XXIX

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Cansada, de todo, cansada de lo que sucedía, de las experiencias, de la frustración, cansada de vivir. Una dulce joven de veintiún años no debería ser capaz de sentirse así, desgraciadamente lo hacía. Irene corría con tanta fuerza, que incluso ella misma no sabia como era capaz de poder hacerlo. Apenas y podía ver nada, los relámpagos eran cegadores y los truenos ensordecedores, los pasillos del laberinto apenas y se podían distinguir, en cualquier momento ella chocaría de frente con algún muro de arbustos, lo sabía, pues prácticamente huía veloz como un relampago, quien sabe que más le esperaba, el viento por fortuna estaba a su favor, algo bueno después de todo, pues qué pasaría si este fuese en sentido contrario, la pobre chica no avanzaría por más que lo intentase. Aunque claro, no estaba segura de a dónde iba... bien, digamos la verdad, no tenia absolutamente idea alguna de en qué dirección corría. Lo único que sabía era que desesperadamente quería salir de aquel horrible lugar, aquel infierno, quería olvidar todo, quería volver a su antigua y pacifica vida. ¿Por qué a mí? No paraba de preguntarse una y otra vez, ella que prefería no meterse con nadie para evitar situaciones desastrosas, ella que solo quería tener la vida más tranquila del mundo, que solo quería reír y conversar con quienes le brindaban confianza, ella que no andaba repartiendo chismes como la mayoría de las mujeres del pueblo, ella que esperaba casarse algún día, no con un miembro de la realeza, élla no quería eso, quería un guerrero que luchara a su lado. Una persona que siempre estuviera a su lado Alguien dispuesto a llevar la vida que ella llevaba en el pueblo. Solo eso, ¿era acaso mucho pedir?

Mas sin embargo, eso... si es que algún día se hacía realidad, ese día estaba muy lejos, porque por ahora lo que quería era salir, era huir de allí, era dejar de correr tan desenfrenadamente, quería limpiarse el rostro, pues las lágrimas no cesaban, y por todo lo que necesitaba desahogarse, dudaba que pronto dejara de hacerlo.

Volvía a lo que venía haciendo ya desde hace días, girar a la izquierda, derecho, a la derecha, retroceder, volver a la derecha y una vez más a la izquierda. ¿Es que esto nunca terminaría?

Un relámpago, acompañado de un fuerte trueno, hizo brincar del susto a la humilde doncella.

Esta de inmediato giro a la izquierda, pues por el pasillo en el que se encontraba, era su única salida.

Y vaya que ese lugar no dejaría de darle sorpresas.

Lo que había frente a ella, bien podría servirle para sobrevivir un día más.

Un pequeñísimo lago. No debía medir más que tres o cuatro pasillos del laberinto. Había tierra firme a su alrededor y el agua se ondeaba con tal fuerza que aprecia estar hirviendo.

Detrás de este y a sus alrededores, había más entradas del laberinto, este lugar debía estar todavía lejos de una verdadera salida.

Irene camino hasta este, tres segundos bastaron para recordarlo, recordar la isla, el hombre de cabello leonado, mechones que le caían por la frente viajando en sus mejillas hasta terminar en el mentón, sus ojos profundos, las fogatas, la sangre, la lágrimas, los gritos...

─aaaaaah ─La joven grito de frustración, y con ella acompañándola, un trueno más. Seguido de diversos flashes.

Se dejó caer en el suelo con tal desesperación que incluso arañaba la tierra.

Su cabello toco el agua del lago, pero eso le importo en lo más mínimo, solo quería escapar, solo quería salir de aquí.

Una chispa fría toco la espalda de la joven. A esta le siguió otra, y una más...

Y así, sin previo aviso, una lluvia que ya se debía suponer, llego con fuerzas. Pero de igual manera, eso no le podía importar menos. Ella siguió sacando su frustración. Quería salir de allí, quería acabar con esto. ¿Qué tenia que hacer? ¿Qué más le faltaba por vivir? ¿Qué más?

En pocos segundos se encontraba empapada y con frio

Sin saber a ciencia cierto cuanto tiempo duro allí, en cuanto sintió un poco, una pisca de alivio. Irene se incorporó.

Bueno, al menos levanto la cabeza, porque lo que a continuación miro, solo le sirvió para hundirla más.

Un quinto caballero, un hombre más, apuesto y bien vestido. Que incluso empapado con la lluvia no perdía elegancia.

El varón miraba hacia la nada, sobre el lago,, pareciera que observaba un suceso entretenido, pero lo cierto es que el lugar no tenía más que mostrar, solo arbustos, muros verdes, lluvia y oscuridad iluminada por relámpagos. Solo eso.

Irene en un momento de desesperación, comenzó a gatear, lejos de aquella bestia, si, así era como los miraba ahora. No quería saber nada mas de ninguno, nada en absoluto.

El tipo parecía no percatarse de ella, pero la humilde joven no haría confianza. Retrocedió con los codos hasta chocar con uno de los muros.

Sollozaba y titiritaba, no tenía las fuerzas para correr más.

El tipo seguía allí, sin verla ni percatarse de ella, solo miraba al vacío. Tenía la piel morena, el cabello casi al rape, cicatrices recorrían parte de su cabeza, impidiendo en dichas zonas que el cabello naciera, pareciera que llevaba rayos alrededor de su cráneo. Su barba recién afeitada pero ya se asomaba lo siguente para oscurecer la parte inferior de su rostro.

Ella decidió aguardar, mientras él no se movería, y así parecía que iba a ser por más tiempo, ella tendría tiempo para incorporarse.

El viento no cesaba, la lluvia apenas tomaba fuerza, el lago cada vez más caudaloso ensordecía a Irene. ¿Esto qué significaba? Otra experiencia, probablemente.

Finalmente y con la lentitud más posible, Irene se puso de pies, miro a la izquierda la entrada por la que había llegado, y sin más corrió por ella.

El tiempo no había mejorado en absoluto.

Trato de correr de regreso por donde había llegado, pero prácticamente era imposible, no sabía qué camino tomar, por lo que se dejó llevar por su pura intuición.

La lluvia le hacía sentir lodo entre las zapatillas y sus pies.

Así como la imagen que se podía hacer en su cabeza de cómo debía lucir justo en esos momentos.

Después de recorrer por ciertos pasillos, giro en uno a la izquierda.... Solo para encontrarse una vez más en el lago.

Tan rápido como se dio cuenta freno el paso, lo que ocasiono que casi se trompesara.

Curiosamente, el agua estaba un poco más calmada, ya no había truenos y la lluvia se había vuelto algo tranquila.

Pero lo que más alarmo a Irene fue que, aquel caballero de cabello corto y negro azabache, ya no estaba presente.

Sus más agudos sentidos se pusieron alerta.

Recorrió con cuidado el borde del lago, pasaba pasillos y pasillos, mirando detenidamente lo que había a su alrededor, el hombre no debía estar muy lejos.

Sabía que lo mejor era huir, pero guardaba la esperanza de que aquel tipo se hubiera desviado y la estuviese buscando en otro lugar, porque si de algo estaba convencida, era que sí, él la debía estar buscando a ella.

De pronto y fugazmente, la joven distinguió un brillo, con la ayuda de la luz de luna que comenzaba a hacer acto de presencia. Un brillo al otro lado del lago, algo que rápidamente se ocultó detrás de un muro. Si, debía ser él. Irene retrocedió rápidamente y fue a sumergirse nuevamente en los enredados pasillos.

Tratando de alejarse del lugar, de encontrar cualquier otra cosa, ya daba por perdido el lago, ya no le interesaba la fuente de vida que había allí, el agua, podría sobrevivir sin esta por un día más al menos. Pero la cosa era en vano, porque de la misma manera, al girar en uno de los pasillos, volvió a donde mismo.

La lluvia paro, el viento se detuvo, la oscuridad se volvía tensa y el silencio ensordecedor.

La dulce doncella retrocedió solo para rozar el cuerpo de alguien más, alguien a quien con su mano, rozo un par de fríos dedos.

Y así un nuevo mundo más comenzó.

El Laberinto de los Caballeros 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora