Eso había sido lo más extraño que Irene había presenciado, de eso no cabía duda, era verdad, apenas y tenía veintiún años de vida, quien sabe cuántas cosas más le esperaban en el futuro en caso de que el destino le fuese a permitir una vida prolongada, no obstante, eso no le servía de consolación para olvidar lo que acababa de presenciar.
Caminaba de regreso a su casa, llevaba la vista ida y la mente fuera del mundo. Bien pudieron pasar veinte caballos relinchando rozándole, y apenas y hubiera reparado en ello. Su mente estaba ocupada tratando de descifrar lo que acababa de ocurrir. ¿Quién era esa anciana? Por más que hacia memoria, simplemente no la recordaba de algún lugar, nunca la había visto, cada vez se convencía más de eso. ¿Cuál era su propósito? ¿Qué sentido tenía todo lo que había dicho? Sin duda, las preguntas más difíciles de la situación. Por alguna razón la mayoría de las frases que aquella mujer había soltado a diestra y siniestra se habían quedado guardadas en su mente, era como si su conciencia las hubiera grabado automáticamente, sabiendo que Irene algún día las necesitaría. Algo totalmente extraño.
Para entonces había doblado a la derecha en la esquina continua e inmediatamente se volvió a ver rodeada de gente, todos estaban más inquietos ahora, ¿Qué había sucedido? La gente pasaba de un lado para el otro, todos ansiosos, emocionados y hablando quien sabe cuántas cosas. En definitiva una celebración.
Irene decidió que no quería tanto parloteo a su alrededor. Por lo que opto llegar a su casa tomando algunos caminos un poco más desérticos, por fortuna, no tan oscuros ni solos como aquel donde había encontrado a la anciana, el pensar y recordar los ojos llenos de terror de la mujer le erizo la piel, no, estas calles eran un poco más alumbrantes, la única diferencia era que los murmullos aquí eran más distantes y la lejanía producía ecos, y lo que más le gustaba a Irene, era que el sentido de las palabras se distorsionaba y mezclaba con el viento. Convirtiendo así la situación en un leve cantico del aire.
Camino un par de cuadras más y giro a la derecha nuevamente. Tomo dicho camino y continuo la marcha.
A su izquierda, series de casas pequeñas se extendían hasta finalizar la calle. A su derecha, una simple pared vieja y alta se extendía. Adornada con una mini puerta de madera a mitad del camino. Irene sabía detrás de donde se encontraba justo en ese momento. Detrás de la mansión de Lord, Patrick.
Por fortuna para Lord, Patrick, el bajar a una dama de la realeza de su carruaje, requería elegancia, modales, educación, glamour, y sobre todo, tiempo. Que era justamente lo que estaba necesitando el famoso y ahora, apurado diseñador.
Aplaudió rápidamente para llamar la atención de las jovencitas.
─Niñas, niñas se nos ha acabado el tiempo. Todas suban y pónganse sus respectivos vestidos. Lady Glitter está aquí.
─Pero Lord, Patrick, necesitamos tiempo...
Curiosamente al hombre le entro un tic en el ojo.
─Adella, esta demás que lo recuerdes, eso es justamente lo que todos necesitamos en estos momentos. Gracias al cielo que todas tienen experiencia en esto. Quítense las batas, vístanse solas, pónganse sus zapatillas. El peinado ya lo llevan en sus cabezas, el maquillaje base también. Ahora solo restan los brillos y sombras finales. Sorpréndanme y háganlo por ustedes mismas, ayúdense unas a otras.
─Pero señor, lo necesitamos.... Nada como su estilo.
─Shhh silencio Jazmin, me temo que por ahora no voy a poder ayudarles. Lady Glitter está a punto de ser bajada de su carruaje.
En efecto, eso justamente estaba por suceder, el resto del personal, escolta, asistentes y uno que otro curioso acompañante de la dama, ahora se encontraban en la acera de la mansión. A la espera del descenso de la extravagante mujer.
ESTÁS LEYENDO
El Laberinto de los Caballeros 1
Romance1865 Ella es una doncella de nombre; Irene de Luna, una señorita de 21 años, humilde, carismática e inocente. Por obra del destino y dañada moralmente por personas de la clase alta decide huir del pueblo, dejándose llevar por el dolor, las lagrimas...