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¿¿Acaso había algo que luciera más hermoso que esto?

Fue el primer pensamiento de Irene una vez que reparo en lo que estaba mirando. Había brillo por doquier, y colores que invadían su campo visual. Todo parecía un paraíso, como si estuviese volando entre nubes de colores en medio de la noche. O mejor dicho, esto lucia como un túnel del cual, la ahora impresionada joven no quería salir.

Por desgracia todo tiene un final y la ilusión de Irene no fue la excepción.

Su visión se fue aclarando hasta que todo fue luz blanca que de un segundo a otro, se apagó, sumergiéndola por un santiamén en la oscuridad.

El viento soplaba en su rostro, más fresco de lo que ella estaba acostumbrada a sentir. En ocasiones este corría con fluidez y en otras no tanto.

Aun con sus ojos cerrados ella sabía que la mañana estaba invadiendo el cielo. Nunca había necesitado de alguien que la despertase, pues dormía lo justo, así que la hora en que despertaba era la hora justa. Las sedas en su cuerpo le influían a quedarse recostada, pensando y meditando. Pero ¿Qué cosas podía meditar una chica como ella? Si todo lo tenía a sus pies. Todas y cada una de las cosas que necesitara, o bien todo aquello de lo que se encaprichara, estaban al alcance de una orden.

¿Cuáles eran sus problemas? No los tenía. ¿Sus compromisos? Todo estaba en su agenda. ¿Sus objetivos? Un engrane hizo click dentro de su cabeza, como si hubiera estado a punto de recordar algo.

¿Era acaso que en realidad tenía un objetivo? ¿Y porque su mente de pronto había echado a andar uno de sus tantos engranajes? ¿De que debía estar preocupada? ¿Había algo que estaba dejando pasar por alto?

Enarco sus cejas sin abrir los ojos aun.

Pero después de todo, pensó, su vida era un deleite, era uno de los más altos miembros de la realeza... O mejor dicho, lo iba a ser muy pronto de manera oficial. Cualquier cosa, de eso se encargaría su equipo, sus asistentes, los criados a sus órdenes, etc.

No quería comenzar un nuevo día nerviosa y con ansias por algo que lo más probable no valiera la pena.

Las aves comenzaron a cantar fuera del ventanal, las copas de los arboles eran tan altos que rozaban, las paredes del torreón, y por ende las hojas cristalizadas.

Irene decidió no pensarlo más y dejarse llevar por el día y lo que fuera que le esperaba, lo que hoy tuviese que hacer. Abrió los ojos e inhalo profundamente para luego soltar el aire con toda la calma posible.

Al instante el primer rayo de sol cruzo por el cielo y le pego a la joven durmiente en los ojos. Limpiamente sin nada que le obstaculizara. La chica dejo de mirar hacia el cielo y se enderezo para quedar sentada en la cama.

Tan pronto como se enderezo, se percató de algo, un detalle que hasta ahora no había tenido presente, la cama era matrimonial. No obstante, a su lado el lugar estaba vacío, pero como ella aun había estado dormida, la cama seguía desordenada.

Quien había estado durmiendo a su lado, debía de haber despertado hace más tiempo del que ella pensaba porque el lugar estaba frio y carente de calor humano.

De pronto algo se escuchó, una puerta que se había cerrado dentro de la misma habitación a la izquierda de Irene. Y en ese instante, su visión cambio literalmente, pues todo lo que miraba y observaba, las sedas, los candelabros, el borde en los muros. El oro y plata del cenicero y otros objetos. Todo pareció desconocido para ella durante un relámpago. Pero un segundo después, su visión volvió a la normalidad. Cosa que no duro mucho.

Al instante de que esto sucedió, una persona entro a la habitación, pero no por la puerta que Irene tenia al frente, sino por la puerta que se había abierto un momento antes a su derecha.

El Laberinto de los Caballeros 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora