Irene estaba desubicada, era cierto, pero solo hasta cierto punto, pues en cuanto su acompañante pronuncio dichas palabras, se dio cuenta que la noticia que acaba de recibir no era para ser subestimada.
─ ¿Dónde? ─Pregunto ella tratando de mantener la calma.
Sin decir algo, el tipo señalo frente a ellos. Metros más adelante, el césped terminaba y el pavimento daba inicio a la artificial ciudad, pues se distinguía edificios, muchas calles, personas por doquier y un tráfico desesperante. Irene distinguió una camioneta en color negro, todo esto era extraño pero a la vez tan... usual para ella. Pues justo en ese momento comenzaba a experimentar la sensación de adrenalina en vez del miedo, o de la presión, era como saltar desde un acantilado hacia el mar,s se consideraba capaz de hacerlo pese a estar en terreno peligroso, aquí , observaba a su padre, le daba la impresión de un hombre estricto, y ella sentía esa sensación de estar desobedeciéndolo justo en ese instante, así que por un lado estaba mal y era riesgoso de alguna manera, sin embargo, esto solo servía de adrenalina para ella, pues su intrepidez le hacía saber que era un reto y no un problema, solo algo extremo.
─ ¿Lo ves? ─Pregunto su acompañante. Ella reparo en que el apuntaba hacia el vehículo negro, aquel que ahora tomaba un papel de algo muy familiar en su mente.
─Andando ─Sin más dijo. De inmediato el joven y ella se retiraron, dirigiéndose a una calle detrás del parque. Allí ella pudo ver un carro, no tan lujoso, ni tan llamativo, pero digno. Ambos se subieron sin objetar palabras y la marcha comenzó.
Irene de inmediato se arrepintió de haber hecho caso al joven, pues este conducía de manera desenfrenada, tal vez era la prisa, tal vez era su manera de conducir, pero a Irene le ponía alerta, inconscientemente se tomó del asiento y enfoco su vista en cualquier cosa excepto la carretera.
Evadieron autos y rebasaron vehículos de velocidad lenta. Para la buena suerte de la joven, la casa no estaba muy lejos, apenas y un par de minutos en el vehículo, otra noticia buena también era que la camioneta negra no estaba a la vista, lo que le hizo sentir a Irene más aliviada, estaban en su casa, una vez más ¿Cómo lo sabía? No tenía la más remota idea, mas estaba segura de ello.
Al llegar él se bajó de inmediato y le ayudo a ella a bajarse.
─Sera mejor que te vayas, aun no llega, pero lo hará en segundos, es lo más probable y yo debo ocultarme dentro y fingir que nada ha pasado ─Dijo ella sin pausas.
─de acuerdo, pero...
─Solo ve ¿De acuerdo? ─Le interrumpió rápidamente, quería reír, por alguna extraña razón, pues sentía euforia mezclada con miedo, su adrenalina subía velozmente.
─Bien, bien, más tarde me comunico contigo ─Concluyo el dándole un beso en la frente.
Irene cerro los ojos dejándose llevar por el aroma que él le había dejado, era una mezcla de perfume con sudor, y de alguna manera, con...maldad, rio de manera estúpida al pensar en eso, y podría haber estado allí horas, de no ser por el claxon de un vehículo acercándose que le volvió a la realidad.
De inmediato abrió los ojos y no vio al varón, ni siquiera el coche de este estaba allí, ¿Tan rápido se había ido? ¿O era acaso que ella había estado muy idiotizada por largo rato?
No perdió más el tiempo y subió los escalones hasta llegar a la puerta principal de la casa. Debía de admitirlo, estaba impresionada del gran hogar, en el que se suponía vivía, como el resto de su experiencia y sus experiencias pasadas, al ver algo como o esto, hizo sentir en su interior esa inmensa sensación de familiaridad con las cosas, recuerdos lejanos llegaban a su mente, deja vus, e incluso flashes de mansiones medievales, pueblo antiguos y muy hermosos, y algunas cosas más.
ESTÁS LEYENDO
El Laberinto de los Caballeros 1
Romance1865 Ella es una doncella de nombre; Irene de Luna, una señorita de 21 años, humilde, carismática e inocente. Por obra del destino y dañada moralmente por personas de la clase alta decide huir del pueblo, dejándose llevar por el dolor, las lagrimas...