XXII

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─Estas muy mal, debemos hacer algo ─Sugirio Irene una vez se separaron lo suficiente. Ver a este chico así, le hacía sentir algo en su interior, mas no sabía que exactamente.

─No, no te preocupes ─Respondió este, no es necesario, créeme ─Irene sintió alivio al escuchar su voz pues no se sonaba tan grave, incluso tenia fuerza suficiente para pronunciar las palabras, cosa que no parecía tan probable pero ahora se lo mostraba a ella.

─No podemos confiarnos, debes visitar algún médico, hacer algo.

Él le miro con ternura, tomo uno de los mechones de ella y lo acomodo detrás de su oreja, Irene no pudo más que curvar sus labios ante la acción, se miraban a los ojos y ella pudo sentir algo por él, mas no sabía exactamente que, para ser más exactos, ese algo que sentía por él, era lo mismo que había sentido desde que lo había visto, solo que ahora era un sentimiento más fuerte, ¿Qué era? ¿Acaso era, dolor? ¿Compasión? No lo sabía y por ahora solo quería sentirlo, no importaba saber exactamente qué.

─Ven, acompáñame ─Dijo este después de ejercer dicha acción. Ella lo siguió hasta una de las puertas laterales y el joven entro al coche mientras Irene le esperaba de pie a su lado. Acto seguido saco una pequeña caja en color purpura. Se la mostro a Irene y ella de inmediato supo que sería algún tipo de joya, un anillo, una pulsera o cualquier cosa por el estilo.

El caballero se puso de pie ante ella y la abrió con lentitud y paciencia, Irene descubrió dentro de esta un par de pendientes, estos eran en color metal y platinado, a la luz de la luna parecían brillar de manera fluorescente.

─Son hermosos ─Exclamo la joven casi sin aliento y es que realmente tenía algo que te transmitía ternura, paz, serenidad y lo más importante, esperanza. Y es que no solo era el objeto en sí, ni el color, ni el brillo que emanaban, lo que más gustaba era la forma de los dijes, ambos eran completamente iguales, estos mostraban a un par de manos entrelazadas sobre si, como si nada ni nadie los fuese a separar nunca. Muy significativos y lujosos, ello no podía usarlos, era demasiada belleza para una joven tan inexperta, tan... tan como ella simplemente.

─Son para ti ─Dijo como si leyese sus pensamientos y no estuviera de acuerdo con lo que acaba de comenzar a sentir ─Son para ti y quiero que los uses.

Ella comenzó a negar con la cabeza antes de hablar.

─Disculpa pero yo...

─Lo he dicho, tú los tienes que usar no importa nada, quiero verlos en ti, así que acéptalo por favor.

Irene no sabía, en su interior claro que quería usarlos, mas creía que la falta de cordialidad se mostraría muy fuerte si lo hacía.

El joven le miro esperando una respuesta, o mejor dicho, una acción, claramente estaba dispuesto a ver dichas joyas en ella.

Amores diferentes que de una manera u otra te torturaran

Una frase sonó en su cabeza con la voz de una anciana, Irene quiso recordar algo, algo que le ayudaría, algo que le guiaría, mas todo a continuación fue solo silencio.

─De acuerdo─ Finalmente y a duras penas accedió Irene, esperaba que no fuese a lucir muy egoísta o algo por el estilo.

No se había dado cuenta hasta ese momento que no llevaba consigo pendientes, y haciendo memoria era verdad que nunca le había interesado nada de joyas o cosas así, eran objetos que solo la gente de la realeza se podía dar el lujo de usar, ellos si tenían lo suficiente para lucir en sus cuerpos este tipo de arte, mas ella no, no tenía... nada.

De pronto flashes la atacaron, flashes que refrescaron su memoria y le hicieron reparar en algo que hasta ahora no había hecho, o al menos no dentro de un mundo como este.

El Laberinto de los Caballeros 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora