceder. Pues fue todo lo contrario, fue el despertar de un sueño, para comenzar en una pesadilla. Golpes se escuchaban aquí y allá. Muebles quebrándose, truenos en el cielo y en el suelo. Gente corriendo, disparos. De todo había. Violencia en su totalidad.

Poco a poco su visión regreso, su oído se agudo y las cosas se volvieron más molestas, mas alarmantes. Lentamente enderezo la cabeza y abrió los ojos.

Ojala no lo hubiera hecho.

Todo era un completo desastre, un remolino de ropas negras. Gritos y golpes a diestra y siniestra. Pero todo lo malo tiene algo bueno, porque semejante acción devolvió a Irene a la realidad.

La joven desenfrenada quiso ponerse de pie, ¿Por qué? Por instinto simplemente. Más le fue imposible al seguir atada.

En ese momento un tipo se acercó, llevaba un esmoquin blanco y el cabello largo y sedoso atado.

Si, era justamente el último hombre que la joven había visto dentro del laberinto.

El tipo sin perder absolutamente tiempo, comenzó a desenredar con prisa las manos de la joven, quien a estas alturas sollozaba de miedo.

─Tranquila nena. Ya estas a salvo

Ella no dijo nada.─  No hubo nada que decir.

Enseguida el caballero continúo con los pies. Parecía algo complicado, pero él debía tener practica con los nudos porque bastaron pocos segundos para dejarla en total libertad.

Las personas alrededor de esto no se detenían por nada, golpes y más golpes, gritos e incluso vidrios que se hacían añicos. Era realmente un escándalo. Irene pudo notar que un corpulento hombre peleaba a mano limpia con la mujer de voz siseante y melena rebelde, vaya que no importaba siquiera el género, ambos se defendian y atacaban.

El caballero con sensibilidad, pero con prisa tomo a la joven de un brazo y la fue guiando hasta la salida de la habitación. La puerta estaba en el suelo, tal y como ella había visto antes del desmayo. Las luces verdosas opacas tan pobres eran de poca ayuda. Pero con algo de enfoque, pidieron ver el camino al salir de dicha habitación. En los pasillos también había gente peleando. Tanto ella como él, fueron evitando el acercarse demasiado.

Al escapar de la zona de riesgo echaron a correr. Ella sabía que había llegado hasta el lugar con los ojos vendados, pero aun así no recordaba que la hubiesen cargado tanto tiempo. Pues los pasillos que ahora recorría, parecían interminables.

Finalmente y luego de cinco segundos de parecer que había vuelto a un laberinto más moderno. Lograron salir al aire libre.

La noche seguía cálida y las calles estaban desiertas. Luces fluorescentes y muy altas hacían un débil intento de iluminar, todo eran de tan poca claridad. Se encontraban en algo como un patio, o talvez luna vecindad, había más puertas en las paredes de los alrededores. Así como muebles viejos y descuidados. Todos a excepción de tres camionetas, dos color negro azabache y una blanca. Las tres tenían luces encendidas al frente y puertas abiertas. Nuevamente ¿Cómo es que Irene conocía tal y tan sostificado artefacto?

─Salgamos de aquí─ Exclamo el joven aun sosteniéndola del brazo. Ambos echaron a correr en dirección de los grandes muebles. Mas fue una mala decisión porque de detrás de estos, más hombres vestidos de ropa negra salieron. Todos armados.

─Demonios ─Maldijo el caballero y llevo a Irene en otra dirección, retrocediendo, pero no a la puerta por la que habían salido, si no a un lado de esta, donde una pared se extendía y la oscuridad era más densa.

El Laberinto de los Caballeros 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora