Capítulo 4 parte A

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"¿Qué pasó, hijo?" hubo preguntado inmediatamente la dama Baker con sumo nerviosismo en cuanto vio a Terrence arrojarse pesadamente en el sofá de la sala, pasarse las manos sobre su cabeza y alborotar su castaño cabello con desesperación.

— Es ella — él informó evitándose consideraciones.

— ¡Cielo Santo! — exclamó la actriz llevándose las manos a la boca.

Con lentitud, la madre se acercó para sentarse a lado de su hijo y saber:

— ¿Qué han dicho? ¿cómo fue? — cuestionó una curiosa Baker.

Obviamente, el actor se levantó de su asiento furioso y se alejó con firmes deseos de tener a alguien enfrente y desquitar su prepotencia.

Y a pesar de no querer arremeter contra su progenitora, Terrence espetaba:

— ¡Que ha de ser, madre! Exceso de alcohol mezclado con velocidad.

— Pero... — la actriz titubeó. — ¿Quién iba con ella? — preguntó con incredulidad. — ¿Por qué pensaron que eras tú?

— ¡Madre, por favor!

Terry se giró sobre su eje, la miró y le hizo un gesto de fastidio ¿ante su inocencia? Aún así, él la enteraba:

— Porque su acompañante era un hombre; sin embargo, él logró salir y le abandonó a su suerte, por eso es que no encuentran el dichoso cuerpo. Ella, discapacitada, no pudo sola y lógico... se ahogó.

— ¡Dios! ¡Qué horror! — expresó nuevamente la dama.

Y por los siguientes momentos se quedó callada; más, debía hacer la pregunta del millón:

— ¿Cómo le dirás a Kyle?

— No lo sé. Lo que sí sé, es que no lo diré ahora —, el castaño caminaba de un lado para el otro conforme decía: — le inventaré algo, ¡lo que sea!, pero no le diré nada; por el momento, claro — aclaró; y de pronto, el actor se detuvo al acordarse: — por cierto, ¿cómo está?

— Bien; sigue arriba y está contento con sus regalos, pero ha preguntado por ti y... también por ella — hubieron dicho con cierta pena.

— Voy a verlo — dijo él.

Seguidamente de resoplar, Terrence comenzó a dirigir su andar hacia las escaleras seguido por la mirada de su madre.

En eso, y en cuanto el castaño se perdía en los últimos escalones de arriba, el timbre de la entrada principal de aquella casa se hizo escuchar.

La señora Baker, la cual había dirigido sus pasos hacia su privado, se detuvo a la puerta de éste para ver de quién se trataba.

— Miss Baker — llamó la empleada para informar: — una mujer pregunta por usted.

La actriz hizo un gesto de extrañeza; y con la cabeza, preguntó ¿quién?

— Dice llamarse Candice White.

— ¿Candice? — replicó la solicitada, urgiendo al instante: — ¡Hágala pasar inmediatamente, Sally!

— Sí, señora.

La trabajadora se giró para apresurar sus pasos de nuevo hacia la salida, en lo que Eleanor iba al encuentro de su sorpresiva visita.

De pronto, la diva sonrió cuando la vio aparecer reconociéndola como:

— ¿Señora Baker?

— ¡Candy, querida! — expresó la visitada abriéndole los brazos a su visitante. — ¡Qué sorpresa! — dijo sincera y la atrapó brevemente en ellos.

Instante seguido, la dama soltó a su visitante para solicitarle:

— ¡Ven, hija! Acompáñame por aquí, por favor —; y la rubia mayor condujo a la otra a su privado del cual no se cerró la puerta.

Ya en el interior de éste, ambas se miraron por unos instantes, e impulsadas por el afecto, se dieron, ahora sí, un gran y fuerte abrazo.

— Hija, qué bueno es volver a verte — decía la actriz entre lágrimas; y al separarse de nuevo: — Ayer apenas Terry me comentó de su breve encuentro — se confió; y ambas se secaron las lágrimas. — Pero déjame mirarte bien — la diva admiró a la que tenía enfrente. — ¡Estás en verdad hermosa! Ahora, ven, sentémonos — ofreció ir hacia un sofá de piel en color negro.

— Gracias, señora Baker — habló finalmente la pecosa, pero antes de dar un paso quiso anunciar el motivo por el que estaba ahí. — Yo... yo, lo siento — tartamudeó. — Siento mucho haber venido de este modo y no quisiera ser inoportuna, pero...

— ¡Ay, hija, no digas eso! — la interrumpieron para aseverarle: — Al contrario, no pudiste llegar en mejor momento... mi pobre hijo... — hasta aquí pronunció, porque sintiéndose en verdadera confianza con Candy, Eleanor soltó el llanto y se aferró a los brazos de su invitada y a ésta última se le achicó el corazón.

— Entonces... ¿es verdad? — preguntó la rubia menor tratando de sonar lo más serena posible, pero ya sus ojos se llenaban de lágrimas.

— Sí — confirmó la actriz separándose del abrazo.

— ¡Dios santo! — exclamó la pecosa con horror, siendo ahora ella la que se abrazara a la dama Baker para soltar su llanto desconsoladamente.

Y mientras las dos mujeres enjugaban sus lágrimas, no se percataron que alguien las observaba desde el umbral; y es que...

Terrence había alcanzado a escuchar el llamado en la puerta, titubeando en el pasillo para enterarse de quién se trataba.

Cuando se decidió, le sorprendió al oír el nombre que la empleada mencionaba.

Él, por supuesto, lo dudó yendo finalmente a donde su hijo; sin embargo, la curiosidad le ganó y dejando un simple beso a su chiquillo y "enseguida vuelvo" salió de la habitación, se condujo al despacho y hasta que la nombrara:

— ¿Candy? — y la viera, lo creyó.

— ¡Santo Cielo! ¡Terry! — gritó la rubia; y como desesperada corrió para lanzarse a sus brazos.

Lógico, el castaño la recibió con gusto; y en lo que éste la consolaba y le acariciaba la espalda indagaba:

— ¿Qué pasa? ¿por qué lloras así? ¿te ha sucedido algo? — preguntó el actor realmente extrañado de la reacción de la pecosa conforme él miraba a su madre.

Candy, ocultando su rostro mojado en el pecho del guapo hombre, sólo negaba con la cabeza siéndole imposible controlar su llanto.

— Candy, ven, acompáñame — él le pidió; — sentémonos acá —, la llevó finalmente al sofá; — y explícame ¿qué te sucede?... porque me estás asustando en verdad, querida — dijo el castaño notándose seriamente la preocupación en su voz y conforme ocupaban sus lugares.

— Es que... yo... — la rubia gimoteaba como si fuera una pequeña niña; y en lo que tomaba el pañuelo que el actor caballerosamente le ofrecía, decía: — el periódico... y luego tu mamá.

NAVIDAD SIN AMORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora