XXXV

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A lo largo de la caminata de regreso al pueblo, la joven se había visto en la necesidad, por no decir que en la obligación, de explicarle un poco a Juliet sobre todo lo que había pasado, pues si iban a hablar de cualquier cosa con respecto a los últimos días, era obvio que el tema del laberinto iba a ser uno de los principales, era la única manera en que la joven se expresase y diese explicaciones con sentido algo de sentido. No lo quería hacer, pero era la única opción. Mas no fue del todo claro, solo se aseguró de que Juliet supiera lo esencial, había quedado encerrada en un laberinto, a esto, ella misma se catalogó como una despistada, pues no tenía sentido hacerle saber que todo había pasado de un momento a otro, que el laberinto, literalmente había caído sobre ella. También descubrió que apenas habían pasado unos pocos días, menos de una semana, lo que era un alivio, la joven se había perdido en el tiempo tanto que no sabía los días transcurridos.

Casi el pueblo entero le buscaba justamente en esos momentos, pues la persona más reconocida, Lord Patrick Van Quee, se había encargado de dar el aviso sobre cierta muchacha del pueblo, que había sido extraviada, incluso aquella familia para la que Irene había trabajado, como doncella ,precisamente, le buscaba ahora de manera desesperada, la joven que ella acompañaba en su niñez y adolescencia, era una jovencita llamada Danielle, con la cual se había llevado muy bien, dicha familia se había mudado hacia años, mas sin embargo ahora al parecer estaban de regreso, justo en el momento en que la joven ocasionaba tal caos en el pueblo, Juliet le decía que Danielle y sus padres también le buscaban desesperadamente.

Irene recordó lo que era haber sido una verdadera doncella de casa. Y hasta ahora se consideraba una.

Dado que Juliet había hechos ciertas muecas al ver la vestimenta de Irene, esta última se obligó a explicar esa parte tambien, como había salido de aquella mansión humillada y menospreciada.

A decir verdad, iba a ser imposible dar una explicación, completa, clara y precisa, sobre todo porque la joven sabía que en cierto momento de la historia seria catalogada como una demente, por lo que se limitaba a decir solo lo requerido, tal truco hasta ahora le venía funcionando.

Se sentía fatal, físicamente se miraba de manera espantosa, no quería ni imaginarse como debía traer el cabello, la ropa, las manchas en la piel como se encontraba, más allá de las muecas y los ojos abiertos como platos, Juliet, no había dicho nada mas. Mucho menos la ancianita quien por cierto se había tranquilizado un poco en cuanto miro a Irene. La dulce joven tenía tantas preguntas que hacer, quizá en un futuro, porque a sabiendas de que la mujer vieja no estaba del todo consiente, quien sabe que otro caos en su mente pudiera ocasionar.

No fue mucho lo que habían caminado después de eso, apenas entraron al pueblo, las personas le miraba mientras se murmuraban unos a otros, hombres y mujeres, jovencitos y jovencitas, niñas y niños que gritaba, ¡oh! ¡Miraba mama es ella, es ella!

Irene no podía evitar sentirse sonrojada. Nunca en la vida se había imaginado en tal situación, ser el centro de atención, era algo completamente ajeno a ella.

La mañana se sentía maravillosa, dentro de lo que cabe, el sol era radiante, el fresco viento primaveral de lo más refrescante, de esos días en los que el respirar pareciera que te purificaba tanto el interior del cuerpo como de la mente.

La casa de Juliet no estába muy lejos de las orillas del pueblo, la señora insistía en que iría a acompañar a Irene a su casa, quería dejarla sana y salva

─En serio Juliet, no es necesario ─Repetía Irene por quinta vez. ─Además tienes que tener en cuenta que la pequeña mujer no puede aguantar tanto caminando, y mira que realmente lo hemos hecho bastante está sola mañana.

El Laberinto de los Caballeros 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora